A pocos días de la fiesta de San José, que celebramos cada 19 de marzo, les compartimos un hecho que hizo llorar a Santa Teresa de Jesús: el padre adoptivo de Jesús se le apareció en Cuaresma para salvarla de un peligro inminente.
En el libro San José, el más santo de los santos del P. Ángel Peña, agustino recoleto, se cuenta que Santa Teresa celebró el Miércoles de Ceniza de 1575 en la parroquia de Santa María de los Olmos, en el sureste de España, y posteriormente se dirigió a fundar un convento en Beas de Segura, un pueblo más al sur.
La santa iba acompañada de dos sacerdotes y 8 monjas, entre ellas su gran compañera Sor Ana de Jesús, en cuyos brazos moriría la santa. La religiosa contó que cuando iban de camino se perdieron, y los que los guiaban no sabían cómo salir de unos peñascos muy altos.
En ese momento, Santa Teresa pidió a las hermanas que se pusieran a rezar a Dios y a San José para que los orientara. De pronto, empezaron a escuchar una voz como de un anciano que a lo lejos les decía: “Deteneos, deteneos, que vais perdidos y os vais a despeñar si pasáis por ahí”.
Los sacerdotes y los guías empezaron a preguntarle a aquel señor qué podían hacer para salir de ese lugar tan complicado y él les indicó una zona por donde pudieron pasar las carretas con las que se movilizaban.
Algunos regresaron para agradecerle a aquel hombre que los ayudó, pero entre lágrimas y con devoción Santa Teresa enfatizó: “No sé para qué los dejamos ir, que era mi padre San José y no lo han de hallar”. Pues así sucedió, nunca encontraron a aquel providencial señor.