I. Hechos
Nos proponemos revisar la dimensión apostólica de la presencia de los laicos en el actual proceso de transformación de nuestro continente. Para una revisión más completa deberán ser tenidas en cuenta otras consideraciones de esta misma Conferencia Episcopal, relativas al compromiso de los laicos, en orden a la Justicia y la Paz, la Familia y demografía, Juventud y otras. (Medellín, Conclusiones 10,1)II. Criterios teologico-pastorales
Recordemos, una vez más, las características del momento actual de nuestros pueblos en el orden social: desde el punto de vista objetivo, una situación de subdesarrollo, delatada por fenómenos masivos de marginalidad, alienación y pobreza, y condicionada, en última instancia, por estructuras de dependencia económica, política y cultural con respecto a las metrópolis industrializadas que detentan el monopolio de la tecnología y de la ciencia (neocolonialismo). Desde el punto de vista subjetivo, la toma de conciencia de esta misma situación, que provoca en amplios sectores de la población latinoamericana actitudes de protesta y aspiraciones de liberación, desarrollo y justicia social.
Esta compleja realidad sitúa históricamente a los laicos latinoamericanos ante el desafío de un compromiso liberador y humanizante. (Medellín, Conclusiones 10,2)Por otra parte, la modernización refleja de los sectores más dinámicos de la sociedad latinoamericana, acompañada por la creciente tecnificación y aglomeración urbana, se manifiesta en fenómenos de movilidad, socialización y división de trabajo. Tales fenómenos tienen por efecto la importancia creciente de los grupos y ambientes funcionales- fundados sobre el trabajo, la profesión o función-, frente a las comunidades tradicionales de carácter vecinal o territorial.
Dichos medios funcionales constituyen en nuestros días los centros más importantes de decisión en el proceso del cambio social, y los focos donde se condensa al máximo la conciencia de la comunidad. Estas nuevas condiciones de vida obligan a los movimientos de laicos en América Latina a aceptar el desafío de un compromiso de presencia, adaptación permanente y creatividad. (Medellín, Conclusiones 10,3)La insuficiente respuesta a estos desafíos y, muy especialmente, la inadecuación a las nuevas formas de vida que caracterizan a los sectores dinámicos de nuestra sociedad, explican en gran parte las diferentes formas de crisis que afectan a los movimientos de apostolado de los laicos.
En efecto, ellos cumplieron una labor decisiva en su tiempo. Pero, por circunstancias posteriores, o se encerraron en sí mismos, o se aferraron indebidamente a estructuras demasiado rígidas, o no supieron ubicar debidamente su apostolado en el contexto de un compromiso histórico liberador. Por otra parte, muchos de ellos no reflejan un medio sociológico compacto ni han adoptado quizás la organización y la pedagogía más apropiadas para un apostolado de presencia y compromiso en los ambientes funcionales donde se gesta, en gran parte, el proceso de cambio social. (Medellín, Conclusiones 10,4)Pueden señalarse también, entre los factores que han favorecido la crisis de muchos movimientos, la débil integración del laicado latinoamericano en la Iglesia, el frecuente desconocimiento, en la práctica, de su legítima autonomía, y la falta de asesores debidamente preparados para las nuevas exigencias del apostolado de los laicos.
(Medellín, Conclusiones 10,5)Finalmente, no es posible desconocer los valiosos servicios que los movimientos de laicos han prestado y continúan prestando con renovado vigor a la promoción cristiana del hombre latinoamericano. Su presencia en muchos ambientes, pese a los obstáculos y a las dolorosas crisis de crecimiento, es cada vez más efectiva y notoria. Por otra parte no puede dejarse de ver el trabajo y la reflexión de muchas generaciones de militantes cristianos.
(Medellín, Conclusiones 10,6)En el seno del Pueblo de Dios, que es la Iglesia, hay unidad de misión y diversidad de carismas, servicios y funciones, «obra del único e idéntico Espíritu», de suerte que todos, a su modo, cooperan unánimemente en la obra común.
(Medellín, Conclusiones 10,7)III. Recomendaciones pastorales
Los laicos, como todos los miembros de la Iglesia, participan de la triple función profética, sacerdotal y real de Cristo, en vista al cumplimiento de su misión eclesial. Pero realizan específicamente esta misión en el ámbito de lo temporal, en orden a la construcción de la historia, «gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios».
(Medellín, Conclusiones 10,8)Lo típicamente laical está constituido, en efecto, por el compromiso en el mundo, entendido éste como marco de solidaridades humanas, como trama de acontecimientos y hechos significativos, en una palabra, como historia.
Ahora bien, comprometerse es ratificar activamente la solidaridad en que todo hombre se halla inmerso, asumiendo tareas de promoción humana en la línea de un determinado proyecto social. El compromiso así entendido, debe estar marcado en América Latina por las circunstancias peculiares de su momento histórico presente, por un signo de liberación, de humanización y de desarrollo. Por demás está decir que el laico goza de autonomía y responsabilidad propias en la opción de su compromiso temporal. Así se lo reconoce la Gaudium et spes cuando dice que los laicos «conscientes de las exigencias de la fe y vigorizados con sus energías, acometan sin vacilar, cuando sea necesario, nuevas iniciativas y llévenlas a buen término... No piensen que sus pastores están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta en todas las cuestiones, aun graves, que surjan. No es ésta su misión. Cumplan más bien los laicos su propia función con la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del Magisterio». Y, como lo dice el llamamiento final de la Populorum progressio, «a los seglares corresponde, con su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas y directrices, penetrar de espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que viven».(Medellín, Conclusiones 10,9)
Por mediación de la conciencia, la fe que opera por la caridad, está presente en el compromiso temporal del laico como motivación, iluminación y perspectiva escatológica que da su sentido integral a los valores de dignidad humana, unión fraterna y libertad, que volveremos a encontrar limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados en el Día del Señor. «Enseña también la Iglesia que la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio».
