Viernes 3 de octubre de 2003
Reverendo padre Joseph Tobin,
superior general de la Congregación del Santísimo Redentor:
1. El capítulo general que el instituto está celebrando me brinda la grata oportunidad de dirigirle a usted y a los delegados, así como a todos los hermanos, mi cordial saludo. Uno de buen grado mi afectuosa felicitación, querido padre, por su confirmación como superior general, y expreso mis mejores deseos de un fructuoso trabajo tanto para usted como para el nuevo consejo general. Durante estos días de intensa oración y de reflexión común, queréis acumular energías para dar nuevo impulso al anuncio de la "copiosa redemptio" a los pobres, que constituye el núcleo central del carisma de la Congregación del Santísimo Redentor. En efecto, el hilo conductor del capítulo general es la reflexión sobre "dar la vida para la redención abundante". Que el Espíritu Santo conceda a cada uno la sabiduría de corazón y el celo profético que son indispensables para asegurar a vuestra familia religiosa un impulso misionero más vigoroso.
En esta importante ocasión, me agrada asimismo proseguir, con vuestra congregación, un diálogo que, durante los años pasados, ha tenido momentos de particular intensidad. En la carta apostólica Spiritus Domini, con motivo del segundo centenario de la muerte de san Alfonso (1987), reafirmé la actualidad del mensaje moral y pastoral del patrono de los confesores y de los moralistas, "maestro de sabiduría en su tiempo", que "con el ejemplo de su vida y con sus enseñanzas, continúa iluminando, mediante la luz reflejada de Cristo, luz de las gentes, el camino del pueblo de Dios" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de agosto de 1987, p. 1).
Diez años después, con ocasión del tercer centenario de su nacimiento, escribí: "Es preciso anunciar con fuerza la plenitud de sentido que Cristo da a la vida del hombre, el fundamento inquebrantable que ofrece a los valores y la esperanza nueva que introduce en nuestra historia. Es una predicación que es necesario encarnar en los desafíos concretos que la humanidad afronta hoy y de los que depende su futuro. Sólo así podrá hacerse realidad la civilización del amor tan anhelada por todos" (n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de octubre de 1996, p. 9).
2. En el capítulo general examinaréis la situación de vuestro instituto que, al igual que otros, está atravesando en algunas partes del mundo una fase de estimulante recuperación, mientras que en otras registra signos de crisis y cansancio. Por ejemplo, en algunos países florecen las vocaciones, pero en otros escasean de modo tan preocupante, que corre peligro el futuro mismo de vuestra presencia en esas regiones. Si la tentación de conformarse a estilos de vida, hoy culturalmente dominantes, hiciera brecha en vuestras comunidades, se correría el riesgo de debilitar el espíritu religioso y el impulso evangelizador. Igualmente, limitarse con resignación a formas pastorales que ya no proporcionan respuestas adecuadas a la necesidad de redención de los hombres de hoy, podría frenar el anhelado despertar misionero de toda vuestra familia religiosa.
Por tanto, ¡cuán oportuno es el discernimiento que, escrutando proféticamente los signos de los tiempos, queréis realizar a la luz de la palabra de Dios! Estoy seguro de que el capítulo general dará un impulso más fuerte a la obra de renovación que habéis emprendido, descubriendo prioridades y valientes opciones apostólicas, e implicando a todos los hermanos en los consiguientes compromisos de generosa aplicación. Sin la aportación de todos, es difícil realizar la renovación espiritual tan deseada.
Amadísimos redentoristas, dejaos guiar por el Espíritu del Señor crucificado y resucitado. Os repito aquí a vosotros lo que escribí para todo el pueblo de Dios en la carta apostólica Novo millennio ineunte: "Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, debemos tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos" (n. 58).
3. ¡Caminad con esperanza! Como vuestro fundador, esforzaos por mantener fija vuestra mirada en el Redentor y dejaos guiar por María, Madre suya y nuestra. Sólo así podréis ser "colaboradores, socios y ministros de Jesucristo en la gran obra de la redención" (Constituciones y Estatutos de la Congregación del Santísimo Redentor, Roma 2001, n. 2).
