Robert Royal en First Things
Durante la beatificación de Juan Pablo II, habían algunos afiches en Roma que mostraban el primer artículo de la Constitución italiana: “Italia es una República democrática fundada en el trabajo”. No sé si era una campaña de elementos anti-católicos especialmente dirigida contra la beatificación, cosa que es muy difícil de saber en Roma. Pregunté al respecto a varios italianos, individualmente, por el significado. ¿Era acaso la teoría de algunos marxistas sobre el trabajo y el valor social, de los días luego de la Segunda Guerra Mundial, en que el Partido Comunista italiano era fuerte?
Su opinión unánime: Ni siquiera eso. “Nada, no significa nada”.
Vale la pena recordar en el Día de la Memoria que un fenómeno similar ocurre en muchas naciones occidentales, pero no en Estados Unidos (o al menos no en el Estados Unidos que existió hasta que los tribunales se ocuparon en trabajar sobre nuestros cimientos). La mayoría de países están construidos sobre nada, o en abstracciones pasajeras que muy probablemente no proporcionan estabilidad ni energía.
El profesor Arkes con frecuencia resalta que la apertura del discurso de Abraham Lincoln en Gettysburg ofrece una pista de lo que solíamos pensar sobre Estados Unidos. Si se hace una cuenta hacia atrás desde 1863 hacia los “cuatro años y los siete años antes”, el punto sobre el que Lincoln y sus seguidores creían “nuestros padres crearon en este continente una nueva nación”, no se llega a la fecha de la Constitución (1787, ratificada en 1788) sino a 1776, el año de la Declaración de la Independencia.
Esa que decía: “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
No se especifica al Creado y los derechos que se enlista son debatibles. Pero hay un punto de partida de una visión del orden social que establece los cimientos con la base más sólida de todas: Dios mismo. Los firmantes sabían que lo estaban arriesgando todo: sus fortunas de toda una vida y su sagrado honor, como escribieron. Y explícitamente escogieron hacerlo “con la firme confianza de la protección de la Divina Providencia”.
El jesuita norteamericano John Courtney Murray, un académico que intentó mostrar los elementos del derecho natural en la fundación estadounidense –con lo poco desarrollados y algunas veces tenues como sabían que eran– argumentaba que existen tres sólidas deducciones de nuestros cimientos. La primera, son verdades –verdades importantes. La segunda, nosotros los seres humanos podemos conocerlas. Y por último, pero no por eso menos importante, nosotros –nosotros estadounidenses– sostenemos estas verdades, eso quiere decir que las aceptamos como la base en la que estamos.
En los Días de la Memoria, todavía hablamos mucho sobre los sacrificios de los valientes ciudadanos que hicieron para defender a esta nación. Pero cualquier país puede decir eso en honor a sus militares, la diferencia específica en nuestro caso es el tipo de orden social preservado por nuestros valientes hombres y mujeres. En los pequeños pueblos y vecindarios en todo el país, pese a las presiones de las élites, esa América será honrada hoy.
Eso sucede porque nuestra independencia no fue declarada solo con pasiones revolucionarias, pero en un esfuerzo bien razonado para colocar el caso al juicio del mundo.
Cuando en el curso de los eventos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los lazos políticos que los han conectado uno a otros y asumir entre los poderes de la tierra, la estación separada e igual a la que las leyes de la naturaleza y la Creación de Dios les da derecho, un respeto decente a las opiniones de la humanidad requiere que sean declaradas las causas que los obligan a esa separación.
Orgullosos como somos, en la mayoría de la historia que siguió, es destacable cuán lejos estamos hoy de tales maneras de pensamiento en nuestro discurso público. Es una leve exageración –pero solo ligera y quién sabe por cuanto tiempo– pensar que tales palabras pueden ser juzgadas como “inconstitucionales” en algunos lugares, con sus referencias a la naturaleza y a la deidad como a las conductas estándares para individuos y naciones. Note para la Corte Suprema: no existe el derecho de cada uno para definir “el significado del universo” allí.
Hay críticos que miran a la esclavitud en nuestra historia, el maltrato a los estadounidenses nativos, y los fracasos militares periódicos, y cínicamente se olvidan de las buenas cosas que surgieron de nuestros cimientos, ni siquiera una bendita estabilidad. Estados Unidos es la democracia más antigua que funciona continuamente en el mundo moderno. Hemos sido tan exitosos en ese campo que los críticos radicales la dan por descontada. Pero no podemos ni debemos hacerlo. Francia está trabajando en su quinta república (inaugurada en 1958) casi durante la misma exacta cantidad de tiempo que Estados Unidos existió.
El Arzobispo de Denver, Charles Chaput, cuyos ancestros son estadounidenses nativos, ha dicho que –pese a nuestros propios fracasos– podemos ver que los ideales eran correctos y que debemos afirmar lo que era bueno en los cimientos y buscar extenderlos a más y más gente. Pero su voz es muy inusual entre los líderes religiosos de hoy. Es difícil decir exactamente por qué, pero parece que la prosperidad relativa y la paz que disfrutamos nos han blindado del hecho que no llegan a nosotros como la primogenitura. Ellas necesitan ser defendidas en el mundo y el mundo del pensamiento y la devoción.
Parecemos pensar que nuestros cimientos religiosos y la confianza en las energías de la gente libre bajo Dios son nociones inadecuadas en una época en la que el gobierno puede proveer para nuestro confort y bienestar sin mucho esfuerzo o lucha. El mero pensamiento de “recorte” de derechos parece ponernos en pánico.
La mayoría de las sociedades modernas creen que la prosperidad es algo que debe perseguirse por su propio bien, y cualquier cosa superior debe dejarse a la suerte. Muy distinto es eso a las palabras del salmo 49: “el hombre en la prosperidad pierde la inteligencia: se hace uno con el ganado destinado al sacrificio”.
En el Día de la Memoria, es bueno para nosotros recordar que no obtuvimos la prosperidad y la libertad sin costos ni sacrificios, y que no las mantendremos sin entender de dónde vienen y en qué están basadas.