(Medellín, Conclusiones 10,10)
Ahora bien, como la fe exige ser compartida e implica, por lo mismo, una exigencia de comunicación o de proclamación, se comprende la vocación apostólica de los laicos en el interior, y no fuera, de su propio compromiso temporal.Más aún, al ser asumido este compromiso en el dinamismo de la fe y de la caridad, adquiere en sí mismo un valor que coincide con el testimonio cristiano. La evangelización del laico, en esta perspectiva, no es más que la explicitación o la proclamación del sentido trascendente en este testimonio.
Viviendo «en las ocupaciones del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida», los laicos están llamados por Dios allí «para que, desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento... A ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las cuales están estrechamente vinculados». (Medellín, Conclusiones 10,11)El apostolado de los laicos tiene mayor transparencia de signo y mayor densidad eclesial cuando se apoya en el testimonio de equipos o de comunidades de fe, a las que Cristo ha prometido especialmente su presencia aglutinante. De este modo los laicos cumplirán más cabalmente con su misión de hacer que la Iglesia «acontezca» en el mundo, en la tarea humana y en la historia.
(Medellín, Conclusiones 10,12)Conforme a las obvias prioridades derivadas de la situación latinoamericana arriba descrita, y en armonía con los progresos de la teología del laicado, inspirada en el Vaticano II, promuévase con especial énfasis y urgencia la creación de equipos apostólicos o de movimientos laicos en los ambientes o estructuras funcionales donde se elabora y decide en gran parte, el proceso de liberación y humanización de la sociedad a que pertenece; se los dotará de una coordinación adecuada y de una pedagogía basada en el discernimiento de los signos de los tiempos en la trama de acontecimientos.
(Medellín, Conclusiones 10,13)
IV. Mociones
Apóyese y aliéntese decididamente, allí donde ya existen, dichos equipos o movimientos; y no se abandone a sus militantes, cuando, por las implicaciones sociales del Evangelio, son llevados a compromisos que comportan dolorosas consecuencias.
(Medellín, Conclusiones 10,14)Reconociendo la creciente interdependencia entre las naciones y el peso de estructuras internacionales de dominación que condicionan en forma decisiva el subdesarrollo de los pueblos periféricos, asuman también los laicos su compromiso cristiano en el nivel de los movimientos y organismos internacionales para promover el progreso de los pueblos más pobres y favorecer la justicia de las naciones.
(Medellín, Conclusiones 10,15)Los movimientos de apostolado laical, situados en el plano de una estrecha colaboración con la Jerarquía, que tanto han contribuido a la acción de la Iglesia, siguen teniendo vigencia como apostolado organizado. Han de ser, por lo tanto, promovidos; evitando, sin embargo, ir «más allá del límite de vida útil de asociaciones y métodos anticuados».
(Medellín, Conclusiones 10,16)Promuévase una genuina espiritualidad de los laicos a partir de su propia experiencia de compromiso en el mundo, ayudándoles a entregarse a Dios en el servicio de los hombres y enseñándoles a descubrir el sentido de la oración y de la liturgia como expresión y alimento de esa doble recíproca entrega. «Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios».
(Medellín, Conclusiones 10,17)Préstese el debido reconocimiento y apoyo a los distintos movimientos internacionales de apostolado de los laicos, que a través de sus organismos de coordinación promueven y edifican con tanto sacrificio este apostolado en el continente, atentos a las exigencias peculiares de su problemática social.
(Medellín, Conclusiones 10,18)La Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano formula votos para que cuanto antes procedan las Conferencias Episcopales Nacionales a la realización de los estudios necesarios para cumplir lo establecido en el número 26 del Decreto Apostolicam actuositatem, en su propio ámbito nacional, para crearse un consejo que ayude a la «obra apostólica de la Iglesia, tanto en el campo de la evangelización y de la santificación, como en el caritativo, social y otros semejantes».
(Medellín, Conclusiones 10,19)Y pide al CELAM proceda también a realizar un estudio, en colaboración con los laicos interesados en las diversas naciones latinoamericanas, acerca de la posibilidad, oportunidad, y forma de crear un consejo semejante en el plano regional latinoamericano, como está previsto en el párrafo citado, para disponer de una adecuada plataforma de encuentro, estudio, diálogo y servicio a nivel continental.
(Medellín, Conclusiones 10,20)11. SACERDOTES
I. Observaciones sobre la situación actual Motivación
Los grandes cambios del mundo de hoy en América Latina afectan necesariamente a los presbíteros en su ministerio y en su vida.
Por ello los Obispos hemos querido reflexionar con el propósito de contribuir a orientar la renovación sacerdotal en esta hora compleja del continente. (Medellín, Conclusiones 11,1)Diversidad de situaciones concretas
Las consecuencias de los cambios no son las mismas en todos los países ni en todos los sectores de cada país. Afectan de un modo particular a las personas jóvenes y a los sacerdotes, que están comprometidos en los puntos claves de la presente situación de cambio.
Estas consecuencias se caracterizan de modo especial por la mayor valorización de algunos aspectos del ministerio y de la vida sacerdotal, y por el eclipse de otros. En ambos casos se dan elementos positivos y negativos. La suma de ellos resulta más bien constructiva y generadora de esperanzas. (Medellín, Conclusiones 11,2)Lo cuantitativo y lo cualitativo en la distribución de los sacerdotes
Como causa global de la insuficiencia pastoral en América Latina mucho se trae a cuenta la escasez numérica de los presbíteros, más aún cuando se la pondera en relación con el crecimiento demográfico.
Esto es verdad, a pesar de la generosa integración de presbíteros de iglesias hermanas y a pesar de que no pocas familias religiosas procuran establecer fundaciones en zonas no suficientemente provistas de clero diocesano.
Reconocemos, con todo, que hay errores de orden distributivo que influyen en la calidad del trabajo pastoral:
a) Lo primero que hiere la vista es la excesiva acumulación de personal en las iglesias desarrolladas, y la ausencia de elementos en regiones necesitadas, en la misma nación y hasta en la misma diócesis o ciudad;
b) Hay Iglesias que abundan en clero parroquial, pero carecen de sujetos especializados. Hay regiones e Iglesias que se beneficiarían, si recibieran (siquiera temporalmente), la ayuda de sacerdotes especializados cuyos servicios no se aprovechan suficientemente.
