13 de diciembre de 2024 Donar
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Catequesis completa del Papa Francisco: Toda la Escritura está inspirada por Dios

El Papa Francisco en la Audiencia General de este 12 de junio/ Crédito: Daniel Ibáñez/ EWTN News

Continuando con su ciclo de catequesis sobre “El Espíritu y la esposa”, el Papa Francisco reflexionó en la Audiencia General de este miércoles 12 de junio sobre la Escritura “inspirada por Dios”.

A continuación, la catequesis completa del Santo Padre:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Continuamos nuestra catequesis sobre el Espíritu Santo que guía a la Iglesia hacia Cristo, nuestra  esperanza. Él es el guía. La vez pasada contemplamos la obra del Espíritu en la creación; hoy lo vemos en la  revelación, de la que la Sagrada Escritura es un testimonio autorizado e inspirado por Dios. 

En la Segunda Carta de Pablo a Timoteo figura esta afirmación: “Toda la Escritura está inspirada  por Dios” (3:16). Y otro pasaje del Nuevo Testamento dice: “hombres movidos por el Espíritu Santo, han  hablado de parte de Dios” (2 Pe 1:21). Esta es la doctrina de la inspiración divina de la Escritura, la que  proclamamos como artículo de fe en el “Credo”, cuando decimos que el Espíritu Santo “habló por medio  de los profetas”. La inspiración divina de la Biblia. 

El Espíritu Santo, que inspiró las Escrituras, es también el que las explica y las hace eternamente  vivas y activas. De inspiradas, las vuelve inspiradoras. Las Sagradas Escrituras, inspiradas por Dios, dice el Concilio Vaticano II, comunican  inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles (n. 21). De este modo, el Espíritu Santo continúa, en la Iglesia, la acción  del Resucitado que, tras la Pascua, “abrió la mente de los discípulos para que comprendieran las  Escrituras” (cfr Lc 24,45).

Puede suceder, en efecto, que un determinado pasaje de la Escritura, que hemos leído muchas  veces sin ninguna emoción particular, un día lo leamos en un clima de fe y de oración y, de repente, ese  texto se ilumina, nos habla, arroja luz sobre un problema que vivimos, aclare la voluntad de Dios para  nosotros en una situación determinada. ¿A qué se debe este cambio, si no a una iluminación del Espíritu Santo? Las palabras de la Escritura, bajo la acción del Espíritu, se vuelven luminosas; y en esos casos tocamos con nuestras propias manos cuánto es cierta la afirmación de la Carta a los Hebreos: “… la  palabra de Dios es viva y eficaz, más cortante que espada de doble filo, (4,12). 

Hermanos, hermanas, la Iglesia se nutre de la lectura espiritual de la Sagrada Escritura, es decir, de la lectura realizada  bajo la guía del Espíritu Santo que la inspiró. En su centro, como un faro que lo ilumina todo, está el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, que cumple el plan de salvación, realiza todas las  figuras y profecías, desvela todos los misterios ocultos y ofrece la verdadera clave de lectura de toda la Biblia. La muerte y la resurrección de Cristo es el faro que ilumina toda la Biblia, también ilumina nuestra vida. 

El Apocalipsis describe todo esto con la imagen del Cordero que rompe los sellos del libro  “escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete sellos” (cfr 5,1-9), la Escritura del Antiguo  Testamento. La Iglesia, la Esposa de Cristo, es la intérprete autorizada del texto de la Escritura inspirada, la mediadora  de su auténtica proclamación. Dado que la Iglesia está dotada del Espíritu Santo, por esto, es inspiradora e interpretadora, es “columna y  fundamento de la verdad” (1 Tm 3,15). ¿Por qué? Porque está inspirada y mantenida firmemente por el Espíritu Santo. 

El deber de la Iglesia es ayudar a los fieles y a quienes buscan la  verdad a interpretar correctamente los textos bíblicos. Una forma de realizar la lectura espiritual de la Palabra de Dios es la práctica de la lectio divina. Una palabra que quizá no entendamos qué significa. Consiste en dedicar un momento del día a la lectura personal y meditada de un pasaje de las Escrituras. Esto es muy importante. Todos los días, tomar un tiempo para escuchar, y otro tiempo para meditar, leer un pasaje de la Escritura. Y por esto, os pido, tened siempre un Evangelio de bolsillo y llevarlo en el bolso, en los bolsillos. Y así cuando estéis de viaje, o un poco libres, lo coges y lees algo. Esto es muy importante para la vida. Haceros con un Evangelio de bolsillo y durante el día, leedlo. Una, dos veces, cuando suceda.

Pero la lectura espiritual de las Escrituras por excelencia es la lectura comunitaria que se realiza en  la Liturgia y, en particular, en la Santa Misa. Allí vemos cómo un acontecimiento o una enseñanza, dados  en el Antiguo Testamento, encuentra su plena realización en el Evangelio de Cristo. La homilía, el comentario que hace el celebrante, debe ayudar a trasladar la Palabra de Dios del libro a la vida. Por esto, la homilía debe ser breve. Una imagen, un pensamiento y un sentimiento. La homilía no debe durar más de 8 minutos, porque después de ese tiempo se pierde la atención, y la gente se duerme, se queda dormida, con razón. Una homilía debe ser así, y esto se lo quiero decir a los sacerdotes que hablan tanto, tantas veces, y no se entiende de qué cosa hablan. Homilía breve; un pensamiento, un sentimiento, y una cosa de acción, de cómo hacer. No más de 8 minutos. Porque la homilía debe ayudar a trasladar la Palabra de Dios del libro a la vida. 

Entre las muchas palabras de Dios que escuchamos cada día en la Misa o en la Liturgia de las Horas, siempre hay una que está destinada especialmente a nosotros, alguna cosa que toca el corazón. Si la acogemos en nuestro corazón, puede iluminar nuestra jornada y animar  nuestra oración. Se trata de no dejar que caiga en saco roto. 

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Concluyamos con un pensamiento que puede ayudarnos a enamorarnos de la Palabra de Dios.  Como algunas piezas musicales, la Sagrada Escritura también tiene una nota subyacente que la acompaña  de principio a fin, y esta nota es el amor de Dios. Toda la Biblia, observa San Agustín, “no hace más que  narrar el amor de Dios”. Y San Gregorio Magno define la Escritura como 'una carta de Dios  Todopoderoso a su criatura', como una carta del Esposo a su esposa, y exhorta a “aprender a conocer el  corazón de Dios en las palabras de Dios”. “Por esta revelación – dice el Concilio Vaticano II – Dios  invisible, …habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos  a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía” (Dei Verbum, 2). 

Queridos hermanos y hermanas, adelante con la lectura de la Biblia. Y no lo olvidéis, el Evangelio de bolsillo, llevarlo en el bolso, en los bolsillos, y en cualquier momento del día leed un pasaje. Y esto te hará muy cercano al Espíritu Santo, que está en la Palabra de Dios. 

Que el Espíritu Santo, que inspiró las Escrituras y ahora brota de ellas, nos ayude a captar este  amor de Dios en las situaciones concretas de nuestra vida. Gracias.

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