El 8 de julio de 2013, el Papa Francisco emprendió el primer viaje oficial de su pontificado. Se dirigió a la isla italiana de Lampedusa, donde arrojó flores rosas al Mar Mediterráneo, que se ha convertido en “el cementerio más grande del mundo” debido al gran número de refugiados que mueren, como lo describió más tarde.
A la isla llegan cada año miles de inmigrantes que huyen de África a través del mar, muchos de los cuales mueren en busca de una vida mejor. A lo largo de sus diez años de pontificado, Francisco ha defendido siempre los derechos de los migrantes y refugiados.
En Marruecos, en 2019, el Santo Padre pidió una respuesta generosa, preparada, sabia y perspicaz a los desafíos que plantea la migración en el mundo actual. En Estambul (Turquía), esperaba que el apoyo de la comunidad internacional a los refugiados no disminuyera. En el Congreso de Estados Unidos destacó la necesidad de mirar los rostros de los migrantes, escuchar sus historias y tratar de hacer todos los esfuerzos posibles para ayudarlos.
En 2016 viajó a la isla griega de Lesbos, donde aseguró a 3.000 refugiados que no eran olvidados y les pidió que no perdieran la esperanza. En su viaje de regreso llevó consigo a Italia a 12 sirios desplazados, como una muestra de solidaridad y acogida. En sus numerosos viajes apostólicos ha visitado a refugiados y escuchado sus testimonios.
Los migrantes no dejan de volcarse al Mediterráneo y el número de fallecidos no ha disminuido. Por ello, y a petición del presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, Cardenal Gualtiero Bassetti, se lanzó una iniciativa para que los obispos de ciudades mediterráneas se reunieran en la ciudad italiana de Bari en 2020. El título del encuentro fue “El Mediterráneo, fronteras de paz: un encuentro de pensamiento y espiritualidad”.
Los obispos se reunieron en febrero de ese año y el Papa asistió al encuentro, expresando su preocupación por quienes huyen de la guerra y manifestó que esta es “una locura ante la que no podemos rendirnos”.