21 de noviembre de 2024 Donar
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El Papa Francisco escribe una carta a los párrocos del mundo

Imagen referencial del Papa Francisco durante una Audiencia General/ Crédito: Vatican Media

Del 29 de abril al 2 de mayo se ha celebrado en Roma el Encuentro Internacional de Párrocos para el Sínodo de la Sinodalidad, en el que se ha reflexionado sobre el tema “Cómo ser Iglesia local sinodal en misión”.

Este jueves 2 de mayo, el Santo Padre ha recibido a los participantes en el Vaticano y también ha aprovechado la ocasión para escribir una misiva dirigida a los párrocos del mundo. 

A continuación, la carta completa del Papa Francisco:

Queridos hermanos párrocos: 

El encuentro internacional “Los párrocos por el Sínodo” y el diálogo con quienes han  participado en él son la ocasión para recordar en mi oración a todos los párrocos del mundo, a los que  dirijo estas palabras con gran afecto. 

La Iglesia no podría ir adelante sin vuestro compromiso y servicio; es tan obvio que decirlo  suena casi banal, pero esto no lo hace menos verdadero. Por eso quiero ante todo expresar mi gratitud  y estima por el generoso trabajo que ustedes hacen cada día, sembrando el Evangelio en todo tipo de  terreno (cf. Mc 4,1-25). 

Como están experimentando en estos días de intercambio, las parroquias en las que ustedes  desarrollan su ministerio se encuentran en contextos muy diferentes; desde aquellas situadas en las  periferias de las grandes ciudades —las conocí directamente en Buenos Aires— a aquellas vastas  como provincias en las regiones menos densamente pobladas; desde aquellas que están en los centros  urbanos de muchos países europeos, en las que antiguas basílicas acogen comunidades cada vez más  pequeñas y más envejecidas, hasta aquellas donde se celebra bajo un gran árbol y el canto de los  pájaros se mezcla con la voz de tantos niños. 

Los párrocos conocen todo esto muy bien, conocen la vida del Pueblo de Dios desde dentro,  sus fatigas y sus alegrías, sus necesidades y sus riquezas. Por eso una Iglesia sinodal necesita a sus  párrocos; sin ellos nunca podremos aprender a caminar juntos, nunca podremos recorrer ese camino  de la sinodalidad que «es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio»[1]. 

Nunca llegaremos a ser Iglesia sinodal misionera si las comunidades parroquiales no hacen de  la participación de todos los bautizados en la única misión de anunciar el Evangelio el rasgo  característico de sus vidas. Si las parroquias no son sinodales y misioneras, tampoco lo será la Iglesia.  

La Relación de Síntesis de la Primera Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del  Sínodo de los Obispos es muy clara al respecto: las parroquias, a partir de sus estructuras y de la  organización de su vida, están llamadas a concebirse “principalmente al servicio de la misión que los  fieles llevan adelante al interno de la sociedad, en la vida familiar y laboral sin concentrarse  exclusivamente en las actividades que desarrollan hacia dentro y sobre sus necesidades organizativas”  (8, l). 

Por eso es necesario que las comunidades parroquiales sean cada vez más lugares desde los  cuales los bautizados parten como discípulos misioneros y adonde regresan, llenos de alegría, para  compartir las maravillas obradas por el Señor a través de su testimonio (cf. Lc 10,17). 

Como pastores, estamos llamados a acompañar en este itinerario a las comunidades que  servimos y, al mismo tiempo, a comprometernos con la oración, el discernimiento y el celo apostólico  para que nuestro ministerio se adecúe a las exigencias de una Iglesia sinodal misionera. Este desafío  concierne al Papa, a los obispos y a la Curia romana, y también a ustedes párrocos.

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Aquel que nos ha  llamado y consagrado nos invita hoy a ponernos a la escucha de su Espíritu y a movernos en la  dirección que Él nos indica. De algo podemos estar seguros: no dejará que nos falte su gracia. A lo  largo del camino descubriremos también el modo para liberar nuestro servicio de aquellos aspectos  que lo hacen más penoso y redescubrir su núcleo más auténtico: anunciar la Palabra y reunir a la  comunidad partiendo el pan. 

