21 de noviembre de 2024 Donar
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Mensaje de Pascua y Bendición Urbi et Orbi 2024 del Papa Francisco

El Papa Francisco dirigió su mensaje pascual a los fieles de la ciudad de Roma y del mundo e impartió la Bendición Urbi et Orbi este Domingo de Resurrección, 31 de marzo, desde el balcón central de la fachada de la Basílica de San Pedro.

A continuación, el Mensaje Urbi et Orbi del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua! 

Hoy resuena en todo el mundo el anuncio que salió hace dos mil años desde Jerusalén: “Jesús  Nazareno, el Crucificado, ha resucitado” (cf. Mc 16,6).  

La Iglesia revive el asombro de las mujeres que fueron al sepulcro al amanecer del primer día  de la semana. La tumba de Jesús había sido cerrada con una gran piedra; y así también hoy hay rocas  pesadas, demasiado pesadas, que cierran las esperanzas de la humanidad: la roca de la guerra, la roca  de las crisis humanitarias, la roca de las violaciones de los derechos humanos, la roca del tráfico de  personas, y otras más. También nosotros, como las mujeres discípulas de Jesús, nos preguntamos unos  a otros: “¿Quién nos correrá estas piedras?” (cf. Mc 16,3). 

Y he aquí el gran descubrimiento de la mañana de Pascua: la piedra, aquella piedra tan grande,  ya había sido corrida. El asombro de las mujeres es nuestro asombro. La tumba de Jesús está abierta  y vacía. A partir de ahí comienza todo. A través de ese sepulcro vacío pasa el camino nuevo, aquel  que ninguno de nosotros sino sólo Dios pudo abrir: el camino de la vida en medio de la muerte, el  camino de la paz en medio de la guerra, el camino de la reconciliación en medio del odio, el camino  de la fraternidad en medio de la enemistad.  

Hermanos y hermanas, Jesucristo ha resucitado, y sólo Él es capaz de quitar las piedras que  cierran el camino hacia la vida. Más aún, Él mismo, el Viviente, es el Camino; el Camino de la vida,  de la paz, de la reconciliación, de la fraternidad. Él nos abre un pasaje que humanamente es imposible,  porque sólo Él quita el pecado del mundo y perdona nuestros pecados. Y sin el perdón de Dios esa  piedra no puede ser removida. Sin el perdón de los pecados no es posible salir de las cerrazones, de  los prejuicios, de las sospechas recíprocas o de las presunciones que siempre absuelven a uno mismo  y acusan a los demás. Sólo Cristo resucitado, dándonos el perdón de los pecados, nos abre el camino  a un mundo renovado.  

Sólo Él nos abre las puertas de la vida, esas puertas que cerramos continuamente con las  guerras que proliferan en el mundo. Hoy dirigimos nuestra mirada ante todo a la Ciudad Santa de  Jerusalén, testigo del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y a todas las comunidades  cristianas de Tierra Santa.  

Mi pensamiento se dirige principalmente a las víctimas de tantos conflictos que están en curso  en el mundo, comenzando por los de Israel y Palestina, y en Ucrania. Que Cristo resucitado abra un  camino de paz para las martirizadas poblaciones de esas regiones. A la vez que invito a respetar de  los principios del derecho internacional, hago votos por un intercambio general de todos los  prisioneros entre Rusia y Ucrania: ¡todos por todos!  

Además, reitero el llamamiento para que se garantice la posibilidad del acceso de ayudas  humanitarias a Gaza, exhortando nuevamente a la rápida liberación de los rehenes secuestrados el  pasado 7 de octubre y a un inmediato alto el fuego en la Franja.  

No permitamos que las hostilidades en curso continúen afectando gravemente a la población  civil, ya de por sí extenuada, y principalmente a los niños. Cuánto sufrimiento vemos en sus ojos.  Con su mirada nos preguntan: ¿por qué? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué tanta destrucción? La guerra  es siempre un absurdo y una derrota. No permitamos que los vientos de la guerra soplen cada vez más  fuertes sobre Europa y sobre el Mediterráneo. Que no se ceda a la lógica de las armas y del rearme.  La paz no se construye nunca con las armas, sino tendiendo la mano y abriendo el corazón. 

