Cada 14 de diciembre se celebra al gran San Juan de la Cruz, carmelita descalzo y Doctor de la Iglesia. En uno de los momentos más duros que le tocó vivir, la Virgen se le apareció y le indicó el modo de escapar de una cárcel, en la que fue puesto por otros religiosos.
En el libro Vidas de los Santos, del P. Alban Butler, se narra que San Juan de la Cruz (1542-1591), en medio de la reforma carmelita que desembocó en el surgimiento de los Carmelitas Descalzos, recibió una orden del Provincial carmelita de Castilla para que regresara al convento de Medina del Campo.
San Juan no aceptó la orden, indicando que el Nuncio del Papa lo había mandado a Ávila. El provincial no quiso escuchar razones y mandó a varios hombres armados para que se lo llevaran a la fuerza hasta Toledo.
Allí se le pidió al santo que dejara sus ideas de reforma, pero como no aceptó, entonces fue encerrado en una pequeña y tenebrosa celda, donde fue cruelmente golpeado y cuyas marcas le quedaron para toda la vida.
Cierto día, vísperas de la fiesta de la Asunción de la Virgen, un prior entró en la prisión donde estaba San Juan. El lugar tenía un olor insoportable. Al ver al santo recostado, el religioso lo pateó. De inmediato San Juan se disculpó por no haberlo podido saludar ya que se encontraba débil y sin fuerzas para levantarse.
El prior le preguntó en qué estaba pensando absorto y él le expresó que deseaba poder celebrar la Misa al día siguiente por la fiesta de la Virgen. Entonces, el religioso le respondió: “No lo haréis mientras yo sea superior”.