El 30 de enero es la fiesta de Santa Jacinta Marescotti, quien vivió una terrible desilusión amorosa. Esto la condujo por el camino del despecho hasta que encontró el amor pleno y fiel de Cristo, convirtiéndose en una santa con el don de profecía y de resucitar muertos.
De acuerdo al Dicasterio para la Causa de los Santos, Santa Jacinta (1585-1640) tenía belleza física, dinero y era de la realeza porque sus padres eran príncipes. Se enamoró de un joven marqués, pero sus papás querían que él se casara con su hermana menor. Es así que por despecho buscó hacerle la vida imposible a la familia.
Su papá, cansado de la vida disoluta que ella llevaba, la mandó a un monasterio. Entonces, para no quedar enclaustrada del todo, Jacinta se hizo terciaria franciscana pero mantuvo su ropa fina, se alojó en un cuarto amoblado y recibía visitas de amigos, mientras la atendían dos novicias. Así continuó por 15 años.
Cierto día enfermó gravemente con terribles sufrimientos. Es así que invocó el auxilio del Señor diciéndo: “¡Oh Dios, te lo ruego, dale sentido a mi vida, dame esperanza, dame salvación!”. Se curó y empezó un proceso de conversión radical.
En el libro Año Cristiano (Tomo I) se indica que Santa Jacinta pidió perdón a sus hermanas de comunidad, derramando lágrimas, y se sometió a una vida de penitencia tan fuerte “que no podemos pensar en ella sin estremecernos”.
El demonio, al ver que se le escapaba de las manos, buscó tentarla de muchas formas, pero ella siguió firme con su propósito, convirtiéndose en ejemplo de virtudes para las demás.