Este Jueves Santo, el Papa Francisco presidió la Misa Crismal en la Basílica Vaticana. Ante los miles de fieles y especialmente ante los sacerdotes que hoy renovaron sus promesas, el Santo Padre dedicó su homilía a reflexionar sobre la “compunción”, aquella que provoca “las lágrimas del corazón” por haberse alejado de Dios con el pecado y que purifican el corazón.
A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:
“Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él” (Lc 4,20). Llama la atención este pasaje del Evangelio, pues nos lleva a visualizar la escena, a imaginar ese momento de silencio en el que todas las miradas estaban concentradas en Jesús, en una mezcla de estupor y desconfianza. Sabemos sin embargo cómo terminaría: después de que Jesús hubo desenmascarado las falsas expectativas de sus compaisanos, estos “se enfurecieron” (Lc 4,28), salieron y lo echaron fuera de la ciudad. Sus ojos habían estado fijos en Jesús, pero sus corazones no estaban dispuestos a cambiar a causa de su palabra. De ese modo, perdieron la oportunidad de sus vidas.
Pero hoy, en esta tarde de Jueves Santo, se produce un cruce de miradas alternativo. El protagonista es el primer Pastor de nuestra Iglesia, Pedro. Al principio, tampoco él dio fe a la palabra “desenmascarante” que el Señor le había dirigido: “Me habrás negado tres veces” (Mc 14,30). Por eso, “perdió de vista” a Jesús y lo negó cuando cantó el gallo. Pero después, cuando “el Señor, dándose vuelta, miró a Pedro, este recordó las palabras que él le había dicho. Y saliendo afuera, lloró amargamente” (cf. Lc 22,61-62). Sus ojos se llenaron de lágrimas que, nacidas de un corazón herido, lo liberaron de convicciones y justificaciones falsas. Aquel llanto amargo le cambió la vida.
Las palabras y los gestos de Jesús durante tantos años no habían logrado mover a Pedro de sus expectativas, parecidas a las de la gente de Nazaret. También él esperaba un Mesías político y poderoso, fuerte y resolutivo, y frente al escándalo de un Jesús débil, arrestado sin oponer resistencia, declaró: “No lo conozco” (Lc 22,57). Y es verdad, no lo conocía, comenzó a conocerlo cuando, en la oscuridad de la negación, dio cabida a lágrimas de vergüenza y arrepentimiento. Y lo conocerá de verdad cuando, entristecido “de que por tercera vez le preguntara si lo quería", se dejó atravesar sin reservas por la mirada de Jesús. Entonces, del “no lo conozco” pasará a decir: "Señor, tú lo sabes todo” (Jn 21,17).
Queridos hermanos sacerdotes, la curación del corazón de Pedro, la curación del Apóstol y la curación del Pastor son posibles cuando, heridos y arrepentidos, nos dejamos perdonar por Jesús; estas curaciones pasan a través de las lágrimas, del llanto amargo y del dolor que permite redescubrir el amor. Por eso, desde hace tiempo siento la necesidad de compartir con ustedes, en este Jueves Santo del Año de la oración, algunos pensamientos sobre un aspecto de la vida espiritual bastante descuidado, pero esencial. Lo propongo con una palabra tal vez pasada de moda, pero que creo que nos haga bien redescubrir: la compunción.