Los accidentes son la primera causa de muerte entre los chicos argentinos. No siempre se debe culpar a la fatalidad: con un poco de atención y sentido común, buena parte de ellos no ocurrirían.
Piletas de natación sin cerco, artículos de limpieza en el estante inferior de la mesada de la cocina, enchufes al alcance de unos deditos curiosos, escaleras y balcones sin protección alguna... La lista de las trampas que los chicos y su natural curiosidad deben sortear es enorme. Los accidentes son la contingencia que mata más argentinos menores de catorce años. Aproximadamente una de cada cinco muertes de niños de entre uno y cuatro años se debe a esta causa; entre los chicos de cinco a catorce, esta proporción sube a un tercio. ¿Cómo frenar esta epidemia de accidentes y descuidos que se abate sobre nuestros hijos? El primer consejo: no confiar en la buena suerte y establecer infraestructuras y rutinas hogareñas a prueba de travesuras infantiles.
La atracción de las alturas
Convengamos en que no es fácil cuidar a esos chiquilines que se empeñan en escapar del control paterno y siempre se las ingenian para encontrar una nueva situación de riesgo. Pero también es cierto que los adultos suelen descuidar a los chicos y que buena parte de los accidentes pueden ser fácilmente evitados con un puñado de sencillas medidas preventivas, nacidas del sentido común.
Justamente ésa fue la idea de la campaña de difusión, focalizada en los accidentes hogareños, organizada por el Consejo Publicitario Argentino, que contó con el asesoramiento del Departamento de Pediatría del Hospital Italiano de Buenos Aires y se difundió por todo el país durante los últimos meses del año pasado. "El objetivo es que la población tome conciencia de que el accidente no es una fatalidad ni un asunto de mala suerte -comenta el doctor José María Ceriani Cernadas, jefe del Departamento de Pediatría del Hospital Italiano. Por el contrario, los accidentes infantiles pueden y deben ser evitados, y es cuestión de educar a los padres; también es importante tomar en cuenta que este problema está presente en todo el país y que no escapa de él ninguna clase social."
La campaña se concentró en los accidentes hogareños sufridos por chicos de uno a cuatro años: los ocurridos en casa originan el mayor número de muertes y una lamentable cantidad de infantes con secuelas de por vida, tanto físicas como emocionales.
Las caídas, en particular las de altura (hablamos de las que ocurren desde el balcón, la terraza o lo alto de la escalera, no del inevitable porrazo cotidiano al caer desde un sillón o de la cama) son preocupantes. Los traumatismos de cráneo asociados ocasionan buena parte de las muertes y de los casos con secuelas graves. Paradójicamente, resultan de prevención muy sencilla: basta con colocar protectores en balcones y ventanas, ya que los barrotes suelen estar bastante separados y permiten el paso de una cabecita aventurera. También hay que instalar puertas o barreras en las escaleras, para evitar peligrosas excursiones a las alturas.
Peligro en el botiquín
En orden de importancia, por gravedad y número de casos, siguen las intoxicaciones: medicamentos, productos de limpieza y venenos de uso hogareño ejercen una particular fascinación sobre los más pequeños. Por eso se recomienda guardar todos estos productos fuera de su alcance. Pero no basta con cerrar con llave alacenas y placares, ya que en algún momento la mamá, atareada, puede dejar la puerta abierta por un segundo, lo que será aprovechado por el bebé para probar la lavandina... "No es bueno guardarlos bajo la mesada de la cocina; hay que mantenerlos en lugares altos, donde los chicos no puedan llegar", aconseja el doctor Ceriani Cernadas.
Los medicamentos merecen un párrafo aparte, pues en muchas casas los remedios de los adultos están dando vueltas por ahí, al alcance de los niños. Algunos productos, como tranquilizantes y pastillas para la presión, pueden provocarles intoxicaciones, a menudo mortales. Los chicos quieren probar lo que ven tomar a padres y abuelos y asocian esos remedios con el gusto agradable de sus propios medicamentos. Los más chiquitos, además, se sienten atraídos por el color intenso de pastillas y envases.
