Sobre el peligro de una infancia desprovista de corrección
Dentro de la gran
cantidad de errores y males actuales, hay algunos que, bien
lo sabemos, se esconden bajo máscaras de virtud. Máscara
que, al mostrarnos su verdadera esencia, nos descubre el desastre
de deformación que hemos creado en personalidades,
situaciones, hacia Dios y el resto de los hombres, etc. Y
poco puede ser más dañino que la implementación
de estos males en la educación de los niños,
encontrándose estos últimos tan imposibilitados
de discernir por su propia cuenta entre lo que está bien y lo que no, motivo por el cual Dios ha puesto en primera
estancia en manos de sus padres y luego de la sociedad el
deber de velar por su sano desarrollo.
Y es dentro de la convulsa sociedad en la que hoy vivimos
en la que se dan los extremos que, lejos del virtuoso centro
proclamado por San Agustín, nos deformamos a veces
irremediablemente.
Siempre han existido, lícitamente y en todas las épocas
de la historia, reacciones enérgicas y rotundamente
contrarias a los errores. Es la forma en que la humanidad,
inspirada desde el Cielo, se ha ido regulando y reencausando
cada vez que parecía acercarse peligrosamente al precipicio.
Por supuesto que no siempre las reacciones son buenas, y en
muchas ocasiones son sólo el pasito de retroceso que
posibilita un envión mayor para dar un gran salto hacia
el error... Este es el problema que surge de la falta de meditación,
de la vida superficial, de la mala voluntad a la hora de enderezar
un mal arraigado en nosotros mismos.
Pero ¿cómo responderemos por nuestros hijos
si no modificamos nuestro proceder teniendo herramientas para
hacerlo? Ellos, ahora, dependen completamente de nosotros,
de nuestro discernimiento, de nuestro amor y deseo de bien
para ellos. No podemos evadir esta dulce responsabilidad.
Frente a la violencia que se vive en las calles, en la televisión,
los horrorosos espectáculos de niños golpeados,
maltratados, abusados y violentados de toda forma, tenemos
una posible forma de actuar lícita y otra que simplemente
parece serlo... La primera es la formación de la virtud,
dado que donde se siembran virtudes crecen campos de cultivo
del bien, y la segunda es lo que parece contrarrestar tanto
mal (pero no lo hace): la absoluta permisividad, la blandura,
el libertinaje, es decir: la eliminación más
radical de autoridad, de orden y educación de nuestros
hijos.
Esta conducta, lejos de servir, se convierte en la otra cara
de la moneda del error, y el error engendra más y más
error.
¿Por qué es mala esta forma de actuar?
Al niño, al joven, no se le puede educar con blandura
y mimos excesivos. Se debilita su carácter; se le habitúa
a seguir los caprichos, los impulsos determinados por las
circunstancias del momento, a no tener fortaleza de voluntad.
Estos son los niños de hoy, absolutamente conscientes
de derechos pero no de obligaciones, convertidos en pequeños
diocesitos que determinan a qué son se baila en casa
en lugar de vivir la etapa de aprendizaje y justa obediencia
que correspondería.
¡Ojo! Que aprender y obedecer no es antónimo
de ser cuidado y amado... Tengamos cuidado de no caer nuevamente
en un extremo malsano.
Los que de jóvenes han recibido una educación
muelle, de hombres son irresolutos, abúlicos, propensos
a dejarse arrastrar por cualquiera que les halague, y por
otro lado rebeldes a toda sujeción, orden y disciplina.
El niño mimado se convierte con facilidad en un pequeño
tirano.
Impone sus caprichos a los demás; y cuando, saliendo
fuera de su esfera familiar, tiene que enfrentarse con la
sociedad, donde no encuentra la misma tolerancia de sus veleidades
e intemperancias, se estrella, y resulta irascible e inaguantable.
Viéndose adorado por los suyos, llega a concebir de
sí un concepto exagerado, y a encontrar muy natural
que todos le sirvan; cosa imposible a la larga dentro de la
vida social.
Mimar al niño con exceso, criarlo entre caricias, no
es quererlo más; por el contrario, es no quererlo bien.
El amor verdadero busca siempre el bien del amado, y éste
no está precisamente en las caricias en toda ocasión,
sino en evitarle las amarguras y desgracias que son consecuencia
de una mala educación.
Hay madres que no pueden sufrir que el niño llore;
y no piensan que las lágrimas derramadas en la infancia
por efecto de las sanas reprensiones, suelen ahorrar muchas
otras en la edad adulta. Los llantos del niño pasan
rápidamente, sin dejar huella alguna; mas los del hombre
suponen una herida que, aun cerrada, deja cicatriz.
No quiere más al niño el que le mima aun en
lugar de corregirlo, sino el que le curte en la práctica
del bien; aun cuando le haga llorar. No nos confunda un mal
entendido "psicoanalisismo": no traumamos a un chico
por guiarlo en el bien...
"El amor ciego de los padres, que todo lo permiten dice
Tihamer Toth realmente es perjudicial a la disciplina y a
la educación; pero esto no se ha de llamar amor; esta
apatía continua es mas bien un desvío que arranca
de la comodidad de los padres".
"El amor añade no es sinónimo de perdonarlo
todo (en el sentido de no implementar un correctivo a tiempo);
el primero es una virtud; el segundo es una impotencia cómoda
que brota de la pereza" (Tihamer Toth: Formación
religiosa de jóvenes, Cap. VII).
Y el Cardenal Gomá afirma: "El amor, que es el
mejor resorte de la educación, produce cuando se desvía
dos males gravísimos: la indisciplina de los hijos
y la pérdida de la autoridad de los padres" (Gomá:
La familia, Cap. VII).
Mientras nuestros hijos son aún pequeños estamos
a tiempo de enmendar un posible mal en el futuro. Criarlos
con justicia, ternura, determinación, bases sólidas,
autoridad paterna (que no es lo mismo que autoritarismo),
corrección, etc., no tiene nada de malo, por el contrario,
es lo único que puede ayudar a contribuir a una sociedad
justa, con bases sólidas, ética, bien intencionada,
y demás.
¿Qué otra cosa podemos desear que la santificación
de las pequeñas almas que Dios nos ha encomendado?
Almas, por lo demás, que pueden fructificar en la colaboración
de que, a su vez, otras almas florezcan en la virtud...
Que el reino de Dios, tan descuidado y ofendido como está
hoy, pueda refulgir en las vidas de estos niños que
hoy necesitan toda la instrucción y ayuda que ora por
ignorancia, ora por incomprensión, ora por maldad,
les negamos con nuestros maltratos o nuestros libertinajes
educacionales...De la lista "HACER
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