A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco en la Audiencia General de este 23 de octubre con el título “El Espíritu don de Dios”:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La vez pasada, explicamos lo que proclamamos sobre el Espíritu Santo en el credo. Sin embargo, la reflexión de la Iglesia no se ha detenido en esa breve profesión de fe. Ha continuado, tanto en Oriente como en Occidente, a través de la obra de grandes Padres y Doctores. Hoy, queremos recoger algunas “migajas” de la doctrina del Espíritu Santo desarrollada en la tradición latina, para ver cómo ilumina toda la vida cristiana y, especialmente, el sacramento del matrimonio.
El principal artífice de esta doctrina es San Agustín. Él parte de la revelación de que “Dios es amor” (1 Jn 4,8). Ahora bien, el amor presupone alguien que ama, alguien que es amado y el amor mismo que los une. El Padre es, en la Trinidad, el que ama, la fuente y el principio de todo; el Hijo es el que es amado, y el Espíritu Santo es el amor que los une. El Dios de los cristianos es, por tanto, un Dios “único”, pero no solitario; la suya es una unidad de comunión y de amor. En esta línea, algunos han propuesto llamar al Espíritu Santo no la "tercera persona” singular de la Trinidad, sino más bien “la primera persona plural”. Él es, en otras palabras, el Nosotros divino del Padre y del Hijo, el vínculo de unidad entre personas diferentes personas, el principio mismo de la unidad de la Iglesia, que es exactamente un “solo cuerpo” resultante de una multitud de personas.
Como les decía, hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre lo que el Espíritu Santo tiene que decir a la familia. ¿Qué tiene que ver el Espíritu Santo con el matrimonio, por ejemplo? Muchísimo, quizá lo esencial; intento explicar por qué. El matrimonio cristiano es el sacramento del hacerse don, el uno para el otro, del hombre y la mujer. Así lo pensó el Creador cuando “creó al ser humano a su imagen y semejanza [...]: hombre y mujer los creó” (Gn 1,27). La pareja humana es, por tanto, la primera y más básica realización de la comunión de amor que es la Trinidad.
Los cónyuges también deben formar una primera persona del plural, un "nosotros". Estar el uno ante el otro como un "yo" y un "tú", y estar ante el resto del mundo, incluidos los hijos, como un "nosotros". Qué hermoso es oír a una madre decir a sus hijos: "Tu padre y yo...", como dijo María a Jesús, cuando lo encontraron en el templo (cf. Lc 2,48); y oír a un padre decir: "Tu madre y yo", casi como si fueran una única persona. ¡Cuánto necesitan los hijos esta unidad, papá y mamá juntos, unidad de los progenitores, de los padres y cuánto sufren cuando falta! Cuánto sufren los hijos de los padres que se separan, cuánto sufren.