Ante una sospecha de ingestión de medicamentos o productos tóxicos se debe llamar inmediatamente a un centro de intoxicaciones, que dirá si se justifica o no llevar al chico al hospital. Además, mientras se espera la ambulancia, se pueden tomar algunas medidas preventivas recomendadas por teléfono por el profesional especializado. Es importante no hacer nada sin consultar (provocar vómitos, por ejemplo), ya que estas maniobras pueden resultar contraproducentes.
La asfixia es un accidente frecuente en el seno del hogar. Un chico puede ahogarse en una piscina grande (por eso se debe colocar una cerca y no dejarlos solos mientras juegan en el agua), pero también en diez centímetros de agua de una pileta inflable o de la bañera. Los bebés menores de dos años no pueden quedar solos en ella (ni un minuto, aunque sea para atender el teléfono): pueden caer de boca y ahogarse en ese charquito.
También está la asfixia provocada por la bolsa de plástico de la basura o de la ropa: se la colocan en la cabeza para jugar y después no se la pueden sacar. Y los juguetes con partes pequeñas son peligrosos (lo mismo que tapas de gaseosas y otros objetos diminutos), porque los chicos se atoran con ellos. Lea atentamente las etiquetas: estos juguetes normalmente presentan una aclaración que advierte su prohibición para menores de tres años.
Enchufes, fósforos y tijeras
"Más peligroso que mono con navaja", describe el dicho. Es cierto, a nadie se le ocurriría facilitarle una sevillana a un chimpancé. Y sin embargo, muchos dejan tijeras, cuchillos y otros elementos cortantes en las manos de los más chicos: en estos casos, lamentablemente, los primeros lastimados son los pequeños.
A menudo los chicos usan las tijeras para cortar un cable enchufado, con el consiguiente peligro de electrocución. Y ni hablar de los enchufes, cuyos orificios llaman la atención de los chicos, que intentan meter en ellos dedos y juguetes. "Afortunadamente los disyuntores (aparatos que cortan la corriente ante la mínima señal de interferencia en el circuito) han disminuido esa clase de accidentes -comenta el doctor Ceriani Cernadas-. Pero estos dispositivos no son suficientes: hay que tapar los enchufes. Además, la seguridad depende de la calidad del aparato, dado que algunos demoran un poco el corte de la electricidad, lo que puede ser perjudicial."
La cacerola llena de aceite o agua hirviente, que se derrama sobre el niño que estira su brazo hacia la cocina, es una de las causas más comunes de quemaduras. Si bien este accidente no es mortal, suele afectar el rostro y los brazos, con terribles consecuencias estéticas que se arrastran por el resto de la vida. La prevención es sencillísima: conviene usar las hornallas de atrás, las más alejadas del borde de la cocina, y ubicar los mangos de las sartenes hacia adentro, para no tentar el manotazo.
Los incendios provocados por las travesuras con fósforos son otra de las causas de quemaduras: de más está decir que los fósforos no deben estar nunca al alcance de los chicos, que en un descuido pueden incendiar cortinas o tapizados, telas usualmente inflamables.
Los ascensores también implican cierto peligro. Además de las caídas por el hueco, la puerta de tijera provoca serias lesiones: el niño introduce el pie en uno de sus agujeros y cuando arranca el ascensor se pueden producir fracturas y lastimaduras gravísimas. Esta herida es tan común que se la llama "pie de ascensor".
En este caso, la solución (además de la eliminación de las puertas tijera) radica en enseñar a los chicos a mantenerse lejos de las puertas, tanto dentro de la cabina como en el palier, y en vigilarlos continuamente mientras se está esperando el ascensor o viajando en él.
El riesgo sobre ruedas
Si bien la mayor parte de los accidentes ocurren en el hogar (porque es el lugar donde los más chiquitos pasan casi todo el día), la calle también es un lugar de riesgo. Uno de cada tres traumas pediátricos (golpes o cortaduras de diferente gravedad) es producido por accidentes de tránsito: si bien en la mayoría de los casos el chico es pasajero del vehículo (auto, colectivo, moto, bicicleta), también hay numerosos casos de pequeños peatones atropellados.
