Este domingo 19 de noviembre, en el marco de la Jornada Mundial de los Pobres, el Papa Francisco celebró la Santa Misa en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
A continuación, la homilía completa del Santo Padre:
Tres hombres se encuentran con una enorme riqueza entre las manos, gracias a la generosidad de su señor que parte para un largo viaje. Ese patrón, sin embargo, un día volverá y llamará de nuevo a aquellos siervos, con la esperanza de poder gozar con ellos, por la forma en que, durante ese tiempo, hicieron fructificar sus bienes. La parábola que hemos escuchado (cf. Mt 25,14- 30) nos invita a detenernos en dos itinerarios: el viaje de Jesús y el viaje de nuestra vida.
El viaje de Jesús. Al inicio de la parábola, Él habla de “un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes” (v. 14). Este “viaje” evoca el misterio mismo de Cristo, Dios hecho hombre, su resurrección y ascensión al cielo. Él, que bajó desde el seno del Padre para venir al encuentro de la humanidad, muriendo destruyó la muerte y, resucitando, volvió al Padre. Al concluir su jornada terrena, Jesús emprende su “viaje de regreso” hacia el Padre. Pero, antes de partir nos entregó sus bienes, un auténtico “capital”: nos dejó a sí mismo en la Eucaristía, su Palabra de vida, a su Madre como Madre nuestra, y distribuyó los dones del Espíritu Santo para que nosotros podamos continuar su obra en el mundo.
Estos “talentos” son otorgados —especifica el Evangelio— “a cada uno según su capacidad” (v. 15) y por tanto para una misión personal que el Señor nos confía en la vida cotidiana, en la sociedad y en la Iglesia. Lo afirma también el apóstol Pablo: “cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido. Por eso dice: “Cuando subió a lo alto, llevó consigo a los cautivos y repartió dones a los hombres” (Ef 4,7-8).
Fijemos la mirada en Jesús, que recibió todo de las manos del Padre, pero no retuvo esa riqueza para sí, “no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor” , dice Pablo. (Fil 2,6-7). Se revistió de nuestra frágil humanidad, como el buen samaritano alivió nuestras heridas, se hizo pobre para enriquecernos con la vida divina (cf. 2 Co 8,9), y subió a la cruz.