(Medellín, Conclusiones 11,3)
Consideración de los carismas sacerdotales
El sacerdocio jerárquico es enriquecido ciertamente por la acción renovadora del Espíritu Santo, que provee siempre de carismas a su Iglesia.
Es, sin embargo, posible comprobar en este campo que los Superiores no siempre prestan la suficiente atención a la diferenciación carismática; lo que afecta negativamente a una mayor eficacia del ministerio sacerdotal.
Por otra parte, no faltan sacerdotes que confunden los dones del Espíritu Santo con simples inclinaciones naturales e intereses individuales, sin tener debidamente en cuenta las perspectivas de la comunidad, para cuyo servicio son otorgados los carismas.
(Medellín, Conclusiones 11,4)
Aspectos de crisis personal
Existe, ante todo, un peligro para la misma fe del presbítero de hoy.
Contribuye a ello todo un conjunto de elementos de especial complejidad.
Cabe señalar principalmente cierta superficialidad en la formación mental y una inseguridad doctrinal, ocasionadas tanto por el imperante relativismo ideológico y por cierta desorientación teológica, como por los actuales avances, sobre todo de las ciencias antropológicas y de las ciencias de la Revelación, de los que muchos presbíteros no poseen la necesaria información o no han llegado a tener una suficiente asimilación de síntesis.
Se percibe, además, en esta hora de transición, una creciente desconfianza en las estructuras históricas de la Iglesia, que llega, en algunos, al menosprecio de todo lo institucional, comprometiendo los mismos aspectos de institución divina.
Nos parece que este peligro para la fe es, en definitiva, el elemento más pernicioso para el presbítero de hoy.
(Medellín, Conclusiones 11,5)
II. Elementos de reflexión pastoral
El sacerdote de hoy siente la necesidad de una expresión más vivencial de su oración, de su ascesis y de su consagración.
La superación de la dicotomía entre la Iglesia y el Mundo y la necesidad de una mayor presencia de la fe en los valores temporales, exigen la adopción de nuevas formas de espiritualidad según las orientaciones del Vaticano II.
No pocos presbíteros, antes de asegurar un tránsito valedero a formas nuevas, se emancipan de lo tradicional con el riesgo de caer en un desastroso debilitamiento de su vida espiritual.
Este decaimiento de la espiritualidad es particularmente peligroso, porque el presbítero transfiere fácilmente su propia crisis a la comunidad en la que vive.
(Medellín, Conclusiones 11,6)
En relación con el celibato sacerdotal, un laudable ahondamiento en el valor afectivo de la persona humana y una exacerbación del erotismo en el medio ambiente, unidos al frecuente descuido de la vida espiritual y a otras causas, han abierto camino a nueva y variada problemática.
Unos apoyan sus argumentos en razones de tipo pastoral o sicológico, o aducen reflexiones teológicas que delimitan la distinción entre carisma y ministerio; mientras otros pretenden disminuir la fuerza misma del compromiso contraído en la consagración.
(Medellín, Conclusiones 11,7)
En el ministerio presbiterial es fácil advertir hoy una tensión entre las nuevas exigencias de la misión y cierto modo de ejercer la autoridad, que puede implicar una crisis de obediencia.
La conciencia más viva de la dignidad y responsabilidad de la persona, la mayor sensibilidad actual por el orden de los valores más bien que por el orden de las normas, la nueva concepción del ministerio jerárquico como estructura colegial, el sentido de la autoridad como servicio, la distinción entre la obediencia específica del religioso y la obediencia propia del presbítero, son rasgos de un nuevo clima muy positivo, pero portador de tensiones.
Si a ello se agregan los defectos inevitables de las personas, se comprenderá fácilmente la presencia de un conjunto de problemas delicados en el ejercicio del ministerio sacerdotal.
En este orden de cosas cabe señalar, sobre todo, un peligroso ofuscamiento, en algunos, del valor del magisterio papal y episcopal, que puede conllevar no sólo una falta de obediencia, sino de fe.
(Medellín, Conclusiones 11,8)
También surgen dudas en lo que concierne a la propia vocación sacerdotal. Las motivan varios factores característicos de esta hora de renovación eclesial:
a) La creciente valoración del papel del laico en el desarrollo del mundo y de la Iglesia;
b) La discusión moderna sobre el papel y la figura del sacerdote en la sociedad;
c) La superficialidad con que se percibe y vive el propio sacerdocio, en servicios religiosos de rutina y en una forma de vida aburguesada.
(Medellín, Conclusiones 11,9)
Se da también una crisis en sacerdotes que por su edad y por la formación recibida se sienten como incapacitados para asumir los cambios de renovación promovidos por el Concilio.
(Medellín, Conclusiones 11,10)
Muchos sacerdotes lamentan que la revisión del régimen beneficial, lenta por su propia complejidad, mantenga aún a sus iglesias en lamentable penuria y demanden a cuantos serán afectados por las imprescindibles reformas administrativas, que faciliten la pronta aplicación de las indicaciones conciliares.
(Medellín, Conclusiones 11,11)
Sacerdocio de Cristo
En la Nueva Alianza, Cristo Jesús, Señor resucitado, es el único Sacerdote, Mediador siempre activo ante el Padre en favor de los hombres.
El ministerio jerárquico de la Iglesia, sacramento en la tierra de esta única mediación, hace que los sacerdotes actúen entre los hombres «in persona Christi».
A ellos también se aplica participativamente lo que Pablo VI dijera de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: «... no eres diafragma sino cauce; no eres obstáculo sino camino; no eres un profeta cualquiera, sino el intérprete único y necesario del misterio religioso... Tú eres el puente entre el reino de la tierra y el reino del cielo... Tú eres necesario, eres suficiente para nuestra salvación...».
(Medellín, Conclusiones 11,12)
Comunión Jerárquica
En su sacerdocio Cristo ha unificado la triple función de Profeta, de Liturgo y de Pastor, estableciendo con ello una peculiar originalidad en el ministerio sacerdotal de su Iglesia.
