En la fiesta de la acogida a los cientos de miles de jóvenes que hacen arder de amor y fe las calles de Lisboa esta semana, el Papa Francisco les recordó a todos: "Ninguno de nosotros es cristiano por casualidad. ¡Todos fuimos llamados por nuestros nombres!", porque "somos amados. ¡Qué lindo!". Ello sin duda ha tocado a muchos corazones, también el de los tres jóvenes que este viernes han ofrecido su testimonio en las estaciones del Vía Crucis en las que se ha meditado en las tres caídas de Jesús.
"Me crie lejos de la Iglesia pese a estar bautizada y haber hecho la Comunión. Y a medida que crecí, me fui perdiendo en el mundo. Con poco más de 18 años vivía como casada sin estarlo y tenía una relación muy dependiente que iba de mal en peor. Con 24 años, después de terminar de estudiar arquitectura, tuve un accidente que lesionó mi médula y empecé a vivir en una silla de ruedas", relató Esther, una española de 34 años que compartió su experiencia antes y después de encontrarse con Dios, a quien cariñosamente llama "Padre del Cielo".
Estar en silla de ruedas fue una experiencia compleja, que la sacó del ambiente en el que estaba y le cambió la mirada sobre su propia vida, haciéndole entender que no lo estaba haciendo bien, que tal vez se estaba perdiendo de lo mejor.
"Me preocupaba mucho por el futuro, intentando huir del sufrimiento. Y todo lo intentaba conseguir sola. Y es que no conocía a mi Padre en el Cielo, y no le conocería hasta años más tarde".
Poco a poco fue mejorando, se aficionó al deporte, encontró un trabajo soñado y conoció a Nacho, su "mejor regalo", quien luego sería su esposo. Por creer las cosas que les decía el mundo y al verse embarazada, decidieron abortar, algo que simplemente la devastó.