En el marco de la Cuaresma, les compartimos un hecho poco conocido en el que Dios le da una clave a San Ángel de Acri (1669-1739) sobre cómo deben ser las homilías en este tiempo litúrgico. El santo logró llenar los templos con numerosos fieles y obtuvo muchas conversiones.
En el libro Vida de los Santos del P. Alban Butler se indica que San Ángel quería ser franciscano capuchino, pero se retiró hasta en dos ocasiones de la comunidad porque no soportaba la exigencia de vida. En la tercera vez que lo intentó, se quedó y llegó a ser ordenado sacerdote. Se dice que en su primera Misa vivió un arrebato de éxtasis.
Sus superiores le encomendaron que diera el sermón durante la Cuaresma. El santo se preparó con mucho esmero, pero cuando subía al púlpito su memoria le fallaba y no sabía qué decir. Esto le causó un gran desaliento y se regresó muy deprimido a su convento antes que acabara la Cuaresma.
Cierto día, mientras reflexionaba sobre su fracaso, le pidió a Dios que lo ayudara. En eso escuchó una voz divina que le dijo: “No tengas miedo. Yo te daré el don de predicación”. El santo, sorprendido, le preguntó a la voz quién era y ésta le respondió: “Yo soy el que soy”.
Es preciso recordar que algo similar le pasó a Mosiés cuando Dios le pidió liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. En el Antiguo Testamento, “Dios dijo a Moisés: ‘Yo soy el que soy’”. Luego el Señor añadió: “Tú hablarás así a los israelitas: ‘Yo soy’ me envió a ustedes” (Dt. 3,14).
Volviendo a la experiencia mística de San Ángel, la voz divina le dio la siguiente clave para sus homilías: “En adelante, predica simplemente, como si estuvieses conversando, para que todos puedan entenderte". De esta manera el sacerdote dejó sus libros de oratoria y retórica y empezó a preparar sus sermones con la Biblia y ante un crucifijo.