Por eso los sacerdotes, aun dedicados a tareas ministeriales en las que se acentúa alguno de los aspectos de esta triple misión, ni deberán olvidar los otros, ni debilitar la intrínseca unidad de la acción total de su ministerio, porque el sacerdocio de Cristo es indivisible.» (Medellín, Conclusiones 11,13)
En el Cuerpo místico de Cristo, los obispos y los presbíteros son consagrados por el sacramento del orden para ejercer el sacerdocio ministerial como un conjunto orgánico que manifiesta y hace presente a Cristo Cabeza. Los presbíteros, tanto diocesanos como religiosos, son incorporados a este conjunto orgánico para ser cooperadores del Orden episcopal.
De ahí se deduce, como consecuencia inevitable, la íntima unión de amistad, de amor, de preocupaciones, intereses y trabajos, entre obispos y presbíteros, de manera que no se pueda concebir un obispo desligado o ajeno a sus presbíteros, ni un presbítero alejado del ministerio de su obispo. Así todos los sacerdotes, vinculados entre sí por una verdadera «fraternidad sacramental», deben saber convivir y actuar unidos en la solidaridad de una misma consagración.
(Medellín, Conclusiones 11,14)
Comunidad eclesial
La adecuada co-responsabilidad entre obispos y presbíteros pide el ejercicio de un diálogo, en el que haya mutua libertad y comprensión tanto con respecto a los asuntos a tratar como a la manera de discutirlos.
Esto ayudará a comprender mejor la misión común del sacerdocio ministerial y aportará un clima nuevo, en el cual será más fácil superar ciertas tensiones de obediencia, por la búsqueda en comunión de la voluntad del Padre.
(Medellín, Conclusiones 11,15)
Los obispos, junto con los presbíteros, han recibido «el ministerio de la comunidad», por el cual deben dedicarse a edificar y a guiar la comunidad eclesial como signos e instrumentos de su unidad.
Los presbíteros actúan en la comunidad como miembros específicos que comparten con todo el Pueblo de Dios el mismo misterio y la misma y única misión salvadora.
En la comunidad los laicos, por su sacerdocio común, gozan del derecho y tienen el deber de aportar una indispensable colaboración a la acción pastoral. Por esto, es deber de los sacerdotes dialogar con ellos no de una manera ocasional, sino de modo constante e institucional.
Lo mismo dígase con respecto a las religiosas y a los religiosos no presbíteros.
(Medellín, Conclusiones 11,16)
Servicio del mundo
Todo sacerdote ministerial es tomado de entre los hombres y constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios.
La consagración sacramental del orden sitúa al sacerdote en el mundo para el servicio de los hombres.
Es de particular importancia subrayar que la «consagración» sacerdotal es conferida por Cristo en orden a la «misión» de salvación del hombre.
Esto exige en todo sacerdote una especial solidaridad de servicio humano, que se exprese en una viva dimensión misionera, que le haga poner sus preocupaciones ministeriales al servicio del mundo con su grandioso devenir y con sus humillantes pecados; e implica también un contacto inteligente y constante con la realidad, de tal modo que su consagración resulte una manera especial de presencia en el mundo, más bien que una segregación de él.
(Medellín, Conclusiones 11,17)
III. Algunas conclusiones de orientación
El mundo latinoamericano se encuentra empeñado en un gigantesco esfuerzo por acelerar el proceso de desarrollo en el continente.
En esta tarea corresponde al sacerdote un papel específico e indispensable. él no es meramente un promotor del progreso humano.
Descubriendo el sentido de los valores temporales, deberá procurar conseguir la «síntesis del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios».
Para ello ha de procurar, por la palabra y la acción apostólica suya y de la comunidad eclesial, que todo el quehacer temporal adquiera su pleno sentido de liturgia espiritual, incorporándolo vitalmente en la celebración de la Eucaristía.
(Medellín, Conclusiones 11,18)
Para promover el desarrollo integral del hombre formará a los laicos y los animará a participar activamente con conciencia cristiana en la técnica y elaboración del progreso. Pero en el orden económico y social, y principalmente en el orden político, en donde se presentan diversas opciones concretas, al sacerdote como tal no le incumbe directamente la decisión, ni el liderazgo, ni tampoco la estructuración de soluciones.
(Medellín, Conclusiones 11,19)
Espiritualidad
La espiritualidad sacerdotal ha de ser una vivencia personal, intrínsecamente vinculada con su acción ministerial.
Entre todas las exigencias de esta espiritualidad ninguna es superior ni más necesaria que la de una profunda y permanente vida de fe.
Por ella el sacerdote debe hacer visible la perfecta unidad de Cristo con el Padre: «quien me ve a Mí, ve al Padre», y poder testificar con San Pablo: «sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo».
Importa, pues, ante todo, que el sacerdote sea el hombre de oración por antonomasia.
Un sacerdote cuya vida no fuere testimonio de este espíritu de fe, jamás podrá ser reconocido como digno ministro de Cristo, el Señor.
(Medellín, Conclusiones 11,20)
Ministerio
La caridad pastoral infundida por el sacramento del orden debe impulsar hoy a los sacerdotes a trabajar más que nunca por la unidad de los hombres, hasta dar la vida por ellos, como lo hiciera el Buen Pastor.
En el ejercicio de esta caridad que une al sacerdote íntimamente con la comunidad, se encontrará el equilibrio de la personalidad humana, hecha para el amor, y se redescubrirán las grandes riquezas contenidas en el carisma del celibato en toda su visión cristológica, eclesiológica, escatológica y pastoral.
(Medellín, Conclusiones 11,21)
Una clara consecuencia de la orientación conciliar es la superación de la uniformidad en la figura del presbítero; los sacerdotes «... ora ejerzan el ministerio parroquial o supraparroquial, ora se dediquen a la investigación o a la enseñanza, ora trabajen con sus manos compartiendo la suerte de los obreros mismos... ora, en fin, lleven a cabo otras obras apostólicas u ordenadas al apostolado», ejercerán su ministerio en consonancia con las exigencias pastorales de las diferencias carismáticas.
