13 de diciembre de 2024 Donar
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Asociación que acompaña a enfermos a Lourdes cumple 100 peregrinaciones

La Hospitalidad de Lourdes de Madrid en la gruta de Massabielle (Francia)./ Crédito : Nicolás de Cárdenas.

Fundada en 1958, la Hospitalidad Nuestra Señora de Lourdes de Madrid realiza esta semana su peregrinación número 100, una visita que desde hace décadas realizan juntos enfermos y voluntarios para encontrarse con Cristo de la mano de la Virgen. 

Así lo inició un grupo de mujeres a mitad del siglo pasado, y hoy es una asociación dependiente del Arzobispado de Madrid que moviliza a centenares de personas dos veces al año. 

A lo largo de las tres primeras décadas, hasta comienzos de los años 90 del pasado siglo, se peregrinaba una sola vez al año, en mayo. Desde entonces, salvo durante la pandemia por covid, se acude también en el mes de octubre a la gruta de Massabielle, donde la Virgen se presentó por primera vez a la pequeña Bernadette Soubirous el 11 de febrero de 1858. 

Las peregrinaciones actualizan ese primer encuentro con la Virgen, quien se presentó en el dialecto local que podía entender la joven entonces analfabeta, como “Que soy era la Inmaculada Concepciou”, inscripción que permanece a los pies de la imagen que hoy se venera en el Santuario. 

Durante los primeros años, los peregrinos de la Hospitalidad de Madrid se desplazaban hasta Lourdes en el conocido como “tren de la esperanza”, luego cambiado por modernos autobuses que permiten una mayor comodidad a los peregrinos, en especial a los que tienen problemas de movilidad. 

Íñigo Baldasano es miembro de la Hospitalidad y peregrinó como camillero por primera vez cuando tenía 19 años, junto a su hermana, en octubre de 1991. Les animó su madre, que había peregrinado unos meses antes.

“Teníamos pavor por la poca experiencia que teníamos con enfermos (compis), pero por esa inquietud juvenil de probar todo, allí que fuimos” rememora para ACI Prensa. 

En su primer viaje, en el tren, le pidieron que acompañara a un hombre en silla de ruedas al cuarto de baño: “Estaba solo, paralizado, incapaz de entender cuando él me decía ‘tella’.  Yo creía que me preguntaba ‘¿cómo te llamas?’ y le repetía mi nombre. Finalmente apareció un voluntario experto y vi la luz:  ‘Tella’ significaba botella”, algo de uso imprescindible para algunas personas. 

A las tres de la madrugada, al llegar a Irún, en la frontera con Francia, se producía uno de los momentos más complejos de la peregrinación: “Había que mover del tren español a francés todo el material, el equipaje, compis [compañeros, referido a los enfermos y discapacitados] y voluntarios…”, recuerda Baldasano.

“Nada más llegar al hotel del primer viaje, juré con mi hermana no volver”, explica, tras otra mala experiencia. Sin embargo, “después del primer día, todo cambió”, reconoce, debido a “la experiencia religiosa, la humildad de las piscinas, el lugar, tantas cosas”. 

Los voluntarios de la Hospitalidad de Lourdes Íñigo Baldasano (i) e Íñigo Rubio (d), junto al peregrino Antonio Gordo (c). Crédito: Íñigo Baldasano.

Después de 30 años acudiendo a Lourdes de forma ininterrumpida, algunos doblando en octubre y mayo, Baldasano ha estado presente en 38 de las 100 peregrinaciones de la Hospitalidad. 

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Echando la vista atrás, concluye: “Tantos compis y voluntarios en este tiempo. Santos que pasan por nuestro lado y no sabemos valorarlos hasta que nos faltan y los lloramos (Alejandra Díez, Antonio Gordo, Pedrito y otros muchos). Y lo más importante, después de tantos años buenos o malos, siempre he sentido el aliento de la Virgen para que fuera a verla…  ¡¡Gracias, Madre!!”.

"Quiero servir a Dios"

La experiencia de Baldasano contrasta con el horizonte que se le abre a Inés Gálvez, una joven sevillana que peregrina este mes de octubre por primera vez a Lourdes.

El anhelo, sin embargo, viene de lejos. En 2019, junto a su madre, vio la película Hospitalarios, las manos de la Virgen. “Desde ese momento decidí que tenía que ir a Lourdes, quería ser una enfermera, ayudar y, sobre todo, visitar a la Virgen”. 

