El misionero español P. Alexandre Alapont tenía planeado partir a la Casa del Padre desde su tierra de adopción, Zimbabue, adonde llegó en 1957, un año después de ser ordenado sacerdote. Unos años más tarde, se unió al Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME).
Sin embargo, la Providencia dispuso que falleciera el pasado 7 de septiembre en la Casa Sacerdotal Betania en Quart de Poblet, en la Archidiócesis de Valencia, de la que era originario, a los 90 años.
Allí residía desde hace un tiempo, cuando llegó muy enfermo, “casi muerto”, según subraya el delegado diocesano de misiones, P. Arturo Javier García, a ACI Prensa. Con los cuidados necesarios, “luego se recuperó y volvió a andar”, pero ya no retornó a África.
Su deseo de haber ofrecido su último aliento en Zimbabue no era retórico. Lo dejó planeado a conciencia.
Así lo refiere el P. Carmelo Pérez-Adrados, quien ha compartido con ACI Prensa el breve opúsculo que es costumbre escribir entre los misioneros cuando uno fallece: “Como yo era el más joven, me dio tierra de su pueblo, La Alcudia -Valencia-, para derramarla junto a la de los nambias, y el texto que debía escribir en su epitafio”.
El P. Pérez-Adrados es también miembro del IEME y conoció la fatal noticia en Manila (Filipinas), donde estaba recibiendo una formación junto a otros misioneros. Entonces recordó su llegada a Zimbabue en 1988.