Es menester, sin embargo, recordar con respecto a los carismas, que corresponde a los que presiden la Iglesia juzgar de la autenticidad y ordenado ejercicio de tales dones. En este campo ha de tenerse en cuenta una planificación pastoral, para la mejor distribución de los sacerdotes, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo.(Medellín, Conclusiones 11,22)
Dialogo y cooperación
En vistas de la comunión jerárquica del ministerio sacerdotal se sugiere asegurar en forma institucionalizada la adecuada co -responsabilidad de los presbíteros con el orden episcopal.
(Medellín, Conclusiones 11,23)
Valores culturales
Tiene extraordinaria importancia dar vida a los «Consejos de Pastoral», que son innegablemente una de las instituciones más originales sugeridas por el Concilio y uno de los más eficientes instrumentos de la renovación de la Iglesia en su acción de Pastoral de conjunto.
(Medellín, Conclusiones 11,24)
Es contrario al profundo sentido de unidad del presbiterio el aislamiento en que viven tantos sacerdotes.
Para que pueda realmente compartirse la común responsabilidad sobre la Iglesia local, recomendamos vivamente que se fomente la vida de los equipos sacerdotales en sus diversas formas.
Establézcanse centros sacerdotales donde puedan reunirse en un ambiente fraternal y de frecuente contacto con el obispo, todos los presbíteros con miras a su perfeccionamiento personal.
(Medellín, Conclusiones 11,25)
Es hoy urgente hacer posible la renovación cultural de los presbíteros proporcionándoles tiempo y medios adecuados.
En primer lugar, será necesario ayudarles a asimilar con profundidad las grandes orientaciones teológicas del Concilio y los principales progresos de las ciencias de la Revelación.
Junto con ello, es necesaria una mayor adaptación a todo el progreso humano; la misión del presbítero, en efecto, exige una cultura encarnada y dinámica, constantemente actualizada y profundizada, que no se reduzca a un mero cultivo intelectual, sino que abarque todo el sentido de la «humanitas», enriquecida con sus valores vividos sacerdotalmente.
(Medellín, Conclusiones 11,26)
Estilo y subsistencia
Una de las características indispensables de la espiritualidad sacerdotal, especialmente requerida por nuestra situación continental, es la pobreza evangélica.
Los presbíteros han de ser testigos del Reino, siendo pobres de corazón e imitando a Jesucristo, pero valorando y usando pastoralmente los bienes económicos en favor del Cristo pobre, que se hace cotidianamente presente en los necesitados.
La pobreza evangélica, que es vivida en la Iglesia de acuerdo a distintas vocaciones, tendrá que concretarse, para los presbíteros diocesanos, en un estilo de vida que les dé las posibilidades económicas que se adecúen a un ministerio de especial situación comunitaria.
Será preocupación de los obispos con su presbiterio, cuidar de la realización concreta de un sistema de sustentación de los presbíteros que, por una parte, evite toda apariencia de lucro en relación con lo sagrado y, por otra, distribuya equitativamente los ingresos diocesanos reunidos solidariamente por todas las parroquias.
En particular las Conferencias Episcopales deberán conseguir cuanto antes el funcionamiento de una adecuada previsión social para el clero.
(Medellín, Conclusiones 11,27)
IV. Saludo fraternal
A nuestros presbiteros
«Los obispos nos sentimos unidos a todos los queridos hermanos que, en la serenidad y en la paz, vienen afrontando problemas e inquietudes que, ponen de relieve la riqueza de su amor a la Iglesia y a los hombres.
Unidos, trataremos de dar nuestra respuesta a los problemas del hombre actual. Reflexionaremos juntos apoyándonos en el don de Dios para discernir los signos de los tiempos. Encontraremos en el Evangelio la imagen más nítida de Cristo, el Señor.
Contamos con su ayuda para llevar a cabo este servicio en una Iglesia que acomete con gozo y confianza la tarea de conducir con Cristo, Pastor Eterno, los hombres todos a la casa del Padre.
Es de justicia, en particular, manifestar nuestro reconocimiento a todos los sacerdotes que, en un pasado remoto y próximo, vivieron, trabajaron y se entregaron por los pueblos de América Latina.
No podemos tampoco dejar de testimoniar nuestro íntimo reconocimiento a los numerosos sacerdotes y religiosos de iglesias hermanas que, dejando patria, tradiciones y amigos, han venido a sumarse a la tarea apostólica que solos no podríamos llenar.
(Medellín, Conclusiones 11,28)
A los que están en crisis
Nos dirigimos, además, a los queridos cooperadores que están padeciendo las angustias de muy variadas crisis después de años vividos en la fidelidad y la abnegación. Sabemos que su situación es fruto, a veces y en parte, de sinceridad y autenticidad. Exista entre nosotros una recíproca confianza, y a pesar de nuestras deficiencias y hasta posibles, aunque no intencionadas, fallas, crean con espíritu elevado que nosotros, somos también responsables de ellos ante el Padre, por disposición divina.
Permitan que les ayudemos y, en la convivencia con los hermanos presbíteros que viven y sufren en la viña del Señor, busquen amparo y solidaridad.
Por encima de todo, no se alejen del contacto íntimo y confiado con Cristo que no los considera siervos sino amigos, y sepan que por ellos oramos al Padre de las luces.
(Medellín, Conclusiones 11,29)
A los que se alejaron
A los presbíteros que, con consentimiento de la autoridad competente, o sin él como resultado de una crisis, que en última instancia sólo a Dios corresponde juzgar, se alejaron del ministerio, les decimos que los sabemos marcados con el sello del sacerdocio y que los respetamos como hermanos, amándolos como hijos.
Encontrarán siempre nuestro corazón abierto para prestarles ayuda, en la medida de nuestras posibilidades, para que, conservando o recuperando el vínculo visible de la unidad esencial en la Iglesia de Cristo, den testimonio del Reino para el cual fueron consagrados.
