Mostramos a continuación la homilía completa del Papa Francisco en la Misa de este 29 de septiembre en el Estadio Rey Balduino de Bélgica, en la que participaron más de 35.000 fieles:
“Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar” (Mc 9,42). Con estas palabras, dirigidas a los discípulos, Jesús pone en guardia del peligro de escandalizar, es decir, de obstaculizar el camino de los “pequeños”. Es una admonición fuerte, severa, sobre la que debemos detenernos a reflexionar. Quisiera hacerlo con ustedes, a la luz de otros textos sagrados, a través de tres palabras clave: apertura, comunión y testimonio.
Iniciamos con apertura. Nos han hablado de ella la primera Lectura y el Evangelio, mostrándonos la acción libre del Espíritu Santo que, en la narración del Éxodo, llena de su don de profecía no sólo a los ancianos que habían ido con Moisés a la tienda del encuentro, sino también a dos hombres que se habían quedado en el campamento.
Esto nos hace pensar porqué, si en un primer momento era escandalosa su ausencia en el grupo de los elegidos, después del don del Espíritu era escandaloso prohibirles ejercer la misión que, a pesar de ello, habían recibido. Bien lo comprende Moisés, hombre humilde y sabio, que con mente y corazón abiertos dice: “¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!” (Nm 11,29). Hermoso auspicio.
Son palabras sabias, que preludian lo que Jesús afirma en el Evangelio (cf. Mc 9,38-43.45.47- 48). Aquí la escena se desarrolla en Cafarnaúm, y los discípulos quisieran a su vez impedir a un hombre expulsar los demonios en el nombre del Maestro, porque —afirman— “no es de los nuestros” (Mc 9,38). Ellos piensan así: “Quien no nos sigue, quien no es ‘de los nuestros’, no puede hacer milagros, no tiene el derecho”. Pero Jesús los sorprende —como siempre— y los reprende, Jesús siempre nos sorprende, invitándolos a ir más allá de sus esquemas, a no “escandalizarse” de la libertad de Dios. Les dice: “No se lo impidan […], el que no está contra nosotros, está con nosotros” (Mc 9,39-40).
Observemos bien estas dos escenas, la de Moisés y la de Jesús, porque nos conciernen también a nosotros y a nuestra vida cristiana. Todos, de hecho, con el bautismo, hemos recibido una misión en la Iglesia. Pero se trata de un don, no de un motivo de orgullo. La comunidad de los creyentes no es un círculo de privilegiados, es una familia de salvados, y nosotros no somos enviados a llevar el Evangelio al mundo por nuestros méritos, sino por la gracia de Dios, por su misericordia y por la confianza que, más allá de todos nuestros límites y pecados, Él continúa poniendo en nosotros con amor de Padre, viendo en nosotros lo que nosotros mismos no alcanzamos a vislumbrar. Por esto nos llama, nos envía y nos acompaña pacientemente cada día.