Durante el viaje apostólico del Papa Francisco a Papúa Nueva Guinea, el Santo Padre reflexionó sobre los profundos sacrificios realizados por los primeros misioneros y mártires católicos en la región, que se aventuraron profundamente en las selvas tropicales inexploradas para llevar el Evangelio a “los confines de la Tierra”.
Dirigiéndose a los católicos de toda la isla reunidos en el Santuario de María Auxiliadora en Port Moresby, el Papa honró el legado perdurable de aquellos que llevaron el cristianismo a la isla del Pacífico.
“Los misioneros llegaron a este país a mediados del siglo XIX y los primeros pasos de su labor no fueron fáciles, de hecho algunos intentos fracasaron. Pero no se rindieron”, dijo Francisco.
“Con gran fe y celo apostólico siguieron predicando el Evangelio y sirviendo a sus hermanos y hermanas, recomenzando muchas veces donde habían fracasado”, dijo, destacando cómo los misioneros, “comenzando y recomenzando”, sentaron valientemente los cimientos de la Iglesia Católica en Papúa Nueva Guinea.
El cristianismo fue introducido en Papúa Nueva Guinea por misioneros maristas, que llegaron a la isla Woodlark en 1847, sólo para verse obligados a retirarse al año siguiente. Cinco años más tarde, les siguieron misioneros del Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras, pero también ellos se vieron obligados a marcharse después de tres años de trabajo en la isla. La primera Misa sería celebrada en Papúa Nueva Guinea más de 30 años después, el 4 de julio de 1885, por misioneros franceses en la isla de Yule.
El legado de estos misioneros incluye tanto a aquellos que hicieron el máximo sacrificio por su fe como a aquellos cuyas vidas de virtudes heroicas están siendo reconocidas a través del proceso de beatificación de la Iglesia.