1. «Bendito el Rey que viene en nombre del Señor» (Lucas 19, 38).
Con estas palabras, la población de Jerusalén acogió a Jesús al entrar en la ciudad santa, aclamándolo como rey de Israel. Unos días más tarde, sin embargo, la misma muchedumbre lo rechazará con gritos hostiles: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» (Lucas 23, 21). La liturgia del Domingo de Ramos nos hace revivir estos dos momentos de la vida terrena de Cristo. Nos sumerge en esa muchedumbre tan voluble, que en pocos días pasó del entusiasmo gozoso al desprecio homicida.
2. En el clima de alegría, obscurecido por la tristeza, que caracteriza al Domingo de Ramos, celebramos la decimonovena Jornada Mundial de la Juventud. Este año tiene por tema «Queremos ver a Jesús» (Juan 12, 21), la petición que presentaron «unos griegos» a los apóstoles (Juan 12, 20) al llegar a Jerusalén con motivo de la fiesta de Pascua.
Ante la multitud confluida para escucharle, el Señor proclamó: «Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Juan 12, 32). Esta es su respuesta: todos los que buscan al Hijo del Hombre le podrán ver, en la fiesta de Pascua, como auténtico Cordero inmolado por la salvación del mundo.
Jesús muere en la Cruz por cada uno y cada una de nosotros. La Cruz es, por tanto, el signo más grande y elocuente de su amor misericordioso, el único signo de salvación para toda generación y para la humanidad entera.
3. Hace veinte años, al concluir el Año Santo de la Redención, entregué a los jóvenes la gran Cruz del Jubileo. En aquella ocasión, les exhorté a ser fieles discípulos de Cristo, Rey crucificado, que se nos presenta «como Aquel que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia» («Redemptor hominis», 12).
Desde entonces la Cruz sigue atravesando numerosos países, en preparación de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Durante sus peregrinaciones ha recorrido los continentes: como una antorcha pasada de mano en mano, ha sido llevada de país en país; se ha convertido en el signo luminoso dela confianza que alienta a la jóvenes generaciones del tercer milenio.
4. ¡Queridos jóvenes! Al celebrar el vigésimo aniversario del inicio de esta extraordinaria aventura espiritual, dejad que os renueve la misma consigna de entonces: «¡Os confío la Cruz de Cristo! Llevadla al mundo como signo del amor del Señor Jesús por la humanidad, y anunciad a todos que sólo en Cristo, muerto y resucitado, hay salvación y redención» («Insegnamenti», VII, 1 [1984], 1105).
Ciertamente el mensaje que comunica la Cruz no es fácil de comprender en nuestra época, en la que el bienestar material y las comodidades son propuestos y buscados como valores prioritarios. Pero vosotros, queridos jóvenes, no tengáis miedo de proclamar en toda circunstancia el Evangelio de la Cruz. ¡No tengáis miedo de ir contracorriente!
5. «Jesucristo. se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó» (Filipenses 2, 6. 8-9). El admirable himno de la Carta de san Pablo a los Filipenses nos acaba de recordar que la Cruz tiene dos aspectos indisociables: es dolorosa y gloriosa al mismo tiempo. El sufrimiento y la humillación de la muerte de Jesús están íntimamente ligados a la exaltación y a la gloria de la resurrección.
¡Queridos hermanos y hermanas! ¡Queridos jóvenes! Que nunca desfallezca en vosotros la conciencia de esta verdad consoladora. La pasión y la resurrección de Cristo constituyen el centro de nuestra fe y nuestro apoyo en las inevitables pruebas cotidianas.
Que María, virgen dolorosa y testigo silenciosa del gozo de la resurrección, nos ayude a seguir a Cristo crucificado y a descubrir en el misterio de la Cruz el pleno sentido de la vida.
Fuente: Vatican.va