No nos olvidemos de Siria, que lleva catorce años sufriendo las consecuencias de una guerra  larga y devastadora. Muchísimos muertos, personas desaparecidas, tanta pobreza y destrucción  esperan respuestas por parte de todos, también de la Comunidad internacional. 

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Mi mirada se dirige hoy de modo especial al Líbano, afectado desde hace tiempo por un  bloqueo institucional y por una profunda crisis económica y social, agravados ahora por las  hostilidades en la frontera con Israel. Que el Resucitado consuele al amado pueblo libanés y sostenga  a todo el país en su vocación a ser una tierra de encuentro, convivencia y pluralismo. 

Mi pensamiento se orienta en particular a la Región de los Balcanes Occidentales, donde se  están dando pasos significativos hacia la integración en el proyecto europeo. Que las diferencias  étnicas, culturales y confesionales no sean causa de división, sino fuente de riqueza para toda Europa  y para el mundo entero. 

Asimismo, aliento las conversaciones entre Armenia y Azerbaiyán para que, con el apoyo de  la Comunidad internacional, puedan proseguir el diálogo, ayudar a las personas desplazadas, respetar  los lugares de culto de las diversas confesiones religiosas y llegar cuanto antes a un acuerdo de paz  definitivo. 

Que Cristo resucitado abra un camino de esperanza a las personas que en otras partes del  mundo sufren a causa de la violencia, los conflictos y la inseguridad alimentaria, como también por  los efectos del cambio climático. Que dé consuelo a las víctimas de cualquier forma de terrorismo.  Recemos por los que han perdido la vida e imploremos el arrepentimiento y la conversión de los  autores de estos crímenes. 

Que el Resucitado asista al pueblo haitiano, para que cese cuanto antes la violencia que lacera  y ensangrienta el país, y pueda progresar en el camino de la democracia y la fraternidad.  Que conforte a los Rohinyá, afligidos por una grave crisis humanitaria, y abra el camino de la  reconciliación en Myanmar, país golpeado desde hace años por conflictos internos, para que se  abandone definitivamente toda lógica de violencia. 

Que abra vías de paz en el continente africano, especialmente para las poblaciones exhaustas  en Sudán y en toda la región del Sahel, en el Cuerno de África, en la región de Kivu en la República  Democrática del Congo y en la provincia de Cabo Delgado en Mozambique, y ponga fin a la  prolongada situación de sequía que afecta a amplias zonas y provoca carestía y hambre. 

Que el Resucitado haga resplandecer su luz sobre los migrantes y sobre todos aquellos que  están atravesando un período de dificultad económica, brindándoles consuelo y esperanza en los  momentos de necesidad. Que Cristo guíe a todas las personas de buena voluntad a unirse en la  solidaridad, para afrontar juntos los numerosos desafíos que conciernen a las familias más pobres en  su búsqueda de una vida mejor y de la felicidad.  

En este día en que celebramos la vida que se nos da en la resurrección del Hijo, recordamos  el amor infinito de Dios por cada uno de nosotros, un amor que supera todo límite y toda debilidad.  Y, sin embargo, con cuánta frecuencia se desprecia el don precioso de la vida. ¿Cuántos niños ni  siquiera pueden ver la luz? ¿Cuántos mueren de hambre o carecen de cuidados esenciales o son  víctimas de abusos y violencia? ¿Cuántas vidas se compran y se venden por el creciente comercio de  seres humanos? 

En el día en que Cristo nos ha liberado de la esclavitud de la muerte, exhorto a cuantos tienen  responsabilidades políticas para que no escatimen esfuerzos en combatir el flagelo de la trata de seres  humanos, trabajando incansablemente para desmantelar sus redes de explotación y conducir a la  libertad a quienes son sus víctimas. Que el Señor consuele a sus familias, sobre todo a las que esperan  ansiosamente noticias de sus seres queridos, asegurándoles conforto y esperanza. 

Que la luz de la resurrección ilumine nuestras mentes y convierta nuestros corazones,  haciéndonos conscientes del valor de toda vida humana, que debe ser acogida, protegida y amada.  ¡Feliz Pascua a todos! 

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