Como es habitual al regresar de un viaje apostólico, el Papa Francisco dedicó su catequesis de la Audiencia General de este miércoles a reflexionar sobre su visita a Marsella, donde estuvo desde el viernes 22 hasta el sábado 23 de septiembre.
A continuación, la catequesis completa del Santo Padre:
¡Queridos hermanos y hermanas!
A finales de la semana pasada fui a Marsella para participar en la conclusión de los Rencontres Méditerranéennes, que han involucrado a obispos y alcaldes de la zona mediterránea, junto con numerosos jóvenes, para que la mirada se abriera al futuro. En efecto, el evento de Marsella se titulaba “Mosaico de esperanza”. Este es el sueño, este es el desafío: que el Mediterráneo recupere su vocación de ser laboratorio de civilización y de paz.
El Mediterráneo, lo sabemos, es cuna de civilización, y una cuna es para la vida. No es tolerable que se convierta en tumba, y tampoco en lugar de conflicto. No. El Mar Mediterráneo es lo más opuesto que hay al enfrentamiento entre civilizaciones, a la guerra, a la trata de seres humanos. Es exactamente lo contrario: el Mediterráneo comunica África, Asia y Europa; el norte y el sur, oriente y occidente; las personas y las culturas, los pueblos y las lenguas, las filosofías y las religiones.
Cierto, el mar siempre es de alguna manera un abismo que superar, e incluso puede llegar a ser peligroso. Pero sus aguas custodian tesoros de vida, sus olas y sus vientos llevan embarcaciones de todo tipo. En resumen: es lugar de encuentro y no de enfrentamiento, de vida y no de muerte.