27 de septiembre de 2024 Donar
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Teóloga sinodal asegura que “el cristianismo no debió convertirse nunca en religión”

La teóloga española Cristina Inogés participa en el Sínodo de la Sinodalidad por designación del Papa Francisco./ Crédito: Captura YouTube Celam

La teóloga española Cristina Inogés, que participa en el Sínodo de la Sinodalidad por designación del Papa Francisco, defendió en un reciente artículo que “el cristianismo no debió convertirse nunca en una religión”.

En un texto titulado Del Sínodo al jubileo: construyendo comunidad en diálogo, Inogés argumenta que Jesús buscaba transmitir una forma de vida y relaciones humanas basadas en la fraternidad, no fundar una religión institucionalizada con jerarquías y “separar a una parte, mínima, de los demás, los sacerdotes -el clero-, aunque con influencia, mucha influencia, sobre el resto”. 

“Jesús llevó a cabo su misión en la vida cotidiana, en la realidad de cada día y alejado del templo donde sólo se acerca para protagonizar el único enfado monumental que tiene en todo el Evangelio: un episodio ligado al abuso de poder y que tuvo como consecuencia la expulsión de los mercaderes”, sostuvo.

Inogés, que estudió en la Facultad de Teología Protestante de Madrid (SEUT), considera que los orígenes del Sínodo de la Sinodalidad se sitúan en la Conferencia de Aparecida celebrada en 2007 y, singularmente, en el saludo del Papa Francisco tras su elección en el que “no hubo gestos de triunfo”. 

Para Inogés, el Sínodo de la Sinodalidad, que celebrará su segunda asamblea en octubre, debe basarse en la idea de que Jesucristo “no nos dejó una estructura de Iglesia diseñada, sino una forma de vida”. 

Reflexiones sobre la Eucaristía

En otra parte del artículo, Inogés hace una interpretación sobre el relato evangélico de la celebración de la Pascua antes de la Pasión en la que relega el significado sacrificial de la Eucaristía.

Para la autora, “en el relato de la fiesta de la Pascua que Jesús celebró con todos quienes le acompañaban —aunque los evangelios sólo hablen de los Doce— y que nosotros hemos convertido en la Última Cena, vemos que lo nuclear de la celebración no está centrado en el cuerpo y la sangre. Lo más importante es que quien va a entregar su carne y su sangre se abaja una vez más para mostrar que su lógica es la del servicio y no la del poder”.

En su disertación, también considera que “La Mesa es para todos. El único que podría crear normas y leyes para que alguien se acercara a ella es Jesús, su dueño. Y no lo hizo. Y no lo hace. Y no lo hará”. 

El Catecismo de la Iglesia Católica desarrolla las enseñanzas esenciales sobre la Eucaristía en los números 1322 al 1419, en los que la presenta como el sacramento central de la vida cristiana, instituido por Cristo, en el que Él mismo se hace realmente presente para alimentar y fortalecer a los fieles en su camino hacia la vida eterna. 

El Código de Derecho Canónico aborda la cuestión entre los cánones 899 y 933. En ellos se establece que “todo bautizado a quien el derecho no se lo prohíba, puede y debe ser admitido a la sagrada comunión”. También especifica que “no deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave”.

Además, la posiblidad de comulgar a pesar de estar en pecado grave se restringe a que “concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse” y ha realizar un “acto de contrición perfecta” que incluye el propósito de acudir al sacramento del Perdón “cuanto antes”.

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En su argumentación, Inoges también afirma que “Jesús no obliga como los diez mandamientos; Jesús presenta un programa en las Bienaventuranzas”. El Catecismo, por su parte, señala en el punto 2072 que “los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos están grabados por Dios en el corazón del ser humano”.

“Funcionarios sacramentales y hombres de reuniones”

En un apartado dedicado a los presbíteros del extenso artículo de 30 páginas, Inogés señala que “todos los bautizados, pero todavía más los sacerdotes, están llamados a proclamar noticias liberadoras y no conjuntos de reglas y prohibiciones”. 

Además, expone su visión de que la formación inicial de los seminaristas y la permanente de los presbíteros tras su ordenación está demasiado centrada en “que el sacerdote debe seguir configurándose a Cristo siervo, Cristo pastor, Cristo sacerdote y Cristo cabeza”, ante lo que se pregunta: “¿Dónde queda el Jesús hombre?”.

La teóloga reprocha entonces que “la figura y el ser del sacerdote tiende a estar muy espiritualizada y señalada hacia lo cultual, corriendo el riesgo de terminar siendo funcionarios sacramentales y hombres de reuniones para tener más reuniones”.

Por otro lado, Inogés expone que “transformar los púlpitos en espacios de diálogo y los confesionarios en espacios de acogida no es algo que sólo os desafía a vosotros como sacerdotes, sino que debe tocar a todos los espacios de nuestros templos, todos los espacios parroquiales”.

Sinodalidad y Concilio Vaticano II

En las últimas páginas del texto, la teóloga sostiene que el próximo Jubileo convocado por el Papa Francisco es una especie de prórroga del Sínodo de la Sinodalidad “para que sigamos disfrutando de la reconstrucción de esa Iglesia que tan bien diseñó el Concilio Vaticano II, aunque pronto se fue difuminando para terminar irreconocible y, en muchas ocasiones, contraria al propio Concilio”. 

Para Inogés, con el Sínodo de la Sinodalidad “llega el tiempo de la posibilidad de comenzar a dar forma al sueño conciliar del Vaticano II”.

“La generación que protagonizó ese concilio está en sus últimos días. Si perdemos su memoria, perderemos realmente nuestra memoria y podremos repetir los errores cometidos”, añade. 

El Concilio Vaticano II fue el evento eclesial más importante del siglo XX. Impulsado por San Juan XXIII, tenía como objetivo actualizar el modo en que la Iglesia Católica debía situarse ante el mundo moderno. Comenzó en 1962 y se dividió en cuatro etapas, que concluyeron en 1965, siendo Papa San Pablo VI. Participaron alrededor de dos mil padres conciliares de todo el mundo.

Propuesta de reformulación del Credo

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Como corolario a toda su exposición, la teóloga propone una reformulación del Credo en los siguientes términos: 

“Ayúdanos Señor a aprender a ser una iglesia de gente en un mundo de gente, con gente, para gente. Con todos sin excepción alguna. Ojalá en nuestra confesión de fe pudiésemos decir: ‘Creo en una Iglesia santa, católica, apostólica y para todos, todos, todos. Amén’”.

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