San Benito (480-547) fundó su primer monasterio en Montecasino (Italia) y siguió una regla muy estricta de mortificaciones, convirtiéndose en un gran exorcista. Santa Escolástica también fundó un convento, cerca de donde vivía su hermano.
Se reunían para rezar y conversar de la vida espiritual. Un día Benito tenía que separarse de ella por respeto a sus reglas, pero la habían pasado tan bonito hablando de Dios y cantando, que ella oró para que cayera una lluvia torrencial. Así, ambos continuaron con su edificante compartir. El monje falleció poco después de que su hermana partiera al cielo.
3. San Francisco y Santa Jacinta Marto
Estos niños santos tuvieron el privilegio de contemplar en vida a Nuestra Señora de Fátima. Tras las apariciones, Francisco Marto (1908-1919) solía frecuentar al Santísimo. A él le pareció que Jesús y la Virgen estaban muy tristes y por ello buscaba consolarlos con sus oraciones y sacrificios.
Jacinta Marto (1910-1920), por su parte, rezaba mucho por la conversión de las almas que están en peligro de condenarse en el infierno. Además, ofrecía sacrificios por el Santo Padre. Los dos hermanos rezaban asiduamente el Santo Rosario. Sus restos están enterrados en el Santuario de Fátima, en Portugal.
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