El Papa Francisco dedicó la catequesis de la Audiencia General de este miércoles 8 de mayo a reflexionar sobre la esperanza, la segunda virtud teologal.
A continuación, el texto completo del Santo Padre:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la última catequesis comenzamos a reflexionar sobre las virtudes teologales, que son tres: fe, esperanza y caridad. La última vez hablamos sobre la fe, hoy reflexionamos sobre la virtud de la esperanza. El Catecismo de la Iglesia Católica la define así: “La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (n. 1817). Estas palabras nos confirman que la esperanza es la respuesta que se ofrece a nuestro corazón cuando surge en nosotros la pregunta absoluta: “¿Qué será de mí? ¿Cuál es el destino del viaje? ¿Cuál es el destino del mundo?”.
Todos nos damos cuenta de que una respuesta negativa a estas preguntas produce tristeza. Si no hay un sentido en el viaje de la vida, si no hay nada ni al principio ni al final, entonces nos preguntamos por qué debemos caminar: de ahí surge la desesperación humana, el sentimiento de inutilidad de todo. Y muchos podrían rebelarse: “Me he esforzado por ser virtuoso, por ser prudente, justo, fuerte, templado. También he sido un hombre o una mujer de fe.... ¿De qué ha servido mi lucha?”. Si falta la esperanza, todas las demás virtudes corren el riesgo de desmoronarse y acabar en cenizas. Si no hubiera un mañana fiable, un horizonte luminoso, sólo quedaría concluir que la virtud es un esfuerzo inútil. “Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente”, decía Benedicto XVI.
El cristiano tiene esperanza no por mérito propio. Si cree en el futuro, es porque Cristo murió y resucitó y nos dio su Espíritu. “Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente”. En este sentido, una vez más, decimos que la esperanza es una virtud teologal: no emana de nosotros, no es una obstinación de la que queramos convencernos, sino que es un don que viene directamente de Dios.