(Medellín, Conclusiones 11,30)
I. Misión del religioso
La caridad con que amamos a Dios y al prójimo es la única santidad que cultivan todos los que, guiados por el Espíritu Santo, siguen a Cristo en cualquier estado de vida y profesión a la que han sido llamados.
En la Iglesia «todos son llamados a la santidad», tanto los que pertenecen a la Jerarquía, como los laicos y religiosos; santidad que se realiza mediante la imitación del Señor, por amor. Por el bautismo el cristiano inició su configuración con Cristo que luego, por la acción de Dios y la fidelidad del hombre ha de ir creciendo hasta llegar a la edad perfecta de la plenitud de Cristo. Cada uno ha de procurar alcanzar la santidad viviendo la caridad según las características propias de su estado de vida.
(Medellín, Conclusiones 12,1)
II. «Aggiornamiento»
En estos momentos de revisión muchos se preguntan cuál es el puesto que ocupa el religioso en la Iglesia y en qué consiste su vocación especial dentro del Pueblo de Dios.
A lo largo de la historia de la Iglesia, la vida religiosa ha tenido siempre, y ahora con mayor razón, una misión profética: la de ser testimonio escatológico. Todo cristiano- sea religioso o laico- ha de buscar el Reino de Dios identificándose, por amor, con Cristo en el misterio de su Encarnación, Muerte y Resurrección, que culmina en la escatología. Pero lo propio del religioso, lo más característico, es entregar toda su vida al servicio de Dios, viviendo así la caridad, mediante «una peculiar consagración que se funda íntimamente en la del bautismo y la expresa con mayor plenitud». Esta consagración peculiar es un compromiso a vivir con mayor intensidad el aspecto escatológico del cristianismo para ser dentro de la Iglesia, de un modo especial «testigo de la Ciudad de Dios».
(Medellín, Conclusiones 12,2)
Es decir, por una parte, el religioso ha de encarnarse en el mundo real y hoy con mayor audacia que en otros tiempos: no puede considerarse ajeno a los problemas sociales, al sentido democrático, a la mentalidad pluralista, de los hombres que viven a su alrededor. Y así, las circunstancias concretas de América Latina (naciones en vía de desarrollo, escasez de sacerdotes) exigen de los religiosos una especial disponibilidad, según el propio carisma, para insertarse en las líneas de una pastoral efectiva.
Por otra parte, en medio de un mundo peligrosamente tentado de instalarse en lo temporal, con un consiguiente enfriamiento de la fe y de la caridad, el religioso ha de ser signo de que el Pueblo de Dios no tiene una ciudadanía permanente en este mundo, sino que busca la futura. El estado religioso, «que deja más libres a sus seguidores frente a los cuidados terrenos, manifiesta mejor a todos los creyentes los bienes celestiales- presentes ya en esta vida- y sobre todo da un testimonio de la vida nueva y eterna conseguida por la Redención de Cristo y preanuncia la Resurrección futura, y la gloria del Reino Celestial». O según se expresa en otro lugar «los religiosos, por su estado, dan preclaro y eximio testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas».
Si es verdad que el religioso se coloca a cierta distancia de las realidades del mundo presente, no lo hace por desprecio al mundo, sino con el propósito de recordar su carácter transitorio y relativo.
(Medellín, Conclusiones 12,3)
Su testimonio no es algo abstracto, sino existencial, signo de la santidad trascendente de la Iglesia. Se quiere vivir con mayor plenitud, mediante esta especial consagración, aquella identificación personal con Cristo, que se inició en el bautismo. Ella se expresa principalmente mediante la castidad consagrada por la que el religioso «se une al Señor con un amor indiviso», y por la caridad en la vida comunitaria, que es un preanuncio de la perfecta unión en el Reino futuro.
En las congregaciones de vida activa la acción apostólica como actividad misionera, que también tiende a la plenitud escatológica, no es una labor disociada de la vida religiosa, sino una manifestación del designio de Dios en la Historia de la Salvación.
(Medellín, Conclusiones 12,4)
El testimonio del mundo futuro se manifiesta de un modo especial en la vida religiosa contemplativa que es una presencia y una mediación del misterio de Dios en el mundo. Le corresponde un gran papel en la situación latinoamericana, ya que los contemplativos con su vida de fe y abnegación invitan a una visión más cristiana del hombre y del mundo.
Para que este testimonio sea auténtico, se requiere, tanto en la vida activa como en la contemplativa, un íntimo trato con Dios a través de la oración personal y una profundización en el sentido de la caridad cuya mejor expresión es la celebración eucarística.
(Medellín, Conclusiones 12,5)
A partir de estos principios insistiremos en aquellos aspectos de la vida religiosa que tienen relación directa con el desarrollo y la pastoral en América Latina, temas de esta Conferencia.
(Medellín, Conclusiones 12,6)
Los cambios provocados en el mundo latinoamericano por el proceso del desarrollo y, por otra parte, los planes de pastoral de conjunto, a través de los cuales la Iglesia de América Latina quiere encarnarse en nuestras concretas realidades de hoy, exigen una revisión seria y metódica de la vida religiosa y de la estructura de la comunidad. ésta es una condición indispensable para que los religiosos sean un signo inteligible y eficaz dentro del mundo actual.
(Medellín, Conclusiones 12,7)
A veces se interpreta equivocadamente la separación entre la vida religiosa y el mundo: hay comunidades que mantienen o crean barreras artificiales, olvidando que la vida comunitaria debe abrirse hacia el ambiente humano que la rodea para irradiar la caridad y abarcar todos los valores humanos.
La verdadera caridad tiene como efecto la flexibilidad de espíritu para adaptarse a toda clase de circunstancias. El religioso ha de tener una perfecta disponibilidad para seguir el ritmo de la Iglesia y del mundo actual, dentro del marco que le señala la obediencia religiosa. Debe adaptarse a las condiciones culturales, sociales y económicas, aunque eso suponga la reforma de costumbres y constituciones, o la supresión de obras que hoy han perdido ya su eficacia. Las costumbres, los horarios, la disciplina, deben facilitar las tareas apostólicas.