Más allá de las situaciones en que la responsabilidad del adulto conductor es obvia, a menudo los chicos son dejados solitos en la vereda y se largan a la calle caminando, en bici o corriendo detrás de una pelota: los autos sólo pueden frenar. La educación vial es imprescindible. "En realidad, los chicos menores de siete años no deberían estar solos en la calle, ya que no tienen una idea muy acabada del riesgo", explica el doctor Ceriani Cernadas.
Aunque la ley establece que los chicos menores de diez años deben ir en el asiento trasero del auto y con el cinturón colocado, casi nadie cumple esta norma. Y ni que hablar de los padres que los sientan sobre su falda mientras conducen para que simulen manejar: al primer frenazo los pequeños automovilistas se incrustan el volante en el abdomen.
No se debe llevar a los bebés en brazos, sino colocarlos en una sillita especialmente diseñada adosada al asiento. De otro modo, en caso de choque, el bebé puede soltarse del abrazo de la mamá y atravesar el parabrisas. Si el auto tiene airbags, la sillita debe ir en el asiento trasero para evitar que estas bolsas de aire, instaladas en la consola del frente, asfixien al chango. Si se lo instala en el asiento delantero, el bebé debe ir mirando hacia atrás, de manera tal que el respaldo lo proteja.
En los Estados Unidos esta prevención empieza bien temprano: no se puede sacar al recién nacido de la maternidad si no se tiene la sillita en el auto, bien ajustada con el cinturón de seguridad. "En la Argentina no hay conciencia de la seguridad vial, y esto se refleja en el número de víctimas de los accidentes de tránsito -reflexiona el doctor Ceriani Cernadas-. Mal podemos decirles a nuestros hijos que sean cuidadosos cuando los adultos no cumplimos con las reglamentaciones, no usamos el cinturón de seguridad y conducimos con imprudencia."
Lo mismo ocurre en los accidentes de bicicleta, bastante frecuentes: casi nadie usa el casco que protege de las terribles consecuencias de un golpe en la cabeza. Obviamente, los chicos deben salir a andar en bici con el casco puesto y limitarse a las zonas libres de tránsito.
A mí no me va a pasar
Los casos de accidentes infantiles cubren un amplio espectro, desde la fatalidad más cruda, imposible de prevenir, hasta cierta negligencia atroz y filicida que expone a los chicos a riesgos demenciales. Hace poco, por ejemplo, una pareja dejó a su bebé dentro de un auto cerrado y al sol en una playa de Punta Mogotes (Mar del Plata): el pobrecito murió de deshidratación y el caso está en la Justicia.
También hay casos de maltrato infantil que se pretende hacer pasar por accidentes. Los médicos deben estar muy atentos para discriminar los golpes e intoxicaciones intencionales (con drogas, para calmarlos y que no molesten). El año pasado, en Gran Bretaña, un estudio con cámara oculta demostró que algunos padres, aparentemente solícitos y cariñosos, torturaban de noche a sus hijos. Estos chicos habían sido atendidos con anterioridad por lastimaduras y asfixias y los especialistas habían sospechado de sus padres: las filmaciones lo confirmaron.
En la Argentina, las estadísticas denuncian que los accidentes infantiles son cada vez más frecuentes. ¿Por qué? Tal vez haya una mayor "oferta" de situaciones peligrosas, pero también existe una marcada omnipotencia, que lleva al descuido. Pensamientos del tipo "a mi hijo no le va a pasar" no ayudan mucho. Pero tampoco es recomendable la sobreprotección extrema, que genera chicos temerosos e incapaces de cuidarse a sí mismos.
"No se trata de vivir obsesionado, sino de tomar ciertas precauciones lógicas -comenta el doctor Ceriani Cernadas-. Creo que se trata de incorporar a la cultura general la idea de prevención de accidentes, que todavía no está instalada en la sociedad argentina, de la misma manera que ya existe cierta conciencia sobre la necesidad de vacunar a los chicos o de hervir el agua."
Tomado de "Revista
Nueva"
Por: Guadalupe Henestroza