Sábado 31 de mayo de 2003
Fiesta de la Visitación de la Virgen a su prima santa Isabel
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Como todos los años, habéis rezado el santo rosario, contemplando en particular el misterio de la visita de María a santa Isabel, que la liturgia nos propone celebrar hoy. Así habéis querido concluir el mes de mayo ante la gruta de la Virgen de Lourdes, en los jardines vaticanos. Me uno espiritualmente a vosotros y os saludo con afecto. Saludo a monseñor Francesco Marchisano, mi vicario general para la Ciudad del Vaticano, a los señores cardenales y a los demás prelados presentes, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los jóvenes y a todos los fieles. Con cada uno de vosotros me reúno delante de la Gruta, llevando como regalo a la Virgen Inmaculada todo el camino espiritual recorrido en este mes mariano: todo propósito, toda preocupación, toda necesidad de la Iglesia y del mundo. Que la Virgen santísima acoja todas vuestras invocaciones.
2. En esta circunstancia, deseo renovar a todos la invitación a rezar asiduamente el rosario, cuidando con empeño su calidad. Pienso, ante todo, en los sacerdotes: que su ejemplo y su guía lleven a los fieles a redescubrir el sentido y el valor de esta plegaria. Pienso en las personas consagradas, especialmente en las religiosas, que imagino numerosas entre vosotros: ojalá sigan de cerca a María, que guardaba en su corazón los misterios de su Hijo divino. Pienso en las familias, y las exhorto a reunirse a menudo, sobre todo al atardecer, para rezar juntas el rosario: esta es una de las experiencias más hermosas y consoladoras de la comunidad doméstica.
3. El Año del Rosario, que estamos celebrando, nos ofrece constante motivo de reflexión sobre el papel de la Virgen en la historia de la salvación y en nuestra vida. Del mismo modo que fue asociada a la misión de su Hijo divino, así también María sigue acompañando el camino de la Iglesia a lo largo de los siglos. Perseveremos en la oración con ella, queridos hermanos, como los Apóstoles en el Cenáculo en espera del ya cercano Pentecostés. La liturgia de estos días nos hace revivir el clima espiritual que precedió aquel acontecimiento, y, si todo el Año del Rosario debe caracterizarse por una prolongada oración con María, debemos unirnos a ella aún más en estos días de la novena, invocando la abundante venida del Espíritu Santo sobre toda la Iglesia esparcida por el mundo.
Asimismo, al concluir el mes de mayo y comenzar el de junio, consagrado al Corazón de Cristo, advertimos más aún cómo María nos conduce a Cristo. Ella es el camino más corto para llegar al Corazón de Jesús, donde podemos obtener los dones extraordinarios de su amor y de su misericordia.
"Magnificat anima mea Dominum!". Hagamos nuestro el cántico que brotó del corazón de María en la casa de santa Isabel, y que toda nuestra vida sea una alabanza al Señor.
Queridos hermanos, este es mi deseo, que acompaño de corazón con mi bendición, extendiéndola de buen grado a todos vuestros seres queridos.
Vaticano, 31 de mayo de 2003