En la mañana de este primer día del año 2024, el Papa Francisco celebró una Misa en la Basílica de San Pedro en el marco de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.
A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:
Las palabras del apóstol Pablo iluminan el comienzo del nuevo año: “cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer” (Ga 4,4). Impacta la expresión “plenitud del tiempo”. Antiguamente, el tiempo se medía vaciando y llenando unas ánforas; cuando estaban vacías comenzaba un nuevo periodo de tiempo, que terminaba cuando estaban llenas. Esa es la plenitud del tiempo: cuando el ánfora de la historia está colmada, la gracia divina desborda; así pues, Dios se hace hombre y lo hace en el signo de una mujer, María. Ella es el camino elegido por Dios, ella es el punto de llegada de tantas personas y generaciones que, “gota a gota”, han preparado la venida del Señor al mundo. De este modo, la Madre está en el centro del tiempo. Dios se ha complacido de dar un giro a la historia por medio de María, la mujer. Con esta palabra la Escritura nos remite a los orígenes, al Génesis, y nos sugiere que la Madre con el Niño marca una nueva creación, un nuevo comienzo. Por tanto, al principio del tiempo de la salvación está la Madre de Dios, nuestra Madre santa.
Es hermoso entonces que el año comience invocándola; es hermoso que el Pueblo fiel, como antaño en Éfeso, proclame con alegría a la Santa Madre de Dios. Las palabras Madre de Dios expresan, en efecto, la alegre certeza de que el Señor, tierno Niño en brazos de su mamá, se ha unido para siempre a nuestra humanidad, hasta el punto de que esta ya no es sólo nuestra, sino también suya. Madre de Dios: son pocas palabras para confesar la alianza eterna del Señor con nosotros. Madre de Dios: es un dogma de fe, pero es también un “dogma de esperanza”; Dios en el hombre y el hombre en Dios, para siempre. La Santa Madre de Dios. Proclamémoslo juntos, tres veces: ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios!
En la plenitud del tiempo el Padre envió a su Hijo nacido de mujer; pero el texto de san Pablo agrega un segundo envío: “Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abba!, ¡Padre!” (Ga 4,6). Y también en el envío del Espíritu la Madre es protagonista: el Espíritu Santo desciende sobre ella en la Anunciación (cf. Lc 1,35), después en los inicios de la Iglesia desciende sobre los Apóstoles reunidos en oración con “María, la madre” (Hch 1,14). De esta manera, la acogida de María nos ha traído los dones más grandes; ella ha “hecho hermano nuestro al Señor de la majestad” (TOMÁS DE CELANO, Vida segunda, CL, 198: FF 786) y ha permitido que el Espíritu clame en nuestros corazones: “¡Abba!, ¡Papá!”. La maternidad de María es el camino para encontrar la ternura paterna de Dios, el camino más cercano, más directo, más fácil. No nos olvidemos de esto: La maternidad de María es el camino para encontrar la ternura paterna de Dios, el camino más cercano, más directo, más fácil. No nos olvidemos de esto. El estilo de Dios, que es cercanía, compasión y misericordia.
La Madre, en efecto, nos conduce al principio y al corazón de la fe, que no se trata de una teoría o de un compromiso, sino de un don inmenso, que nos hace hijos amados, moradas del amor del Padre. Por eso, acoger a la Madre en la propia vida no es una elección devota, sino una exigencia de la fe: “Si queremos ser cristianos, debemos ser marianos” (S. PABLO VI, Homilía en Cagliari, 24 abril 1970), eso es hijos de María,