El Papa Francisco ha presidido en la parroquia San Pío V de Roma el acto penitencial con el que se inaugura la XI edición de 24 horas para el Señor que se celebra cada año en la víspera del cuarto domingo de Cuaresma.
A continuación, ofrecemos el texto completo de la homilía pronunciada por el Papa Francisco, en la que improvisó en numerosas ocasiones sobre el texto previsto:
"Podemos caminar en una vida nueva" (Rom 6,4): así escribía el apóstol Pablo a los primeros cristianos de esta Iglesia de Roma. Pero, ¿cuál es la vida nueva de la que habla? Es la vida que nace del Bautismo, que nos sumerge en la muerte y resurrección de Jesús y nos hace para siempre hijos de Dios, hijos de la resurrección destinados a la vida eterna, orientada a las cosas de arriba. Es la vida que nos hace avanzar hacia nuestra identidad más verdadera, la de ser hijos predilectos del Padre, de modo que toda tristeza y obstáculo, todo trabajo y tribulación no puedan prevalecer sobre esta maravillosa realidad que nos funda.
Hemos oído que San Pablo asocia la vida nueva a un verbo: caminar. Así pues, la vida nueva, iniciada en el Bautismo, es un camino. No hay jubilación en etse camino. Ninguno se vaa jubilar, tiene que seguir siempre adelante. Y después de tantos pasos en el camino, tal vez hemos perdido de vista la vida santa que fluye dentro de nosotros: día tras día, inmersos en un ritmo repetitivo, atrapados en mil cosas, aturdidos por tantos mensajes, buscamos por todas partes satisfacciones y novedades, estímulos y sensaciones positivas, pero olvidamos que ya hay una vida nueva que fluye dentro de nosotros y que, como brasas bajo las cenizas, está esperando para arder e iluminarlo todo.
Cuando nosotros estamos ocupados en tantas cosas ¿pensamos en el Espíritu Santo que tenemos dentro de nosotros? A mí me pasa muchas veces que no lo pienso y esto es feo: estar así, tan ocupado que nos lleva a otra parte y nos hace olvidar el verdadero camino que estamos haciendo en esta vida nueva.
Tenemos que buscar esas brasas bajo la ceniza. Esta ceniza, que se ha instalado en el corazón, oculta la belleza a la vista de nuestra alma. Entonces Dios, que en la vida nueva es nuestro Padre, se nos aparece como un amo; en vez de confiarnos a Él, contratamos con Él; en vez de amarlo, lo tememos. Y los demás, en vez de ser hermanos, hijos del mismo Padre, nos parecen obstáculos y adversarios. Hay una fea costumbres, la de convertir a nuestros compañeros de camino en adversarios y muchas veces lo hacemos. Los defectos del prójimo, por ejemplo, nos parecen exagerados y sus virtudes ocultas; ¡cuántas veces somos inflexibles con los demás e indulgentes con nosotros mismos!