Lo que más le llamó la atención fue la alegría, la juventud y los testimonios de los enfermos. Llegó a apuntarse, pero diversas circunstancias se lo impidieron. Luego llegó el covid, después el año de beca Erasmus en el extranjero… “Así que este año tenía que ir, porque esta vez no me lo podía perder ni de broma”, explica en conversación con ACI Prensa. 

Esa determinación convive en su corazón con una cierta incertidumbre: “No sé bien qué espero encontrar. Voy con muchísimas ganas, pero a la vez con un poquito de miedo, porque no sé bien si voy a saber estar a la altura, si voy a poder ayudar”. 

Sin embargo, sí tiene claro lo esencial: “Quiero servirle a Dios y que me ayude. Quiero ver a la Virgen, rezar mucho y que esta peregrinación sea muy especial”, pues también la va a compartir con su novio Enrique Toscano.

Madurez en el compromiso

En cada grupo de peregrinación no puede faltar un sacerdote a disposición de todos sus miembros, para atender sus necesidades físicas, pero sobre todo las espirituales, pues todo el que acude allí está enfermo o herido en alguna medida. 

El P. Javier Medina, sacerdote diocesano de la Archidiócesis de Madrid, descubrió la Hospitalidad siendo un niño, cuando su madre, tras superar una pancreatitis, acudió al Santuario de Lourdes a dar gracias. Desde entonces y tras su conversión, lo tuvo muy presente. 

Primero quiso ir como camillero, pero no fue posible por motivos económicos. Ya como seminarista, acudió en varias ocasiones a la gruta de Massabielle. Poco después, como miembro de la Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad de España (Frater), pues tiene una parálisis en un brazo, este sacerdote comprobó que la Hospitalidad es más que una organizadora de peregrinaciones.

“Murió una fraterna que había peregrinado a Lourdes y dos hospitalarios se hicieron presentes. Entendí que la hospitalidad era más que cinco días de peregrinación”, explica a ACI Prensa.

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Su amistad con el consiliario de la Hospitalidad, P. Guillermo Cruz, le llevó a unirse a uno de los equipos camino de Lourdes. Y lo pudo hacer, además, con su madre.

“La primera peregrinación, fue una pasada [muy buena] por todo: por la propia Hospitalidad, por el equipo, por las personas que se habían inscrito y que acompañaban peregrinando desde su realidad concreta de ser o bien enfermos o de discapacidad de distintos tipos. Me maravilló esa dimensión eclesial que era la Hospitalidad”, relata. 

El P. Javier Medina junto a su madre, en el Santuario de Lourdes. Crédito: P. Javier Medina.

En cada peregrinación, hay una ceremonia en la que algunos voluntarios hacen su consagración a la Virgen al completar sus cinco primeras visitas al Santuario. En ella, el P. Javier percibió una llamada a consagrarse a la Virgen al servicio del mundo de la discapacidad. 

Esta centésima peregrinación “evoca esa madurez, ese compromiso pasado de padres a hijos muchas veces, y tantas y tantas historias de sanación, de encuentros, de vida”, detalla, antes de animar a seguir con la labor: “A por la 200, que la verán vuestros hijos. ¡Qué bendición formar parte de esta realidad eclesial,  de encontrarte en los distintos equipos a los que me ha tocado servir, ver esa realidad multiplicada!”.

El “encuentro de dos adolescentes”, como lo describe Santa Bernadette Soubirous, ha transformado la vida de muchos miembros de la Hospitalidad a lo largo de los años. Así sucede, por ejemplo, con Rocío Más, que acudió a la primera peregrinación en 1958. El pasado mes de mayo, le rindieron un sentido homenaje por toda una vida entregada.

La hospitalaria Rocío Más (primera fila, en el centro), junto al Equipo de Material de la Hospitalidad de Lourdes de Madrid. Crédito: Nicolás de Cárdenas.

Vinculada desde hace años al equipo que prepara los materiales necesarios. “Esta semana estoy yendo todos los días al almacén a seguir ayudando”, explica a sus 98 años a ACI Prensa a la salida de Misa el pasado domingo.

Algunas familias ya van por la tercera generación de hospitalarios, nietos de las pioneras (casi todas mujeres), y no son pocos los que se han comprometido a fundar nuevas a los pies de la Virgen. En las peregrinaciones también se forjan amistades en Cristo y, al concluir cada una de ellas, un anhelo de volver pronto.

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