La promesa, en cambio, es que podemos ver estas prescripciones, no solo como un código, un paquete de normas, sino como expresión de la voluntad de Dios, en la cual Dios habla conmigo, yo hablo con Él. Entrando en esta ley, entro en diálogo con Dios, aprendo el rostro de Dios, comienzo a ver a Dios y así estoy en camino hacia la palabra de Dios en persona, hacia Cristo. Y un verdadero justo como San José es así: para él, la ley no es simplemente la observancia de normas, sino que se presenta como una palabra de amor, una invitación al diálogo, y la vida según la palabra es entrar en este diálogo y encontrar detrás de las normas y en las normas el amor de Dios, entender que todas estas normas no valen por sí mismas, sino que son reglas del amor, sirven para que el amor crezca en mí. Así se entiende que, finalmente, toda la ley es solo amor de Dios y del prójimo. Encontrado esto, se ha observado toda la ley. Si uno vive en este diálogo con Dios, un diálogo de amor en el cual busca el rostro de Dios, en el cual busca el amor y hace entender que todo está dictado por el amor, está en camino hacia Cristo, es un verdadero justo. San José es un verdadero justo, así en él el Antiguo Testamento se convierte en Nuevo, porque en las palabras busca a Dios, a la persona, busca Su amor, y toda la observancia es vida en el amor.
Vemos esto en el ejemplo que nos ofrece este Evangelio. San José, comprometido con María, descubre que está esperando un niño. Podemos imaginar su decepción: conocía a esta chica y la profundidad de su relación con Dios, su belleza interior, la extraordinaria pureza de su corazón; había visto en toda esta chica el amor de Dios y el amor de Su palabra, de Su verdad, y ahora se encuentra gravemente decepcionado. ¿Qué hacer? Aquí, la ley ofrece dos posibilidades, en las cuales se ven las dos vías, la peligrosa, fatal, y la de la promesa. Puede llevarla a juicio y así exponer a María a la vergüenza, destruirla como persona. Puede hacerlo de manera privada con una carta de separación. Y san José, verdadero justo, aunque muy sufrido, decide tomar este camino, que es un camino de amor en la justicia, de la justicia en el amor, y san Mateo nos dice que luchó consigo mismo, en sí mismo con la palabra. En esta lucha, en este camino para entender la verdadera voluntad de Dios, encontró la unidad entre el amor y la norma, entre la justicia y el amor, y así, en camino hacia Jesús, está abierto a la aparición del ángel, abierto al hecho de que Dios le da el conocimiento de que se trata de una obra del Espíritu Santo.
San Hilario de Poitiers, en el siglo IV, una vez, tratando del temor de Dios, dijo al final: "Todo nuestro temor está colocado en el amor", es solo un aspecto, una sombra del amor. Así que podemos decir aquí para nosotros: toda la ley está colocada en el amor, es expresión del amor y debe cumplirse entrando en la lógica del amor. Y aquí debemos tener en cuenta que, también para nosotros, los cristianos, existe la misma tentación, el mismo peligro que existía en el Antiguo Testamento: también un cristiano puede llegar a una actitud en la cual la religión cristiana se considera como un paquete de normas, prohibiciones y normas positivas, de prescripciones. Se puede llegar a la idea de que se trata solo de ejecutar prescripciones impersonales y así perfeccionarse, pero así se vacía el fondo personal de la palabra de Dios y se llega a cierta amargura y dureza de corazón. En la historia de la Iglesia lo vemos en el jansenismo. Todos conocemos este peligro, también personalmente sabemos que siempre debemos superar este peligro una y otra vez y encontrar a la Persona y, en el amor de la Persona, el camino de la vida y la alegría de la fe. Ser justos significa encontrar este camino y así también nosotros estamos siempre de nuevo en camino del Antiguo al Nuevo Testamento en la búsqueda de la Persona, del rostro de Dios en Cristo. Precisamente esto es el Adviento: salir de la simple norma hacia el encuentro del amor, salir del Antiguo Testamento, que se convierte en Nuevo.
Este es entonces el primer y fundamental elemento de la figura de san José tal como aparece en el Evangelio de hoy. Ahora, dos palabras muy breves sobre el segundo y el tercer elemento.
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El segundo: él ve en un sueño al ángel y escucha su mensaje. Esto supone una sensibilidad interior a Dios, una capacidad de percibir la voz de Dios, un don de discernimiento que sabe distinguir entre sueños que son sueños y un verdadero encuentro con Dios. Solo porque San José ya estaba en camino hacia la Persona de la Palabra, hacia el Señor, hacia el Salvador, pudo discernir; Dios podía hablar con él y entendió: esto no es un sueño, es verdad, es la aparición de Su ángel. Y así pudo discernir y decidir.
También para nosotros es importante esta sensibilidad hacia Dios, esta capacidad de percibir que Dios habla conmigo, y esta capacidad de discernimiento. Claro, Dios normalmente no nos habla como habló a través del ángel a José, pero tiene sus formas de hablarnos también a nosotros. Son gestos de ternura de Dios, que debemos percibir para encontrar alegría y consuelo, son palabras de invitación, de amor, incluso de solicitud en el encuentro con personas que sufren, que necesitan una palabra o un gesto concreto de mi parte, un hecho. Aquí es necesario ser sensibles, conocer la voz de Dios, entender que ahora Dios me está hablando y responder.
Y así hemos llegado al tercer punto: la respuesta de San José a la palabra del ángel es fe y luego obediencia, hecho. Fe: entendió que esta era realmente la voz de Dios, no era un sueño. La fe se convierte en el fundamento sobre el cual actuar, sobre el cual vivir, es reconocer que esta es la voz de Dios, el imperativo del amor que me guía en el camino de la vida, y luego hacer la voluntad de Dios. San José no era un soñador, aunque el sueño fuera la puerta por la cual Dios había entrado en su vida. Era un hombre práctico y sobrio, un hombre de decisión, capaz de organizar. No fue fácil, creo, encontrar en Belén, porque no había lugar en las casas, el establo como un lugar discreto y protegido y, a pesar de la pobreza, digno para el nacimiento del Salvador. Organizar la huida a Egipto, encontrar cada día un lugar para dormir, para vivir durante mucho tiempo: esto exigía un hombre práctico con sentido de acción, con la capacidad de enfrentar desafíos, de encontrar las posibilidades de sobrevivir. Y luego, al regreso, la decisión de volver a Nazaret, de fijar allí la patria del Hijo de Dios, también esto muestra que era un hombre práctico, que como carpintero vivió y posibilitó la vida cotidiana.
Así que San José nos invita, por un lado, a este camino interior en la palabra de Dios, para estar cada vez más cerca de la persona del Señor, pero al mismo tiempo nos invita a una vida sobria, al trabajo, al servicio cotidiano para hacer nuestro deber en el gran mosaico de la historia.
Agradecemos a Dios por la hermosa figura de San José. Oremos: "Señor, ayúdanos a estar abiertos a Ti, a encontrar siempre más Tu rostro, a amarte, a encontrar el amor en la norma, estar arraigados, realizados en el amor. Ábrenos al don del discernimiento, a la capacidad de escucharte a Ti y a la sobriedad de vivir según tu voluntad y nuestra vocación". ¡Amén!
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