El océano, inmensa extensión de agua, recuerda los orígenes de la vida. En el mundo desarrollado de hoy, paradójicamente, se ha convertido en una prioridad la defensa de la vida humana, puesta en peligro por las derivas utilitaristas que la usan y la desechan, la cultura de la muerte. Pienso en tantos niños no nacidos y ancianos abandonados a su suerte; en la dificultad por acoger, proteger, promover e integrar a los que vienen de lejos y llaman a las puertas; en la soledad de muchas familias que luchan por traer al mundo y criar a sus hijos.
También aquí se podría decir: ¿Hacia dónde navegan, Europa y Occidente, con el descarte de los ancianos, los muros de alambre espigado, las tragedias en el mar y las cunas vacías? ¿Hacia dónde van si, ante el dolor de vivir, ofrecen remedios superficiales y equivocados, como el fácil acceso a la muerte, una solución de conveniencia que parece dulce, pero que en realidad es más amarga que las aguas del mar? Pienso en tantas leyes sofisticadas al respecto.
Lisboa, abrazada por el océano, nos da, sin embargo, motivos de esperanza. Es una ciudad de la esperanza. Un océano de jóvenes está inundando esta acogedora ciudad; y quisiera agradecer el gran trabajo y el generoso compromiso de Portugal para acoger un evento tan complejo de gestionar, pero fecundo en esperanza. Como se dice por estos lares: "Junto a la juventud, uno no envejece". Jóvenes de todo el mundo, que cultivan deseos de unidad, de paz y de fraternidad, jóvenes que sueñan, nos desafían a hacer realidad sus sueños de bien. No están en las calles para gritar de rabia, sino para compartir la esperanza del Evangelio. Y, si desde muchos sectores se respira hoy un clima de protesta e insatisfacción, terreno fértil para el populismo y las teorías conspirativas, la Jornada Mundial de la Juventud es una oportunidad para construir juntos. Reaviva el deseo de crear novedad, de hacerse a la mar y navegar juntos hacia el futuro.
Me vienen a la mente unas palabras audaces de Pessoa: "Navegar es preciso; vivir no es preciso […]; lo que es necesario es crear" (Navegar é preciso). Pongámonos a trabajar, pues, con creatividad para construir juntos. Imagino tres laboratorios de esperanza en los que todos podemos trabajar juntos: el medio ambiente, el futuro y la fraternidad. Yo con esto, termino.
Las Mejores Noticias Católicas - directo a su bandeja de entrada
Regístrese para recibir nuestro boletín gratuito de ACI Prensa.
Click aquí
El medio ambiente. Portugal comparte con Europa muchos esfuerzos ejemplares para la protección de la creación. Pero el problema global sigue siendo extremadamente grave: los océanos se están calentando y sus profundidades sacan a la superficie la fealdad con la que hemos contaminado nuestra casa común. Estamos convirtiendo las grandes reservas de vida en vertederos de plástico. El océano nos recuerda que la vida humana está llamada a armonizarse con un entorno más grande que nosotros, que hay que cuidar con esmero, pensando en las generaciones más jóvenes. ¿Cómo podemos decir que creemos en los jóvenes, si no les damos un espacio sano para construir el futuro? Este es el medio ambiente.
El segundo laboratorio es el futuro. Y el futuro son los jóvenes. Pero hay muchos factores que los desaniman, como la falta de trabajo, los ritmos frenéticos en los que están inmersos, el aumento del coste de la vida, la dificultad para encontrar vivienda y, lo que es aún más preocupante, el miedo a formar una familia y traer hijos al mundo. En Europa y, más en general, en Occidente, asistimos a una triste fase descendente de la curva demográfica. El progreso parece ser una cuestión de avances técnicos y de comodidades individuales, mientras que el futuro exige contrarrestar la disminución de la natalidad y el declive de las ganas de vivir.
La buena política puede hacer mucho en este sentido, puede ser generadora de esperanza. No está llamada a detentar el poder, sino a dar a la gente la posibilidad de esperar. Está llamada, hoy más que nunca, a corregir los desequilibrios económicos de un mercado que produce riqueza, pero no la distribuye, empobreciendo a los individuos de recursos y certezas. Está llamada a redescubrirse como generadora de vida y de cuidado, a invertir con clarividencia en el futuro, en las familias y en los hijos, a promover alianzas intergeneracionales, en las que no se borre el pasado de un plumazo, sino que se fomenten los vínculos entre jóvenes y mayores.
A esto se refiere el sentimiento portugués de la saudade, que expresa una nostalgia, un deseo de bien ausente, que sólo renace en contacto con las propias raíces. Los jóvenes tienen que encontrar sus raíces en los ancianos. En este sentido es importante la educación, que no sólo puede impartir nociones técnicas para progresar económicamente, sino que está destinada a entrar en una historia, a transmitir una tradición, a valorar la necesidad religiosa del hombre y a fomentar la amistad social.
El último laboratorio de esperanza es la fraternidad, que nosotros cristianos aprendemos de Nuestro Señor Jesucristo. En muchas partes de Portugal, el sentido de vecindario y solidaridad están muy vivos. Sin embargo, en el contexto general de una globalización que nos acerca, pero sin darnos proximidad fraterna, todos estamos llamados a cultivar el sentido de comunidad, empezando por la búsqueda de quienes viven a nuestro lado. Porque, como señaló Saramago, "lo que da verdadero sentido al encuentro es la búsqueda y es preciso andar mucho para alcanzar lo que está cerca" (Todos os nomes, 1997). ¡Qué hermoso es redescubrirnos como hermanos y hermanas, trabajar por el bien común, dejando atrás contrastes y diferencias de puntos de vista! También aquí tenemos a los jóvenes que, con su grito de paz y su deseo de vivir, nos llevan a derribar las rígidas barreras de pertenencia erigidas en nombre de opiniones y creencias diferentes.
He sabido que aquí hay muchos jóvenes que cultivan el deseo de hacerse prójimos; pienso en la iniciativa Missão País, que lleva a miles de chicos y chicas a vivir en el espíritu del Evangelio experiencias de solidaridad misionera en zonas periféricas, especialmente en aldeas del interior del país, donde visitan a muchos ancianos que están solos. Esto es una unción para la juventud. Quisiera agradecer y animar, junto a las muchas personas de la sociedad portuguesa que se preocupan por los demás, a la Iglesia local, que hace tanto bien, sin protagonismos. Sintámonos todos llamados, fraternalmente, a dar esperanza al mundo en que vivimos y a este magnífico país. ¡Deus abençoe Portugal!