Miércoles 6 de agosto de 2003
Hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la fiesta litúrgica de la Transfiguración del Señor. En este mismo día recordamos la piadosa muerte del siervo de Dios el Papa Pablo VI. Lo hacemos en esta santa misa, en la que Cristo renueva en el altar su sacrificio redentor.
«Mysterium fidei»: son las palabras con las que empieza la memorable encíclica que dedicó a la Eucaristía, en el tercer año de su pontificado. Devotísimo maestro de la doctrina y del culto a la Eucaristía, definió la presencia sacramental de Cristo en el sacrificio eucarístico como presencia «verdaderamente sublime» (Mysterium fidei, 21), que «constituye en su género el mayor de los milagros» (ib., 26). ¡Con cuánta fe y solicitud Pablo VI instruyó al pueblo de Dios sobre este misterio central de la fe católica!
En la fiesta de la Transfiguración pidamos, con la liturgia, que «los celestes alimentos (...) nos transformen en imagen de Cristo» (Oración después de la comunión). Esto, a su tiempo, lo pidió también Pablo VI. Y esto mismo lo pedimos hoy nosotros para él, a fin de que, contemplando sin velos el rostro de su Señor, goce para siempre de la visión de su gloria.