(Medellín, Conclusiones 12,8)
Vida religiosa y participación en el desarrollo
Es necesario tomar en cuenta las inquietudes y los interrogantes de la juventud, que revelan en general, una actitud de generosidad y compromiso con el ambiente.
Por otra parte hay que abordar seriamente el «conflicto de generaciones», que se caracteriza no solamente como un conflicto entre un sistema de normas y otro de valores, sino por el hecho de que a ciertos valores no se les da ya un carácter absoluto: este «relativismo» produce en la juventud, y más aún en los adultos, un estado de inseguridad que llega a afectar los valores de la vida religiosa y de la misma fe. Es necesario, por tanto, dar una educación personalizadora que los lleve a realizarse a través de graduales opciones personales que tengan como meta la vivencia auténtica de los valores evangélicos.
También notamos que, por esta situación de cambio e inseguridad, se producen numerosos abandonos en la vida religiosa. En estos casos es necesario un espíritu de comprensión fraterna que facilite al máximo el reajuste sicológico y social de quienes dejan sus Institutos.
(Medellín, Conclusiones 12,9)
El amor fraternal a todos los miembros del Cuerpo Místico ha de nacer de la «vida escondida con Cristo en Dios» y ha de ser la fuente de todo apostolado. El apostolado, por su parte, ha de conducir a la unidad de la caridad. Para los religiosos de vida activa la acción apostólica no puede considerarse como algo secundario, antes bien, ella «pertenece a la naturaleza misma de la vida religiosa; toda la vida de sus miembros ha de estar saturada de espíritu apostólico y toda su obra apostólica ha de estar animada por el espíritu religioso».
La integración de la vida apostólica (en todas sus manifestaciones) en la vida misma de los institutos religiosos se está presentando en América Latina como problema de características dramáticas, especialmente entre los jóvenes, más sensibilizados por los condicionamientos del proceso de humanización del continente.
A juicio de estos jóvenes aparece una disociación práctica ante el conjunto de observancias a las que se da el nombre de «vida regular» y la participación en el desarrollo del hombre latinoamericano.
Esto ocasiona una crítica severa a sus propios institutos y comunidades, acusando a la vida religiosa, así entendida, de alienación fundamental respecto a la vida cristiana y de inadaptación al mundo de hoy.
La crisis en las comunidades religiosas toma grandes proporciones mientras disminuye el número de los que se presentan para ingresar en las mismas.
(Medellín, Conclusiones 12,10)
III. Pastoral de conjunto
Por eso recomendamos a los religiosos:
a) Desarrollar y profundizar una teología y una espiritualidad de la vida apostólica, pues se necesita adquirir una mentalidad que valore sobrenaturalmente los elementos penitenciales que encierra el apostolado y realce el ejercicio de las virtudes teologales y morales que lleva consigo;
b) Tomar conciencia de los graves problemas sociales de vastos sectores del pueblo en que vivimos.
(Medellín, Conclusiones 12,11)
La situación actual no puede dejar inactivos a los religiosos. Aunque no han de intervenir en la dirección de lo temporal, sí han de trabajar directamente con las personas en un doble aspecto: el de hacerles vivir su dignidad fundamental humana y el de servirles en orden a los bienes de la Redención.
Consideramos que la colaboración del religioso en el desarrollo es algo vital e inherente a su propia vocación. «Cada uno debe aceptar generosamente su papel, sobre todo quienes por su educación, su situación y su influencia, tienen mayores posibilidades».
(Medellín, Conclusiones 12,12)
A este respeto recordamos a los religiosos la necesidad de:
a) Insistir en una seria formación espiritual, teológica, profunda y continuada, armonizada con el cultivo y aprecio de los valores humanos;
b) Valorar el apostolado y sus exigencias como elemento esencial de la vida religiosa. La fidelidad a este aspecto esencial pide a los religiosos la renovación constante de sus métodos dentro de la continuidad con su propio patrimonio. Asimilarán así todo lo mejor que vaya surgiendo en la Iglesia y adaptarán sus sistemas a los nuevos procedimientos y nuevas necesidades;
c) Considerar que el desarrollo se conecta necesariamente con dimensiones de justicia y caridad. La teología debe intervenir para ponderarlas en orden a una pastoral que cada vez necesita mayor actualización, dado el dinamismo del progreso humano;
d) Revisar sinceramente la formación social que se da a los religiosos, concediendo especial importancia a las experiencias vitales, con miras a la adquisición de una mentalidad social;
e) Atender, educar, evangelizar y promover sobre todo a las clases sociales marginadas. Con un espíritu eminentemente misionero, preocuparse por los numerosos grupos indígenas del continente;
f) Promover un auténtico espíritu de pobreza que lleve a poner efectivamente al servicio de los demás bienes que se tienen;
g) Cumplir lo pedido por Pablo VI referente a la reforma agraria en el caso de que posean tierras no necesarias para la obra apostólica.
(Medellín, Conclusiones 12,13)
Es necesario que en nuestros planes de Pastoral de conjunto, puedan las Congregaciones religiosas integrarse de acuerdo con el carisma, las finalidades específicas de cada Instituto y las prioridades pastorales, aunque para esto sea menester abandonar, a veces, ciertas obras para atender otras que se consideren más urgentes y necesarias.
Esta íntima participación de los religiosos ha de realizarse desde la etapa de reflexión y de planificación hasta la de realización, sin olvidar que la integración real sólo se obtiene cuando las propias comunidades religiosas (a nivel provincial y local) toman conciencia de la responsabilidad pastoral colegial y reflexionan en sintonía con los demás grupos y miembros del Pueblo de Dios.
(Medellín, Conclusiones 12,14)
Laicos consagrados en la vida religiosa y en los institutos seculares
Somos conscientes de la indispensable labor apostólica que realizan religiosos y religiosas. Ellos seguirán siendo, junto al clero diocesano, la base de la evangelización de América Latina. Sugerimos, sin embargo, que los religiosos se esfuercen por integrar a los laicos en los trabajos apostólicos, respetando sinceramente su competencia en el orden temporal y reconociéndoles su responsabilidad propia dentro de la Iglesia.
