María llevó consigo al mismo Jesús que había concebido. Y Jesús es "Dios con nosotros", para ser Dios con todos. De ahí la prisa por llevarlo a Isabel, incluso subiendo montañas.
Conocen esta "prisa", porque otros también corrieron al encuentro con ustedes para llevarlos a Jesús y a todo lo que Él les ofrece con amplios horizontes y vida en abundancia.
Ni siquiera necesitas entender las palabras todo el tiempo, como sucede ahora, entre tantos idiomas aquí reunidos. Porque los mismos ojos hablan y se sienten seguros y confiados, en el clima cristiano que crean juntos y en los gestos sencillos con los que se comunican. Verdaderamente hay "prisa en el aire", que circula entre ustedes y a donde lleguen en estos días. Un aire en el que circula el mismo Espíritu Divino, con la prontitud que sólo Dios tiene y comunica.
Cuando le dije al Papa Francisco que ese era precisamente el lema de nuestra Jornada -María se fue de prisa...- enseguida añadió que sí, de prisa, pero no con ansiedad.
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De hecho, el afán es por lo que aún no tenemos y queremos sin descanso. La prisa es diferente, es compartir lo que ya nos lleva. Por eso es una urgencia serena y sin prisas. Es como llegaste aquí y cómo estarás aquí, trayendo a los demás a lo que te trajo a ti mismo.
Por cierto, recuerdo un pasaje de los primeros cristianos en una sociedad que tardaba en comprenderlos: "en lo profundo de tu corazón, confiesa a Cristo como Señor, siempre dispuesto a dar la razón de tu esperanza a cualquiera que te la pida; con mansedumbre y reverencia, manteniendo limpia la conciencia…" (1 Pe 3,15-16).
Así estarás, con prisa pero sin angustia, como quien comparte lo que tiene. ¡Lo que los trajo aquí y llevarán acrecentado por la gracia de estos días!
Finalmente, el texto dice que María entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Queridos amigos, así también entre ustedes se tenderán la mano, con saludos verdaderos y alegres.
El Evangelio nos habla de la alegría del encuentro entre María e Isabel y del mutuo reconocimiento en que se produjo. El saludo de María fue tal que inspiró en su pariente la exclamación que tantas veces hemos repetido: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!". Y a las palabras de Isabel, María respondió con uno de los himnos más hermosos que hemos cantado desde entonces, el Magnificat.