El Papa Francisco ha presidido a las 5:30 p.m. (hora local de Roma) del 9 de mayo, la entrega y lectura de la Bula del Jubileo 2025 “Spes non confundit” y las Segundas Vísperas de la Solemnidad de la Ascensión del Señor.
A continuación, la homilía completa del Santo Padre durante la celebración de las Vísperas en la Basílica de San Pedro del Vaticano:
Entre cánticos de júbilo, Jesús ascendió al cielo, donde está sentado a la derecha del Padre. Él ―como acabamos de escuchar― venció la muerte para que nosotros heredáramos la vida eterna (cf. 1 P 3,22). La Ascensión del Señor, por tanto, no es un distanciamiento, una separación, un alejamiento de nosotros, sino que es el cumplimiento de su misión: Jesús bajó a nosotros para hacernos subir hasta el Padre; se abajó para enaltecernos; descendió a las profundidades de la tierra para que el cielo se abriera de par en par sobre nosotros. Él destruyó nuestra muerte para que pudiéramos recibir la vida, para siempre.
El fundamento de nuestra esperanza es este: que Cristo ascendido al cielo introduce en el corazón de Dios nuestra humanidad cargada de expectativas e interrogantes, y «ha querido precedernos como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino» (Prefacio I de la Ascensión del Señor).
Hermanos y hermanas, esta esperanza ―enraizada en Cristo muerto y resucitado―, es la que queremos celebrar, acoger y anunciar al mundo entero en el próximo Jubileo, que ya está a la vuelta de la esquina. No se trata de un mero optimismo humano o de una expectativa pasajera ligada a alguna seguridad terrena, no, es una realidad ya realizada en Jesús y que se nos comunica también a nosotros cada día, hasta que seamos uno en el abrazo de su amor. La esperanza cristiana ―escribe san Pedro― es “una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera” (1 P 1,4).
Ella sostiene el camino de nuestra vida, incluso cuando se vuelve tortuoso y difícil; abre ante nosotros horizontes de futuro cuando la resignación y el pesimismo quisieran tenernos prisioneros; nos hace ver el bien posible cuando el mal parece prevalecer; nos infunde serenidad cuando el corazón está agobiado por el fracaso y el pecado; nos hace soñar con una humanidad nueva y nos infunde valor para construir un mundo fraterno y pacífico, cuando parece que no vale la pena comprometerse. Esta es la esperanza, el don que el Señor nos ha dado con el Bautismo.