Bevil Bramwell, OMI
El domingo pasado celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. La resplandeciente escena de la Natividad en nuestras iglesias habla claro y fuerte sobre la integridad de la familia como una firme y agraciada realidad humana. Dios eligió usar a una familia humana como la forma de hacer presente a su Hijo encarnado en el mundo como su Salvador. La maravilla natural de un hombre y una mujer que se casan y tienen hijos se convirtió en el contexto para el nacimiento y crecimiento del Salvador en la historia del Pueblo de Dios. La realidad creada se convirtió en realidad salvadora a través del poder del Espíritu de Dios: “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”.
Curiosamente, el domingo no oímos nada sobre alguna imagen idílica familiar en la que los niños juegan en el patio mientras los padres los observan en las gradas de la entrada de su casa. En vez de eso escuchamos la historia de la Sagrada Familia amenazada. Tuvieron que huir a Egipto para evitar la rabia asesina del rey Herodes. Eran refugiados, como lo son muchas familias hoy. Tuvieron que ir a Egipto. A nadie se le ocurre dejar al niño por la inconveniencia. Pese a todo, la integridad de esta familia hizo posible enfrentar la amenaza y lograr grandes cosas. La Providencia de Dios protegió al grupo natural orgánico compuesto por una madre, un padre y un niño. Este Dios además les envió mensajeros para guiar a la familia hacia Egipto y luego de regreso a Nazaret.
George Bernard Shaw dijo una vez: “tal vez el servicio social más grande que una persona puede realizar es generar una familia”. El hecho de que una familia exista y sea estable a través de los años es un inestimable servicio a la historia de la humanidad. Es casi como si la familia regular hiciera eco de la Sagrada Familia cuando realizó su gran servicio a la humanidad.
(El Concilio) Vaticano II hablaintensamente sobre esta rica red de relaciones a la que llamamos familia. Primeramente aplicó la palabra “familia” al conjunto de la humanidad y elevó la voz de preocupación de la Iglesia por “la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo”. (GS 2)
En esta comunión con frecuencia poco apreciada, que la Iglesia tiene que desarrollar, el Concilio señala dos redes de relaciones insustituibles: principalmente nuestra familia y nuestras redes política y social. Estas son imprescindibles porque “la índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionados” (GS 25). El crecimiento de un ser humano y el desarrollo requieren ciertas presencias. En la parte más alta de la lista están que el ser humano necesita una presencia masculina y femenina. Necesitan ver el pleno florecimiento de un individuo masculino como hombre y esposo; y el pleno florecimiento de una mujer como mujer y esposa. Existen muchos defensores de estos aspectos de la existencia humana, al ser base también de las interacciones entre los jóvenes y mayores, entre hombre y mujer, y así sucesivamente.
En la unión matrimonial de un hombre y una mujer hay una “transferencia de personalidades” en el conocimiento y el deseo (Etienne Gilson). Forman una profunda unión física y espiritual que lleva ultimadamente a los niños. El Vaticano II describe esta unión con estas palabras: “el reconocimiento obligatorio de la igual dignidad personal del hombre y de la mujer en el mutuo y pleno amor evidencia también claramente la unidad del matrimonio confirmada por el Señor. Para hacer frente con constancia a las obligaciones de esta vocación cristiana se requiere una insigne virtud; por eso los esposos, vigorizados por la gracia para la vida de santidad, cultivarán la firmeza en el amor, la magnanimidad de corazón y el espíritu de sacrificio, pidiéndolos asiduamente en la oración” (GS 49).
La historia de la Sagrada Familia es una historia que irradia estas cualidades y la hace una familia cristiana como las que tienen que lidiar con las tensiones entre cada uno y con el mundo a mayor escala.
Las fuerzas espirituales y psicológicas de la familia se despliegan implacablemente de modo tal que “la familia es un tipo de escuela de más profunda humanidad” (Vaticano II). Es la pura intensidad del número y tipo de interacciones en la familia lo que hará que cada persona avance hacia hábitos y conceptos de lo que significa ser una madre y un padre, así como un hijo y una hija. Esto siempre presume, por supuesto, la entrega y el espíritu de sacrificio que son la marca registrada del cristiano.
Las pequeñas imágenes de la Sagrada Familia que adoran nuestros hogares e iglesias hablan de esta comunión de vida y su constante apertura a una humanidad más profunda y una vida bañada por la Providencia de Dios Todopoderoso: esto sucede en la familia y en ningún otro lugar.