Puede suceder, en efecto, que un determinado pasaje de la Escritura, que hemos leído muchas veces sin ninguna emoción particular, un día lo leamos en un clima de fe y de oración y, de repente, ese texto se ilumina, nos habla, arroja luz sobre un problema que vivimos, aclare la voluntad de Dios para nosotros en una situación determinada. ¿A qué se debe este cambio, si no a una iluminación del Espíritu Santo? Las palabras de la Escritura, bajo la acción del Espíritu, se vuelven luminosas; y en esos casos tocamos con nuestras propias manos cuánto es cierta la afirmación de la Carta a los Hebreos: “… la palabra de Dios es viva y eficaz, más cortante que espada de doble filo, (4,12).
Hermanos, hermanas, la Iglesia se nutre de la lectura espiritual de la Sagrada Escritura, es decir, de la lectura realizada bajo la guía del Espíritu Santo que la inspiró. En su centro, como un faro que lo ilumina todo, está el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, que cumple el plan de salvación, realiza todas las figuras y profecías, desvela todos los misterios ocultos y ofrece la verdadera clave de lectura de toda la Biblia. La muerte y la resurrección de Cristo es el faro que ilumina toda la Biblia, también ilumina nuestra vida.
El Apocalipsis describe todo esto con la imagen del Cordero que rompe los sellos del libro “escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete sellos” (cfr 5,1-9), la Escritura del Antiguo Testamento. La Iglesia, la Esposa de Cristo, es la intérprete autorizada del texto de la Escritura inspirada, la mediadora de su auténtica proclamación. Dado que la Iglesia está dotada del Espíritu Santo, por esto, es inspiradora e interpretadora, es “columna y fundamento de la verdad” (1 Tm 3,15). ¿Por qué? Porque está inspirada y mantenida firmemente por el Espíritu Santo.
El deber de la Iglesia es ayudar a los fieles y a quienes buscan la verdad a interpretar correctamente los textos bíblicos. Una forma de realizar la lectura espiritual de la Palabra de Dios es la práctica de la lectio divina. Una palabra que quizá no entendamos qué significa. Consiste en dedicar un momento del día a la lectura personal y meditada de un pasaje de las Escrituras. Esto es muy importante. Todos los días, tomar un tiempo para escuchar, y otro tiempo para meditar, leer un pasaje de la Escritura. Y por esto, os pido, tened siempre un Evangelio de bolsillo y llevarlo en el bolso, en los bolsillos. Y así cuando estéis de viaje, o un poco libres, lo coges y lees algo. Esto es muy importante para la vida. Haceros con un Evangelio de bolsillo y durante el día, leedlo. Una, dos veces, cuando suceda.
Pero la lectura espiritual de las Escrituras por excelencia es la lectura comunitaria que se realiza en la Liturgia y, en particular, en la Santa Misa. Allí vemos cómo un acontecimiento o una enseñanza, dados en el Antiguo Testamento, encuentra su plena realización en el Evangelio de Cristo. La homilía, el comentario que hace el celebrante, debe ayudar a trasladar la Palabra de Dios del libro a la vida. Por esto, la homilía debe ser breve. Una imagen, un pensamiento y un sentimiento. La homilía no debe durar más de 8 minutos, porque después de ese tiempo se pierde la atención, y la gente se duerme, se queda dormida, con razón. Una homilía debe ser así, y esto se lo quiero decir a los sacerdotes que hablan tanto, tantas veces, y no se entiende de qué cosa hablan. Homilía breve; un pensamiento, un sentimiento, y una cosa de acción, de cómo hacer. No más de 8 minutos. Porque la homilía debe ayudar a trasladar la Palabra de Dios del libro a la vida.
Entre las muchas palabras de Dios que escuchamos cada día en la Misa o en la Liturgia de las Horas, siempre hay una que está destinada especialmente a nosotros, alguna cosa que toca el corazón. Si la acogemos en nuestro corazón, puede iluminar nuestra jornada y animar nuestra oración. Se trata de no dejar que caiga en saco roto.