Como párrocos los exhorto a acoger esta llamada del Señor a ser constructores de una Iglesia  sinodal misionera y a comprometerse con entusiasmo en este camino. Para ese fin, deseo formular  tres recomendaciones que puedan inspirar el estilo de vida y de acción de los pastores. 

1. Los invito a vivir su carisma ministerial específico cada vez más al servicio de los multiformes  dones diseminados por el Espíritu en el Pueblo de Dios. Urge descubrir, animar y valorar «con el  sentido de la fe los multiformes carismas de los seglares, tanto los humildes como los más elevados»  (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 9) y que son indispensables para poder  evangelizar las realidades humanas. Estoy convencido de que así harán surgir muchos tesoros  escondidos y se encontrarán menos solos en la gran tarea de evangelizar, experimentando la alegría  de una genuina paternidad que no sobresale, sino que hace emerger en los otros, hombres y mujeres,  muchas potencialidades valiosas. 

2. Con todo el corazón les aconsejo que aprendan y practiquen el arte del discernimiento  comunitario, valiéndose para esto del método de la “conversación en el Espíritu”, que nos ha ayudado  tanto en el itinerario sinodal y en el desarrollo de la misma Asamblea. Estoy seguro de que podrán  recoger numerosos frutos de ello, no sólo en las estructuras de comunión, como el Consejo pastoral  parroquial, sino también en muchos otros campos. Como recuerda la Relación de Síntesis, el  discernimiento es un elemento clave de la acción pastoral de una Iglesia sinodal: “Es importante que la práctica del discernimiento se aplique también en el ámbito pastoral, en un modo adecuado a los  contextos, para iluminar lo concreto de la vida eclesial. Esta práctica permitirá conocer mejor los  carismas presentes en la comunidad, confiar con sabiduría tareas y ministerios, proteger a la luz del  espíritu los caminos pastorales, yendo más allá de la simple programación de actividades” (2, l). 

3. Por último, quisiera aconsejarles que basen todo en el intercambio y la fraternidad entre ustedes y  con sus obispos. Esta instancia surgió con fuerza en el Congreso internacional para la formación  permanente de los sacerdotes, con el tema “Reaviva el don de Dios que hay en ti” (2 Tm 1,6),  realizado el pasado mes de febrero aquí en Roma, con más de ochocientos obispos, sacerdotes,  consagrados y laicos, hombres y mujeres, comprometidos en este campo, y en representación de  ochenta países. No podemos ser auténticos padres si no somos ante todo hijos y hermanos. Y no  seremos capaces de suscitar comunión y participación en las comunidades que nos son confiadas si  no las vivimos en primer lugar entre nosotros. Sé bien que, en la sucesión de las responsabilidades  pastorales, ese compromiso podría parecer un añadido o incluso tiempo perdido, pero en realidad es  lo contrario; en efecto, sólo así somos creíbles y nuestra acción no desbarata lo que otros ya han  construido. 

No es sólo la Iglesia sinodal misionera la que necesita a los párrocos, sino también el camino  específico del Sínodo 2021-2024, “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”, en  vista de la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se  llevará a cabo el próximo mes de octubre. Para prepararla necesitamos escuchar sus voces. 

Por eso, invito a todos los que han participado en el Encuentro internacional “Los párrocos  por el Sínodo” a que, cuando regresen a casa, sean misioneros de sinodalidad también con sus  hermanos párrocos, animando la reflexión sobre la renovación del ministerio del párroco en clave  sinodal y misionera, y al mismo tiempo permitiendo a la Secretaría General del Sínodo que reúna sus  insustituibles aportes para la redacción del Instrumentum laboris. Escuchar a los párrocos era el  objetivo de este Encuentro internacional, pero eso no puede terminar hoy; necesitamos seguir  escuchándolos. 

Queridos hermanos, estoy junto a ustedes en este camino que también yo intento recorrer. Los bendigo a todos de corazón y a su vez necesito sentir la cercanía y el apoyo de sus oraciones.  Encomendémonos a la Bienaventurada Virgen María Odighitria, aquella que indica el sendero,  aquella que nos conduce al Camino, a la Verdad y a la Vida. 

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