La primera edición de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, del escritor español Miguel de Cervantes, se publicó en Madrid (España) el 16 de enero de 1605. Hoy es considerado uno de los clásicos de la literatura universal. En la novela, según explica Douglas Kneibert al National Catholic Register, se puede encontrar una “rica herencia católica”.
Kneibert comenta que Cervantes “no se propuso escribir un libro católico”, pero que su obra está inevitablemente impregnada por la fe —tan arraigada en aquella época—, “desde la primera partida del caballero hasta su regreso definitivo, donde le espera la muerte”.
El mismo Cervantes, veterano de la Batalla de Lepanto, hace que su protagonista se refiriera a sí mismo como “católico y fiel cristiano”, y en la novela abundan las referencias a Jesucristo, la Santísima Virgen y a la Iglesia.
Además, Kneibert señala que tanto Don Quijote como Sancho Panza (su fiel escudero) son hombres de fe, “encomendándose constantemente a la protección de Dios”. Y añade que además de su lanza y espada, el caballero también tiene siempre a la mano su rosario.
Las aventuras del “ingenioso” hidalgo comienzan luego de que se le “secara el cerebro” y perdiera el juicio a causa de la lectura compulsiva de libros de caballería.
“Carga contra los molinos de viento, creyéndolos gigantes; corta odres con su espada, tomándolos por enemigos; y confunde una posada rural en ruinas con un castillo”, recuerda Kneibert.