En vuestra patria —un archipiélago con cientos de islas— se hablan más de ochocientas lenguas, correspondientes a otros tantos grupos étnicos. Esto pone de relieve una extraordinaria riqueza cultural, y les confieso que se trata de un aspecto que me cautiva mucho, también a nivel espiritual, porque imagino que esta enorme variedad sea un desafío para el Espíritu Santo, que crea la armonía de las diferencias.
Así pues, vuestro país, además de islas y lenguas, también es rico en recursos de la tierra y de las aguas. Estos bienes están destinados por Dios a toda la colectividad y, aunque para su explotación sea necesario recurrir a competencias más amplias y a grandes empresas internacionales, es justo que se tenga debidamente en cuenta en la distribución de los ingresos y la utilización de la mano de obra las necesidades de las poblaciones locales, de manera que se produzca una mejora efectiva de sus condiciones de vida.
Esta riqueza ambiental y cultural representa, al mismo tiempo, una gran responsabilidad, porque compromete a todos, gobernantes y ciudadanos juntos, a favorecer todas las iniciativas oportunas para valorizar los recursos naturales y los recursos humanos, de tal modo que se pueda dar vida a un desarrollo sostenible y equitativo, que promueva el bienestar de todos, sin excluir a nadie, a través de programas concretamente ejecutables y mediante la cooperación internacional, en un marco de respeto recíproco y con acuerdos beneficiosos para todos.
La condición necesaria para lograr dichos resultados duraderos es la estabilidad de las instituciones, que se ve favorecida por la concordia sobre determinados puntos esenciales entre las diferentes concepciones y sensibilidades presentes en la sociedad. Aumentar la solidez institucional y construir un consenso sobre las metas fundamentales es, de hecho, un requisito previo para el desarrollo integral y solidario, que también exige una visión a largo plazo y un clima de cooperación entre todos, sin detrimento de la distinción de los roles y en la diferencia de las opiniones.
Hago votos, en particular, por el cese de las agresiones tribales, que desgraciadamente causan muchas víctimas, no permiten vivir en paz y obstaculizan el desarrollo. Por ello, apelo al sentido de responsabilidad de todos para que se detenga la espiral de violencia y se emprenda decididamente el camino que conduce a una cooperación fructífera, en beneficio de todos los habitantes del país.
En el clima generado por estas actitudes, la cuestión del status de la isla de Bougainville también podrá encontrar una solución definitiva, evitando el resurgimiento de antiguas tensiones. Consolidando la concordia sobre los cimientos de la sociedad civil y con la disponibilidad de cada uno a sacrificar algo de las propias posiciones en beneficio del bien de todos, será posible poner en marcha las fuerzas esenciales para mejorar la infraestructura, para abordar las necesidades sanitarias y educativas de la población y aumentar las oportunidades de trabajo digno.