Precisamente observando el viento y sus manifestaciones, los escritores bíblicos fueron conducidos por Dios a descubrir un “viento” de naturaleza diferente. No es casualidad que en Pentecostés el Espíritu Santo descendiera sobre los Apóstoles acompañado por el “ruido de un viento impetuoso”. (cf. Hch 2,2). Era como si el Espíritu Santo quisiera poner su firma en lo que estaba sucediendo.
¿Qué nos dice, pues, su nombre Ruaj sobre el Espíritu Santo? La imagen del viento sirve ante todo para expresar el poder del Espíritu divino. “Espíritu y poder”, o “poder del Espíritu” es una combinación recurrente en toda la Biblia. Pues el viento es una fuerza arrolladora e indomable. Es capaz incluso de mover océanos.
Una vez más, sin embargo, para descubrir el pleno significado de las realidades de la Biblia, no hay que detenerse en el Antiguo Testamento, sino llegar a Jesús. Junto al poder, Jesús destacará otra característica del viento, la de su libertad. A Nicodemo, que le visita por la noche, le dice solemnemente: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va: así es todo el que nace del Espíritu” (Jn 3, 8).
El viento es la única cosa que no se puede refrenar, no se puede “embotellar” ni encajonar. ¿tratamos de embotellar o encajonar el viento? No es posible, es libre. Pretender encerrar al Espíritu Santo en conceptos, definiciones, tesis o tratados, como a veces ha intentado hacer el racionalismo moderno, es perderlo, anularlo o reducirlo al espíritu humano puro y simple. Existe, sin embargo, una tentación similar en el ámbito eclesiástico, y es la de querer encerrar al Espíritu Santo en cánones, instituciones, definiciones. El Espíritu crea y anima instituciones, pero él mismo no puede ser “institucionalizado”, cosificado. El viento sopla “donde quiere” (1 Cor 12, 11), así el Espíritu distribuye sus dones como quiere.
San Pablo hará de ello la ley fundamental de la acción cristiana: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Co 3.17), dice él. Una persona libre, un cristiano libre, es aquel que tiene el Espíritu del Señor. Se trata de una libertad muy especial, muy distinta de la que se entiende comúnmente. No es libertad para hacer lo que uno quiera, sino libertad para hacer libremente lo que Dios quiera. No libertad para hacer el bien o el mal, sino libertad para hacer el bien y hacerlo libremente, es decir, por atracción, no por compulsión. En otras palabras, libertad de hijos, no de esclavos.
San Pablo es muy consciente de los abusos y malentendidos que se pueden hacer de esta libertad; escribe a los gálatas: “ustedes, hermanos, a libertad fueron llamados; solo que no usen la libertad como pretexto para la carne, sino sírvanse por amor los unos a los otros” (Gal 5, 13). Se trata de una libertad que se expresa en lo que parece ser su opuesto, se expresa en el servicio, y en el servicio está la verdadera libertad.