Este 7 de febrero es la fiesta del Beato Pío IX, a quien odiaban profundamente los masones, que quisieron lanzar su cuerpo al río Tíber cuando era llevado del Vaticano a su última morada. Al final fueron detenidos por un arma poderosa de la Virgen.
En un artículo publicado por la agencia Zenit, recogido por el sitio web corazones.org, se explica que el pontificado del Papa Pío IX (1846-1878) estuvo marcado por una serie de revueltas promovidas por la masonería internacional. Hubo saqueos de iglesias y se incautaron obras de arte religiosas para pagar a los masones británicos el dinero que habían dado para que se tomara Roma.
Pío IX huyó a Gaeta, al sur de Roma, y pudo volver tras la intervención de las tropas francesas. Pero poco a poco fue perdiendo los Estados Pontificios y el 20 de septiembre de 1870 se quedó sin el gobierno sobre el territorio de Roma. Es así que la masonería italiana tomó este día como el aniversario de su fiesta anual.
El Papa escribió diversos documentos contra los postulados masónicos. Publicó encíclicas (Quanta Cura y Qui Pluribus), cartas, discursos y mensajes a dicasterios. Los masones respondieron con un “Anticoncilio masónico” para enfrentar a la Iglesia Católica, usando todo su poder e influencia.
Con las políticas anticlericales y la creación de la República Italiana, el Papa no pudo salir del último reducto del Estado Pontificio, que hoy se conoce como Vaticano, y murió allí “prisionero” el 7 de febrero de 1878. Pero él pidió que sus restos fueran enterrados en la Basílica de San Lorenzo “Extramuros”, que queda a algunos kilómetros de la Plaza de San Pedro.
Este deseo recién pudo hacerse efectivo en la noche del 12 al 13 de julio de 1881. El féretro con los restos del Papa iba acompañado de un gran número de obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Hasta que apareció una turba de masones lanzando piedras, blasfemias y cantos irreverentes.