Exhortación

100. Dirigiéndome recientemente a los Obispos, al clero y a los fieles de la Iglesia católica para indicar el camino a seguir en vista de la celebración del Gran Jubileo del Año 2000, he afirmado entre otras cosas que «la mejor preparación al vencimiento bimilenario ha de manifestarse en el renovado compromiso de aplicación, lo más fiel posible, de las enseñanzas del Vaticano II a la vida de cada uno y de toda la Iglesia». El Concilio es el gran comienzo -como el Adviento- de aquel itinerario que nos lleva al umbral del Tercer Milenio. Considerando la importancia que la Asamblea conciliar atribuyó a la obra de recomposición de la unidad de los cristianos, en esta época nuestra de gracia ecuménica, me ha parecido necesario reafirmar las convicciones fundamentales que el Concilio infundió en la conciencia de la Iglesia católica, recordándolas a la luz de los progresos realizados en este tiempo hacia la comunión plena de todos los bautizados.

No hay duda de que el Espíritu actúa en esta obra y está conduciendo a la Iglesia hacia la plena realización del designio del Padre, en conformidad a la voluntad de Cristo, expresada con un vigor tan ferviente en la oración que, según el cuarto Evangelio, pronunciaron sus labios cuando iniciaba el drama salvífico de su Pascua. Al igual que entonces, también hoy Cristo pide que un impulso nuevo reavive el compromiso de cada uno por la comunión plena y visible.

101. Exhorto pues a mis Hermanos en el episcopado a poner toda su atención en este empeño. Los dos Códigos de Derecho Canónico incluyen entre las responsabilidades del Obispo la de promover la unidad de todos los cristianos, apoyando toda acción o iniciativa dirigida a fomentarla en la conciencia de que la Iglesia es movida a ello por la voluntad misma de Cristo. Esto forma parte de la misión episcopal y es una obligación que deriva directamente de la fidelidad a Cristo, Pastor de la Iglesia. Todos los fieles, también, son invitados por el Espíritu de Dios a hacer lo posible para que se afiancen los vínculos de comunión entre todos los cristianos y crezca la colaboración de los discípulos de Cristo:«La preocupación por el restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores; y afecta a cada uno según su propia capacidad».

102. La fuerza del Espíritu de Dios hace crecer y edifica la Iglesia a través de los siglos. Dirigiendo la mirada al nuevo milenio, la Iglesia pide al Espíritu la gracia de reforzar su propia unidad y de hacerla crecer hacia la plena comunión con los demás cristianos.

¿Cómo alcanzarlo? En primer lugar con la oración. La oración debería siempre asumir aquella inquietud que es anhelo de unidad, y por tanto una de las formas necesarias del amor que tenemos por Cristo y por el Padre, rico en misericordia. La oración debe tener prioridad en este camino que emprendemos con los demás cristianos hacia el nuevo milenio.

¿Cómo alcanzarlo? Con acción de gracias ya que no nos presentamos a esta cita con las manos vacías:«El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza [...] intercede por nosotros con gemidos inefables»(Rom 8, 26) para disponernos a pedir a Dios lo que necesitamos.

¿Cómo alcanzarlo? Con la esperanza en el Espíritu, que sabe alejar de nosotros los espectros del pasado y los recuerdos dolorosos de la separación; El nos concede lucidez, fuerza y valor para dar los pasos necesarios, de modo que nuestro empeño sea cada vez más auténtico.

Si nos preguntáramos si todo esto es posible la respuesta seria siempre: sí. La misma respuesta escuchada por María de Nazaret, porque para Dios nada hay imposible.

Vienen a mi mente las palabras con las que san Cipriano comenta el Padre Nuestro, la oración de todos los cristianos:«Dios tampoco acepta el sacrificio del que no está en concordia con alguien, y le manda que se retire del altar y vaya primero a reconciliarse con su hermano; una vez que se haya puesto en paz con él, podrá también reconciliarse con Dios en sus plegarias. El sacrificio más importante a los ojos de Dios es nuestra paz y concordia fraterna y un pueblo cuya unión sea un reflejo de la unidad que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo».

Al alba del nuevo milenio, ¿cómo no pedir al Señor, con impulso renovado y conciencia más madura, la gracia de prepararnos, todos, a este sacrificio de la unidad?

103. Yo, Juan Pablo, humilde servus servorum Dei, me permito hacer mías las palabras del apóstol Pablo, cuyo martirio, unido al del apóstol Pedro, ha dado a esta Sede de Roma el esplendor de su testimonio, y os digo a vosotros, fieles de la Iglesia católica, y a vosotros, hermanos y hermanas de las demás Iglesias y Comunidades eclesiales,«sed perfectos; animaos; tened un mismo sentir; vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros [...]. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros»(2 Cor 13, 11. 13).

Dado en Roma, junto a san Pedro, el día 25 de mayo, solemnidad de la Ascensión del Señor del año 1995, decimoséptimo de mi Pontificado.

Joannes Paulus PP. II