Un clamor de teología populista recibió con gusto el intento de asesinato contra Donald Trump. Buena medida iba en esta línea: “Teniendo en cuenta que el disparo no lo mató por sólo un par de centímetros, Dios debe haber estado cuidando de él”.
Estoy totalmente de acuerdo. Dios ciertamente estaba cuidando del expresidente. ¿Qué más podemos decir sobre lo ocurrido?
Aunque esforzarse demasiado por explicar los caminos de Dios puede resultar presuntuoso, al menos podemos afirmar que cualquier intento serio de comprenderlos tropezará con el misterio. Comprender el plan de Dios en su extensión y complejidad, literalmente inimaginables, va mucho más allá de nuestra limitada capacidad para captar realidades divinas distintas de las que Él revela. En cuanto a lo poco que vemos, lo vemos, como dice San Pablo, “como a través de un cristal oscuro” (1 Cor. 13,12).
En el caso que nos ocupa, empecemos por lo obvio. Dios no es demócrata ni republicano, ni nada parecido en términos políticos. Pero la política y los políticos sí tienen cabida en el plan providencial de Dios, al igual que todos y todo lo que existe ahora, o ha existido en el pasado, o existirá en el futuro. Además, aunque Dios no causa el mal, sí permite la intrusión del mal en la historia, incluido el mal hecho por individuos descerebrados que disparan a famosos.
Los escritores a veces luchan con estas cuestiones. En 1927, el novelista y dramaturgo estadounidense Thornton Wilder publicó una novela titulada El puente de San Luis Rey. Aclamada en su día, le valió a su autor el Premio Pulitzer y sigue leyéndose hoy en día.
Ambientada en el Perú del siglo XVIII, entre Lima y Cuzco, la novela narra la historia de cinco personas que cruzan un viejo puente de cuerda sobre un profundo cañón. El puente se rompe y ellos se precipitan al vacío. Un fraile franciscano, en su afán por reivindicar los caminos de Dios, inicia una investigación que durará años. Su conclusión: Cada una de esas personas murió en el momento justo de su vida.