Hadley Arkes
En este tiempo en el que recibimos a lectores de lenguas extranjeras, espero que nuestros lectores en inglés sean indulgentes si tomamos un momento para ofrecer algo de los argumentos de la escena estadounidense que podría no ser muy familiar para nuestros amigos en el exterior. Escribo algo aquí sobre lo dicho el sábado en Boston, en una reunión patrocinada por el Thomas More College en el “Católico estadista”—H.A.
Celebramos ahora el 50° aniversario de la elección de John Kennedy, lo que significa el 50° aniversario del más grande esfuerzo de Kennedy para asegurar a los bautistas y todos los demás, incluyendo a católicos, que un Presidente católico, o un político católico, no haría diferencia en relación a otro estadounidense común en la administración.
En la sutil cirugía moral practicada por John Kennedy, su promesa y oferta se cumpliría: el político católico en Estados Unidos se convertiría en realidad en algo nada distinto a otros políticos, y la jugada maestra, al cumplir ese fin, fue la de purgarse a sí mismo de cualquier modo de reflexión o entendimiento moral de lo que es claramente católico.
La movida común era asociar el catolicismo con asuntos relacionados a las creencias más personales y privadas, que parecieran no tener mayor valor mas que para el hombre que las afirma. Como John Courtney Murray señalaría luego, esta clase de movimiento implícitamente generaba la difamación y denigración del catolicismo. Las “creencias” no serían sino consideraciones imperfectas del conocimiento, y están establecidas como un conjunto de cosas que hacen frente a otras que aceptamos como verdades, verdades objetivas.
La movida para lograr que la doctrina católica o la enseñanza religiosa fuera vista como asunto de “creencia” consistía en hacer que se identificara a la religión con el dominio de lo irracional, como si la Iglesia no tuviera verdades que impartir al mundo. Se convertiría luego en un mantra entre los políticos católicos –los Kennedys, Bidens, Cuomos, Kerrys– quienes optaron por no imponer sus “creencias personales” a través de las leyes. Y el asunto que los mueve a afirmar esto era por supuesto el asunto contencioso del aborto.
Con esa movida dos generaciones de políticos católicos no solo han enseñado al público un falso entendimiento de moralidad, sino que han deformado a los católicos estadounidenses al enseñarles un falso entendimiento del catolicismo. La enseñanza de la Iglesia sobre el aborto nunca se ha basado en “creencias” o en cosas meramente “personales”. La enseñanza ha sido impartida comunalmente, basada en razones que son accesibles a todas las criaturas que razonan. Como explicaba Tomás de Aquino, la ley divina la conocemos a través de la Revelación pero la ley natural la conocemos a través de la razón que es natural a todos los seres humanos.
En mi propia enseñanza no he encontrado un modelo más claro del razonamiento de la ley natural que el fragmento de Abraham Lincoln que escribió para sí mismo cuando se imaginó conversando con un dueño de esclavos, preguntándole cómo justificaba haber esclavizado a un negro: ¿Era la inteligencia: que el negro era menos inteligente que el blanco? “Con esta afirmación –decía Lincoln– tienes que ser esclavo del primer hombre que te encuentres que posea un intelecto superior al tuyo”. ¿Era el color? “¿el claro tenía el derecho a esclavizar al más oscuro? Cuidado. Con esa regla tendrías que ser esclavo del primer hombre que encuentres que sea más claro que tú”.
El resultado era que no había nada que se pudiera argüir para descalificar a los negros que no se aplicase luego a los blancos también. Algunos de nosotros simplemente usamos el mismo proceso de raciocinio aplicado al aborto: ¿Por qué lo que crece en el vientre es menos que humano? ¿Todavía no habla? ¿No les pasa lo mismo a los sordomudos? ¿No tiene brazos o piernas? Otra gente ha perdido brazos y piernas sin haber dejado de ser seres humanos para recibir la protección de la ley. Y el resultado: no hay nada que alguien pueda citar para sacar a un niño del vientre y dejarlo sin protección legal que no pueda ser aplicado también a las personas que ya están fuera de él.
Quisiera resaltar que en esta cadena de razonamiento no hay nada relacionado a la fe o a la revelación. La enseñanza de la Iglesia ha sido un tejido de raciocinio moral unido a los hechos de la embriología. En otras palabras, uno no tiene que ser católico para entender el argumento del aborto, y esa ha sido precisamente la enseñanza de la Iglesia: el argumento depende simplemente de esa disciplina del razonamiento moral que se basa en la ley natural para los seres humanos.
Para muchos de nosotros lo que afirma la Iglesia ha sido profundizado por el hecho que Ella se ha convertido en el principal santuario del razonamiento de la ley natural en un tiempo en el que las corrientes del relativismo moral han ido corroyendo otras instituciones alrededor nuestro. No hace mucho escuché a un sacerdote de unos 80 años, que había liderado vigilias de oración afuera de clínicas de abortos e inducido a muchas de ellas a cerrar. Él resaltaba todo esto en una sola línea: “la Iglesia nunca cederá”. Me quedó tan claro que lo creo absolutamente. Lo creo indudablemente. Es la fe de la Iglesia en sí misma unida a la fe que profesamos, lo que hace que de hecho se sostenga nuestra fe en todo lo que la Iglesia enseña.