Por Robert Royal
Prácticamente cualquiera que preste algo de atención a los asuntos públicos conoce la famosa homilía que pronunció Joseph Ratzinger poco antes de ser elegido Papa en la que denunció la moderna “dictadura del relativismo”. El futuro Benedicto XVI correctamente marcó una conexión entre la supuesta tolerancia y apertura que profesa mucha gente opuesta a la fe y a la moral, y los poderosos medios que usan ahora para forzar a tener esta perspectiva a todos los demás.
Todo es cierto y profundo. Pero se ha vuelto más claro aún que ahora muchas de las amenazas a las creencias tradicionales religiosas y a la conducta no son exactamente el relativismo, ni la apertura, ni la tolerancia. Ni de lejos. Ahora se hace presente un grupo sustancioso de creencias y enseñanzas alternativas. Y afirmar que esta nueva fe es justa o neutral simplemente no soportaría el más pequeño análisis.
Tome por ejemplo el matrimonio homosexual aprobado en el estado de Nueva York. El terreno había sido preparado para esto con una serie de políticas públicas, para alegar, por ejemplo, que para todos nosotros la sexualidad es algo fluido y “socialmente construido”. Una especie de relativismo, si se quiere ver así.
Excepto que, parece que en el caso de los hombres y las mujeres homosexuales, ellos han nacido así o surgen como producto del “gen gay”. Si uno tiene sentimientos homoeróticos, en esta perspectiva, la naturaleza –y tal vez Dios– se han expresado en uno. Y uno es así. Incluso los gays que son infelices y quieren cambiar su orientación son alentados a creer que lo único que tienen es “homofobia internalizada”.
Este es el tipo de afirmación sencilla de la naturaleza o la biología que nos han enseñado a considerar cruda o ingenua –incluso ligeramente fascista– cuando es usada para apoyar la heterosexualidad como la norma, o a nociones como el matrimonio, la familia y padres de sexos opuestos como ideales para los niños. No se admite en estas áreas un llamado a la biología o a hechos claros.
La inconsistencia aquí es una clave: no estamos tratando aquí con una verdad científica o racional, sino con una ideología, de hecho, con un tipo alternativo de fe. Pese a que no hay sólida evidencia científica para el gen gay, y buena parte de la evidencia sobre el desastre que significa para los niños y adultos los resultados de esta manera de tratar el matrimonio, se convierte todo en una especie de fe ciega y en una cruzada moral para un segmento de la población que busca hacerlo todo al revés.
Nuestros radicales sociales deploran las cruzadas morales en principio cuando los cristianos se ponen de pie simplemente en nombre de la sabiduría acumulada y la práctica social de toda sociedad humana en todo tiempo. Los radicales alegan que la sociedad tiene que ser abierta y natural, y no estar dominada por reglas morales y públicas que son divisorias.
Pero las pasiones morales no se erradican simplemente porque cambiamos sus objetos. Si quieres creer que el matrimonio homosexual es un derecho humano fundamental –y eso es lo que está sucediendo aquí y en diversos foros internacionales– estás diciendo que cualquiera que piense diferente es moralmente repugnante y una amenaza, incluso antes de que haga cualquier cosa, para el tipo de actitudes que la gente decente debería tener. Esta es la razón por la que los tradicionales cristianos, judíos, musulmanes, budistas, etc. son –absurdamente– acusados de promover el “odio” como un valor familiar. Y pese a que los radicales están atentos a no establecer este punto demasiado claro –para evitar problemas políticos– simplemente han declarado que la moral religiosa tradicional es sinónimo de intolerancia.
Entonces tenemos una situación igual de absurda en la que la gran mayoría de la raza humana es tenida en cuenta como moralmente perversa por una pequeña minoría de la población que está en algunos países ricos. Mientras tanto, la historia del siglo XX se ve marcada por una serie de teorías enfermizas que parecían humanas y científicas en su momento, pero que de algún modo lograron el control en los niveles de poder y generaron un panorama con víctimas de varios tipos.
La revolución sexual ya ha producido una crisis de ilegitimidad –y un tsunami de problemas en la realidad concreta de estar relacionados– que parecía todo pero imposible antes de nuestro tiempo. Como es usual, los pobres y marginados son aquellos que más sufren. En cualquier medida, por ejemplo, el racismo está muy reducido respecto a lo que fue hace 50 años. Pero la ilegitimidad llega al 80 por ciento entre los negros, 5 veces lo que era en 1960.
No hay misterio aquí: la revolución sexual, más los programas de gobierno que sustituyeron a los padres produjeron aumentos similares, aunque menores en porcentajes absolutos, para todas las razas con las patologías sociales habituales y agregó una serie de confusiones psicológicas. Mientras tanto, sigue apareciendo una montaña de investigaciones sociales que demuestras que vivir en una familia estable y el culto religioso regular producen enormes ventajas en la salud y la felicidad humana
Este es el punto del argumento en el que el otro equipo pide tiempo y dice: mira, ustedes los heteros ya han realizado un trabajo de demolición sobre el matrimonio. ¿Qué daño puede hacer el pequeño porcentaje de gays que quieren casarse –aquellos pocos que son el 1 o 2 de la población– al final de cuentas?
Hay una respuesta simple: la ruptura familiar es un hecho, pero es un hecho que no niega que el rol crucial de la familia en principio. La legalización del matrimonio gay simplemente ignora la más importante de las uniones pre-políticas –la intrincada red de reproducción, afecto, educación y formación de nuevas generaciones que ha sido reconocida en toda sociedad como algo único e indispensable– al igualarla con cualquier unión de dos o más personas que pueden afirmar están unidas en matrimonio.
En los años 70s’, el Presidente Carter trató de realizar una “Conferencia en la Casa Blanca sobre la Familia” a la que los radicales obligaron a cambiar de nombre usando “las familias”, reconociendo las distintas formas de estas. Eso puede haber estado justificado, adecuadamente hecho, pero la definición de familia adoptada en la conferencia se aplicaba igualmente, como alguien observó, “a la familia tradicional y a dos borrachos que comparten un vagón de carga”.
Sólo espere a que tengamos nuestra primera familia Zar. Verá cosas que no va a creer. Y no se presentarán bajo la bandera del relativismo, sino bajo una fe diferente y muy militante.
Robert Royal es el editor de La Cuestión Católica y presidente del Faith & Reason Institute en Washington, D.C. Su libro más reciente es The God That Did Not Fail: How Religion Built and Sustains the West (El Dios que no fallí: Cómo la religión construyó y sostiene occidente).