“Yo ahí voy al inicio del [Concilio] Vaticano II, Juan XXIII tuvo una percepción muy clara, que la Iglesia tenía que cambiar. Pablo VI vio que la Iglesia tenía que cambiar y siguió con eso, y todos los Papas siguen con esto. No se trata solamente de cambiar de moda —o ahora se usan estos ornamentos y los otros no—, se trata de un cambio de crecimiento, un cambio en favor de la dignidad de las personas. Y ahí también está la progresión teológica, la progresión de la teología moral, todas las ciencias eclesiásticas, incluso la interpretación de las Escrituras, que han ido progresando bien de acuerdo al sentir de la Iglesia. Siempre en armonía ¿no?. Las rupturas no son buenas. O se progresa por desarrollo o terminamos mal. Las rupturas te dejan fuera de la savia de un desarrollo. Me gusta usar esa imagen del árbol, las raíces. La raíz recibe toda la humedad de la tierra y la tira para arriba a través del tronco. Cuando uno se separa de eso, termina seco, sin tradición. Tradición en el buen sentido de la palabra. Todos tenemos una tradición, todos tenemos una familia, todos nacimos con una cultura de un país, una cultura política. Todos tenemos una tradición de la cual debemos hacernos cargo”.
Sobre la complementariedad entre la tradición y el progreso, el Santo Padre señaló que “en la Iglesia este progreso es necesario y, frente a estas novedades, la Iglesia tiene que insertar una reflexión muy seria para ver cómo las inserta y sin son válidas o no válidas, o humanas o no humanas, hay novedades que no son humanas”.
“La Iglesia debe tomar en mano y toma en mano lo humano. Y Dios se hizo hombre, no se hizo teoría filosófica. Se hizo hombre, se hizo humano. La humanidad es algo consagrado por Dios. Entonces, todo lo que es humano tiene que ser asumido y el progreso tiene que ser humano, en armonía con la humanidad”, indicó, y subrayó que “se debe dialogar con todo progreso científico. La Iglesia tiene que dialogar con todos, pero desde su identidad, no desde una identidad prestada”.
Llorente le preguntó luego cómo “se resuelve la tensión entre cambiar y no perder parte de su esencia”, a lo que el Obispo de Roma respondió que, “a través del diálogo y la consideración de los nuevos desafíos”, la Iglesia “ha cambiado muchas cosas”, especialmente en los últimos 150 años.
Como ejemplo, mencionó el hecho de que un Papa diera “entrevistas como ésta” y citó al teólogo Vicente de Lerins, del siglo IV, quien “decía que los cambios en la Iglesia tienen que tener tres condiciones para que sean verdaderos: un cambio que se consolide con los años, una Iglesia que crezca con el tiempo y que se sublime con los años”.
“La Iglesia tiene que cambiar, pensamos cómo cambió desde el Concilio hasta ahora y cómo tiene que seguir cambiando en la modalidad, cambiando en el modo de proponer una verdad que no cambia. O sea, la revelación de Jesucristo no cambia, el dogma de la Iglesia no cambia, pero crece, se desarrolla y se sublima como la savia de un árbol. Se expresa mejor. El que no está en esta vía es uno que da un paso atrás y se encierra en sí mismo. Los cambios en la Iglesia se dan en este flujo de la identidad de la Iglesia y tiene que ser abierta. Y tiene que ir cambiando a medida que los desafíos le vayan presentando cosas. De ahí que el núcleo de su cambio sea esencialmente pastoral, sin renegar de lo esencial de la Iglesia”.