San Agustín, cuya fiesta es este 28 de agosto, no era partidario de los chismes. Por ello colocó un especial aviso en su casa para que él y los que lo visitaban evitaran este mal. Unos obispos no hicieron caso y esto fue lo que sucedió.
En el libro Obras de San Agustín, Tomo I, de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) se recoge una antigua biografía de este santo escrita por su discípulo San Posidio, considerado por los agustinos como “el primer biógrafo del obispo de Hipona”.
San Posidio describe que la ropa, el calzado y demás cosas domésticas de San Agustín “eran modestos y convenientes: ni demasiado preciosos ni demasiado viles, porque estas cosas suelen ser para los hombres motivo de jactancia o de abyección [humillación], por no buscar por ellas los intereses de Jesucristo, sino los propios”.
En la mesa del también Padre y Doctor de la Iglesia todo era sobrio, con bastantes verduras y legumbres. Cuando había carne era por deferencia a algún visitante. También había vino, algo que no era mal visto en la cultura de esa época, que se tomaba con moderación. Sus cucharas eran de plata, pero la vajilla de arcilla, madera o mármol.
San Posidio cuenta que San Agustín era “muy hospitalario” y que “en la mesa” le gustaba más leer y conversar “que el apetito de comer y beber”.
También tenía un aviso contra la murmuración que decía: “El que es amigo de roer vidas ajenas, no es digno de sentarse en esta mesa”. Y pedía a los invitados “no salpicar la conversación con chismes y detracciones”.