Y es un gran desafío, especialmente en los contextos en que los sacerdotes y los consagrados están cansados porque, mientras las exigencias pastorales aumentan, ellos son cada vez menos. Sin embargo, en esta situación podemos ver una ocasión para involucrar, con impulso fraterno y sana creatividad pastoral, a los laicos. Las redes de los primeros discípulos, entonces, se convierten en una imagen de la Iglesia, que es una "red de relaciones" humanas, espirituales y pastorales. Si no hay diálogo, corresponsabilidad y participación, la Iglesia envejece. Entonces tenemos a esos agentes de pastoral que parecen más bien patrones de estancia y no coordinadores de grupos de Iglesia. Y la Iglesia envejece.
Quisiera decirlo así: jamás un obispo sin su presbiterio y el Pueblo de Dios; jamás un sacerdote sin sus compañeros; y todos unidos como Iglesia -sacerdotes, religiosas, religiosos y fieles laicos-, nunca sin los otros, sin el mundo. Sin mundanidad, eso sí, pero no sin el mundo. Sin el espíritu del mundo, pero no sin el mundo. En la Iglesia nos ayudamos, nos sostenemos mutuamente y estamos llamados a difundir también fuera un clima constructivo de fraternidad. Por otra parte, san Pedro escribe que somos las piedras vivas empleadas para la construcción de un edificio espiritual (cf. 1 P 2,5). Quisiera agregar: ustedes fieles portugueses son también una "calçada", son las piedras valiosas de ese suelo acogedor y resplandeciente sobre el cual el Evangelio necesita caminar; ni una piedra puede faltar, de lo contrario se nota inmediatamente. ¡Esta es la Iglesia que, con la ayuda de Dios, estamos llamados a construir!
Por último, la tercera decisión: ser pescadores de hombres. No tengan miedo. Eso no es hacer proselitismo, es anunciar el Evangelio que provoca. En esta imagen tan linda de Jesús, ser pescadores de hombres. Jesús confía a los discípulos la misión de navegar en el mar del mundo. Con frecuencia el mar en la Escritura está asociado al lugar del mal y las fuerzas desfavorables que los hombres no logran dominar. Por eso, pescar personas y sacarlas del agua significa ayudarlas a salir del abismo donde se habían hundido, salvarlas del mal que amenaza con ahogarlas, resucitarlas de todas formas de muerte. Pero esto sin proselitismo, sino con amor. Y una de las señales de algunos movimientos eclesiales que están andando mal, es el proselitismo. Cuando un movimiento eclesial o una diócesis o un obispo o un cura o una monja o un laico hacen proselitismo, eso no es cristiano. Cristiano es invitar, acoger, ayudar, pero sin proselitismo.
El Evangelio, en efecto, es un anuncio de vida en el mar de la muerte, es un anuncio de libertad en los torbellinos de la esclavitud, de luz en el abismo de las tinieblas. Como afirma san Ambrosio, «los instrumentos de la pesca apostólica son como las redes; en efecto, las redes no causan la muerte del que queda atrapado, sino que lo guardan con vida, lo sacan de los abismos a la luz» (Exp. Luc. IV, 68-79).
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Hay muchos abismos en la sociedad de hoy, también aquí en Portugal. Tenemos la sensación de que falta el entusiasmo, que falta la valentía de soñar, la fuerza de afrontar los desafíos, la confianza en el futuro; y, mientras tanto, navegamos en la incertidumbre, en la sobre todo en la precariedad económica, en la pobreza de amistad social, en la falta de esperanza. A nosotros, como Iglesia, se nos ha confiado la tarea de sumergirnos en las aguas de este mar echando la red del Evangelio, sin señalar con el dedo, sin acusar, sino llevando a las personas de nuestro tiempo una propuesta de vida, la de Jesús: llevar la acogida del Evangelio, invitarlos a la fiesta, a una sociedad multicultural; llevar la cercanía del Padre a las situaciones de precariedad y de pobreza que aumentan, sobre todo entre los jóvenes; llevar el amor de Cristo allí donde la familia es frágil y las relaciones están heridas; transmitir la alegría del Espíritu allí donde reinan la desmoralización y el fatalismo. Uno de vuestros poetas escribió: «Para llegar al infinito, y creo que se puede llegar allí, es preciso que tengamos un puerto, uno solo, firme, y partir de él hacia lo Indefinido» (F. PESSOA, Livro do Desassossego, Lisboa 1998, 247). ¡Soñamos la Iglesia portuguesa como un "puerto seguro" para quienes afrontan las travesías, los naufragios y las tormentas de la vida!
Queridos hermanos y hermanas. A todos, laicos, religiosos, religiosas, sacerdotes, obispos, a todos, a todos: No tengan miedo, echen las redes. No vivan acusando 'esto es pecado', 'esto de aquí no es pecado'. Vengan todos, después hablamos. Pero que sientan primero la invitación de Jesús. Y después viene el arrepentimiento, después viene esa cercanía de Jesús. Por favor, no conviertan la Iglesia en una aduana. 'Acá entran los justos, los que están bien, los que están bien casados y afuera todos los demás'. No, la Iglesia no es eso. Justos y pecadores, buenos y malos, todos, todos, todos. Y después que el Señor nos ayude a arreglar ese asunto, pero todos.
Les agradezco de corazón, hermanos y hermanas, vuestra escucha, que por ahí fue aburrida; les agradezco todo lo que hacen, vuestro ejemplo, sobre todo el ejemplo escondido, y la constancia, ese levantarse todos los días para empezar de nuevo o para continuar lo empezado. Como dicen ustedes: Muito obrigado! Y los encomiendo a la Virgen de Fátima, a la custodia del ángel de Portugal y a la protección de sus grandes santos; especialmente, aquí en Lisboa, de San Antonio, apóstol incansable, que se lo 'roban' los de Padua, predicador inspirado, discípulo del Evangelio atento a los males de la sociedad y lleno de compasión por los pobres; que San Antonio interceda por ustedes y les alcance la alegría de una nueva pesca milagrosa. Después me cuentan. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
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