Ha sido el santo pueblo fiel de Dios que ha ungido de este modo este santuario, este lugar de oración. El santo Pueblo de Dios que, como nos dice el Concilio Vaticano II, es infalible en la creencia.
Todavía hoy, para todos, la Bonne Mère [Buena Madre] es protagonista de un tierno “cruce de miradas”. Por una parte, la de Jesús, a la cual Ella siempre nos señala y cuyo amor se refleja en sus ojos. El gesto más auténtico de la Virgen es este, ‘hagan lo que Él les diga’, señalar a Jesús. Jamás así [se señala a sí mismo], siempre señalar a Jesús.
Por otra, las de tantos hombres y mujeres de toda edad y condición, que Ella recoge y lleva a Dios, como hemos recordado al inicio de esta oración, depositando a sus pies un cirio encendido. Así pues, en la encrucijada de pueblos que es Marsella, es precisamente sobre este cruce de miradas que quisiera reflexionar con ustedes, porque en él me parece que se expresa bien la dimensión mariana de nuestro ministerio. En efecto, también nosotros, sacerdotes y consagrados, estamos llamados a hacer sentir a la gente la mirada de Jesús y, al mismo tiempo, llevar a Jesús la mirada de los hermanos. En el primer caso somos instrumentos de misericordia, en el segundo, instrumentos de intercesión.
La primera mirada es la de Jesús que acaricia al hombre. Es una mirada que va de arriba hacia abajo, pero no para juzgar, sino para levantar al que está en el suelo. Es una mirada llena de ternura, que se transparenta en los ojos de María. Y nosotros, llamados a transmitir esta mirada, tenemos que abajarnos, sentir compasión, esta palabra la subrayo: compasión. No olvidemos que el estilo de Dios es el de la cercanía, de la compasión y de la ternura. Tener compasión, hacer nuestra «la paciente y alentadora benevolencia del Buen Pastor, que no reprocha a la oveja perdida, sino que la carga sobre sus hombros y hace fiesta por su retorno al redil (cf. Lc 15,4-7)» (Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 41). A mí me gusta pensar que el Señor no sabe hacer este gesto [señalar], sino que sabe hacer este gesto [extender la mano para levantar al caído].
Hermanos, hermanas, aprendamos de esta mirada, no dejemos que pase un día sin hacer memoria del momento en que la hemos recibido sobre nosotros, y hagámosla nuestra, para ser hombres y mujeres de compasión. Cercanía, compasión y ternura, no lo olviden. Tener compasión significa que uno está cercano y tiene ternura; abramos las puertas de las iglesias y casas parroquiales pero sobre todo las del corazón, para mostrar el rostro de nuestro Señor a través de nuestra mansedumbre, amabilidad y hospitalidad. Que cualquiera que se les acerque no encuentre distancias y juicios, sino el testimonio de una humilde alegría, más fructífera que cualquier capacidad ostentosa. Que los heridos de la vida encuentren un puerto seguro en vuestra mirada de acogida, un aliento en vuestro abrazo, una caricia en vuestras manos, capaces de enjugar lágrimas. Aun en las numerosas ocupaciones de cada día, no dejen, por favor, que decaiga el calor de la mirada paterna y materna de Dios. Y a los sacerdotes por favor, en el sacramento de la Penitencia, perdonen siempre, sean generosos como Dios es generoso con ustedes, y con el perdón de Dios se abren tantos caminos en la vida. Es hermoso hacerlo concediendo su perdón a los hombres con generosidad, siempre, siempre, para romper las cadenas del pecado, por medio de la gracia, y liberarlos de bloqueos, remordimientos, rencores y miedos contra los cuales no pueden vencer solos. Es hermoso redescubrir con admiración, a cualquier edad, la alegría de iluminar las vidas en los momentos alegres y tristes con los sacramentos, y de transmitir en el nombre de Dios esperanzas inesperadas: su cercanía que consuela, su compasión que cura, su ternura que conmueve. Estén cerca de todos, especialmente de los más frágiles y menos afortunados, y que no les falte nunca a los que sufren vuestra cercanía atenta y discreta. Así crecerán en ellos, pero también en ustedes, la fe que anima el presente, la esperanza que abre al futuro y la caridad que dura para siempre. Este es el primer movimiento: llevar a los hermanos la mirada de Jesús.
Hay un solo momento en la vida en el cual una cosa es lícita, mirar una persona de arriba hacia abajo, es cuando nosotros tratamos de tomarla por la mano y levantarla, los otros momentos son pecados de soberbia. Miren a las personas que están abajo y con la mano, consciente o inconscientemente te piden que lo levantes. Tómenlo con la mano y levántenlo, un gesto muy hermoso, que no se puede hacer sin ternura.