23 de noviembre de 2024 Donar
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Catequesis completa del Papa Francisco sobre la fe

Imagen referencial del Papa Francisco durante una Audiencia General/ Crédito: Vatican Media

Continuando con su ciclo de catequesis sobre los vicios y las virtudes, el Papa Francisco reflexionó en la Audiencia General de este miércoles 1 de mayo sobre la virtud de la fe, la cual podemos vivir “gracias al don de Dios”.

A continuación, la catequesis completa del Santo Padre:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!  

Hoy quisiera hablarles de la virtud de la fe. Como la caridad y la esperanza, esta virtud se llama  “teologal” porque sólo podemos vivirla gracias al don de Dios. Las tres virtudes teologales son tres:fe, esperanza y caridad y son los  grandes dones que Dios hace a nuestra capacidad moral. Sin ellas, podríamos ser prudentes, justos, fuertes  y templados, pero no tendríamos ojos que ven incluso en la oscuridad, no tendríamos un corazón que ama  incluso cuando no es amado, no tendríamos una esperanza que osa contra toda esperanza.  

¿Qué es la fe? El Catecismo de la Iglesia Católica, explica que la fe es el acto por el cual el ser humano se entrega libremente a Dios. En esta fe,  Abraham fue nuestro gran padre. Cuando aceptó dejar la tierra de sus antepasados para dirigirse a la tierra que Dios le mostraría, probablemente se le juzgó loco: ¿por qué dejar lo conocido por lo desconocido, lo  seguro por lo incierto? ¿Por qué hace eso? “Está loco”.

Pero Abraham se pone en camino, como si viera lo invisible. Esto dice la Biblia de Abraham, “se pone en camino como si viera lo invisible”. Es bonito eso. Y seguirá siendo lo invisible lo que le hace subir al monte con su hijo Isaac, el único hijo de la promesa, que sólo en el último  momento se librará del sacrificio. Con esta fe, Abraham se convierte en el padre de una larga estirpe de  hijos.  La fe lo ha hecho fecundo. 

Hombre de fe fue también Moisés, que, aceptando la voz de Dios incluso cuando más de una duda  podía asaltarlo, permaneció firme confiando en el Señor, e incluso defendió al pueblo que tantas veces carecía de fe.  

Mujer de fe será la Virgen María, quien, al recibir el anuncio del Ángel, que muchos habrían  desechado por demasiado exigente y arriesgado, responde: “He aquí la esclava del Señor: hágase en mí  según tu palabra” (Lc 1,38). Con el corazón lleno de confianza en Dios, María emprende un camino del  que no conoce ni la ruta ni los peligros. 

La fe es la virtud que hace al cristiano. Porque ser cristiano no es ante todo aceptar una cultura, con los valores que la acompañan, sino acoger y custodiar un vínculo: Dios y yo, mi persona y el rostro  amable de Jesús.  Este vínculo es lo que nos hace cristianos.

A propósito de la fe, me viene a la mente un episodio del Evangelio. Los discípulos de Jesús están  cruzando el lago y se ven sorprendidos por una tormenta. Creen que podrán salir adelante con la fuerza de  sus brazos, con los recursos de su experiencia, pero la barca comienza a llenarse de agua y les entra el  pánico (cfr. Mc 4,35-41). No se dan cuenta de que tienen ante sus ojos la solución: Jesús está allí con  ellos, en la barca, en medio de la tormenta, y Jesús duerme, dice el Evangelio. Cuando por fin lo despiertan, asustados e incluso  enfadados porque creen que Él les deja morir, Jesús les reprende: "¿Por qué tienen miedo? ¿Todavía no  tienen fe?" (Mc 4,40).  

He aquí, pues, el gran enemigo de la fe: no la inteligencia, no la razón, como por desgracia algunos siguen repitiendo obsesivamente, sino el gran enemigo de la fe es el miedo. Por eso, la fe es el primer don que  hay que acoger en la vida cristiana: un don que es preciso acoger y pedir cada día, para que se renueve en  nosotros. Aparentemente es un don pequeño, pero es el esencial.

Cuando nuestros padres nos llevaron a la pila bautismal, anunciaron el nombre que habían elegido para nosotros, y luego el sacerdote les preguntó:  “¿Qué le piden a la Iglesia de Dios?”. Y ellos respondieron: “¡La fe, el bautismo!”.  Para un padre cristiano, consciente de la gracia que se le ha concedido, es ése el don que debe  pedir también para su hijo: la fe. Con ella, un padre sabe que, incluso en medio de las pruebas de la vida,  su hijo no se ahogará en el miedo. Aquí está el enemigo, el miedo. Sabe también que, cuando deje de tener un padre en esta tierra, seguirá  teniendo a Dios Padre en el cielo, que nunca le abandonará. Nuestro amor es frágil, sólo el amor de Dios  vence la muerte.  

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Por supuesto, como dice el Apóstol, la fe no es de todos (cfr. 2 Ts 3,2), e incluso nosotros, que  somos creyentes, a menudo nos damos cuenta de que solo tenemos una pequeña reserva. Jesús podría  reprendernos con frecuencia, como a sus discípulos, por ser “hombres de poca fe”. Pero es el don más  feliz, la única virtud que nos está permitido envidiar. Porque quien tiene fe está habitado por una fuerza  que no es sólo humana; en efecto, la fe “suscita” en nosotros la gracia y abre la mente al misterio de Dios. 

Como dijo una vez Jesús: “Si tuvieran un poco de fe como un granito de mostaza, podrían decir a esa  morera: Arráncate y plántate en el mar, y les obedecería”. (Lc 17, 6). Por eso también nosotros, como  los discípulos, repetimos: Señor, ¡aumenta nuestra fe! (cfr. Lc 17,5). Es una bella oración, digámosla todos juntos: “Señor, aumenta mi fe”. Muy flojo, más fuerte: “¡Señor aumenta mi fe!”, Gracias.

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