Estáis llamados a participar "en la misión de la Iglesia", uniendo la vida de especial dedicación a Dios y la actividad misionera, a ejemplo de nuestro Salvador Jesucristo al predicar a los pobres la palabra divina, como ya dijo de sí mismo: "Evangelizare pauperibus misit me" (ib., n. 1). Para llevar a cabo este especial servicio misionero, es preciso ante todo que cultivéis una intensa oración personal y comunitaria.
La gente con la que os encontráis debe veros como "hombres de Dios" y, en el contacto con vosotros, experimentar el amor misericordioso del Padre celestial, que no dudó en entregar a su mismo Hijo unigénito (cf. 1 Jn 4, 9-10) para la salvación de la humanidad. Debe percibir en vosotros la actitud interior de Jesús, buen Pastor, siempre en busca de la oveja perdida y dispuesto a festejar cuando la encuentra (cf. Lc 15, 3-7).
4. Las Constituciones de vuestro instituto os invitan a descubrir las urgencias pastorales del momento, teniendo en cuenta que vuestro ministerio, más que por algunas formas específicas de actividad, se caracteriza por un servicio de amor a los hombres y a los grupos más abandonados y pobres a causa de su condición espiritual y social.
Realizad este apostolado con una "fidelidad creativa", que conserve el espíritu de los orígenes, volviendo a proponer la iniciativa, la creatividad y la santidad de vuestro fundador como respuesta a los signos de los tiempos que aparecen en el mundo de hoy (cf. Vita consecrata, 37).
En efecto, también en nuestros días, por múltiples causas, muchos se hallan alejados de Cristo y de la Iglesia, y no pocos esperan un primer anuncio del Evangelio. Estimulados por el ejemplo de san Alfonso, y de otros santos y beatos de vuestro instituto, no dudéis en salir a su encuentro, para presentarles el Evangelio con un lenguaje adaptado a las diversas situaciones personales y ambientales.
5. Siguiendo el ejemplo de vuestro fundador, sed maestros de vida evangélica y, utilizando el estilo popular que caracteriza vuestras metodologías pastorales, recordad a todos los bautizados su llamada a la santidad, ""alto grado" de la vida cristiana ordinaria" (Novo millennio ineunte, 31).
San Alfonso María de Ligorio se esforzó por acrecentar en el pueblo cristiano esta conciencia: "Es un gran error -escribió- lo que dicen algunos: Dios no quiere que todos sean santos. No, dice san Pablo: Haec est... voluntas Dei, sanctificatio vestra (1 Ts 4, 3). Dios quiere que todos sean santos, y cada uno en su estado" (Pratica di amar Gesú Cristo, en: Opere Ascetiche, vol. 1, Roma 1933, p. 79).
Que la búsqueda de la santidad esté en la base de toda programación pastoral, y que vuestras comunidades se presenten como "oasis" de misericordia y acogida, escuelas de intensa oración que, sin embargo, no aleje del compromiso con la historia (cf. Novo millennio ineunte, 33).
Los caminos de la santidad son personales, y exigen una verdadera pedagogía de la santidad, capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona (cf. ib., 31). La sociedad compleja, en la que vivimos, acrecienta aún más la importancia de este servicio apostólico, comenzando por los jóvenes, que a menudo se encuentran con propuestas de vida contradictorias. Compartid vuestro carisma con los laicos, para que también ellos estén dispuestos a "dar la vida para la redención abundante". Así vuestra acción apostólica será "servicio a la cultura, a la política, a la economía y a la familia" (ib., 51).
6. Si anunciáis con alegría y coherencia de vida la "copiosa redemptio", suscitaréis o corroboraréis la esperanza evangélica en el corazón de muchas personas, especialmente entre quienes más la necesitan, por estar marcados por el pecado y sus nefastas consecuencias. Deseo de corazón que la asamblea capitular elabore directrices útiles para una eficaz programación apostólica que responda a las expectativas y a los desafíos de nuestro tiempo.
Que os sostengan en esta misión María, Madre del perpetuo socorro, vuestro santo fundador y todos los santos y beatos de vuestra familia espiritual.
A la vez que aseguro un recuerdo constante ante el altar, le imparto de corazón a usted, reverendo padre, a los padres capitulares y a toda la Congregación del Santísimo Redentor, una especial bendición.