(Medellín, Conclusiones 12,15)
En fin, ya que el trabajo de evangelización supone permanencia y estabilidad, esta Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, pide encarecidamente a los Superiores Mayores den estabilidad al personal religioso que desempeña funciones apostólicas en América Latina, de acuerdo con los convenios suscritos con los Obispos del lugar.
(Medellín, Conclusiones 12,16)
La más clara conciencia que van tomando los laicos del puesto que les corresponde dentro de la Iglesia por fuerza de su bautismo, nos hace ver y apreciar de manera especial el enorme potencial que representan para América Latina los numerosos hombres y mujeres que, conservando su condición laical, se han consagrado al Señor en la Vida Religiosa o en los Institutos Seculares.
(Medellín, Conclusiones 12,17)
Religiosos laicales
Recordamos antes que todo que «la vida religiosa laical, tanto para los hombres como para las mujeres, constituye en sí misma un estado completo de profesión de los consejos evangélicos».
Sin embargo, para que los religiosos laicales puedan cumplir su misión específica en la América Latina de hoy, es necesario que valoricen su papel de religiosos laicos. Por sus tareas apostólicas y profesionales, comunitarias y personales, ellos han de ser un testimonio valioso y un apoyo eficaz para aquellos laicos que trabajan en las mismas actividades.
(Medellín, Conclusiones 12,18)
Institutos seculares
En el campo de la promoción humana los institutos religiosos laicales deberían diversificarse a la luz de una presencia bien comprendida de la Iglesia en un mundo en desarrollo. Un modo de esta presencia lo constituyen las pequeñas comunidades que viven del propio trabajo.
(Medellín, Conclusiones 12,19)
Los religiosos laicales podrán prestar frecuentemente un apoyo valioso al ministerio jerárquico. En este sentido adquiere especial importancia, en la situación actual de América Latina, el trabajo que realizan, por ejemplo, las religiosas encargadas de vicarías parroquiales en aquellos lugares en donde no hay presencia sacerdotal permanente.
(Medellín, Conclusiones 12,20)
Toda esta actualización exige una preparación esmerada que obliga a las comunidades religiosas a una profunda reflexión cristiana sobre las condiciones humanas encontradas en América Latina y a una competencia profesional en los diversos sectores.
(Medellín, Conclusiones 12,21)
Los trabajos domésticos, necesarios y meritorios, no sean para las religiosas y religiosos de institutos de apostolado directo, un impedimento para su labor específica.
(Medellín, Conclusiones 12,22)
Una atención especial debe prestarse a la formación espiritual y al «aggiornamento» de los religiosos laicales para que ellos puedan ser una señal inteligible que manifieste al hombre latinoamericano su vocación.
(Medellín, Conclusiones 12,23)
Los Institutos seculares, «dada su propia y particular fisonomía, es decir, la secular», realizan una especial presencia de la Iglesia en el mundo. Por eso los miembros de Institutos seculares, mediante una inserción y una acción profunda y eficiente en medio de los lacios del Pueblo de Dios, sean un verdadero fermento en la masa. A ellos toca realizar la presencia de la Iglesia, de modo especial, en ambientes y actividades seculares del mundo actual.
(Medellín, Conclusiones 12,24)
Necesidad de centros regionales de decisión
Dado que la situación de América Latina es muy diferente a la de otras regiones en todos los órdenes, es muy importante que las decisiones para la aplicación concreta de las normas generales dadas por los institutos religiosos, sean tomadas por la competente autoridad nacional o regional. De otra manera se corre el riesgo de interpretar mal las situaciones concretas con grave daño para la vida y la actividad de las comunidades religiosas.
(Medellín, Conclusiones 12,25)
Los religiosos en la vida del pueblo Dios bajo la coordinación de la jerarquía
Lo propio de los religiosos sólo se entiende relacionándolos con los otros miembros, funciones y ministerios del Pueblo de Dios.
Los religiosos presbíteros tienen una situación especial: están unidos con los obispos en el sacerdocio, son consagrados para ser cooperadores del orden episcopal y pertenecen al clero de la Diócesis en cuanto participan en obras de apostolado bajo la autoridad de los obispos.
Religiosos y religiosas se integran en la pastoral jerárquica a diversos niveles: en el presbiterio, en el consejo pastoral, en organismos supradiocesanos.
(Medellín, Conclusiones 12,26)
La diversidad de niveles de integración supone para los superiores religiosos la misión de coordinar y alimentar las diferentes participaciones; les toca desarrollar y mantener el sentido de comunidad que debe ligar la vida religiosa, en sus diversas funciones y ministerios, con el Pueblo de Dios. Consecuentemente la misión de los superiores, sobre todo de los Superiores Mayores, deberá integrarse muchas veces en niveles que rebasan los de la Iglesia local.
(Medellín, Conclusiones 12,27)
En bien de la pastoral diocesana y nacional es indispensable que los obispos se reúnan periódicamente con los superiores religiosos y que las Conferencias Episcopales inviten a sus asambleas a la Conferencia de Religiosos y de Religiosas y viceversa, para tratar en un ambiente de comprensión y cordialidad lo que se refiere a la participación de los religiosos en la Pastoral de conjunto.
(Medellín, Conclusiones 12,28)
Un ejemplo de esta coordinación tan necesaria lo encontramos muy bien logrado en el plano continental, gracias a las relaciones institucionalizadas ya existentes entre el CELAM y la Conferencia Latinoamericana de Religiosos (CLAR). Sea esta la oportunidad para pedir a todos los religiosos y religiosas del continente que secunden la actividad de sus Conferencias Nacionales y de la CLAR a fin de que esos organismos sean para el Episcopado interlocutores cada vez más válidos y más eficaces vehículos de nuestro interés por la vida religiosa.
(Medellín, Conclusiones 12,29)
Por otra parte esta Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano considera muy conveniente que haya religiosos y religiosas de diversas regiones de América Latina presentes en las Congregaciones Romanas y en particular en la de Religiosos.
(Medellín, Conclusiones 12,30)
I. Realidad
Realidad de la Iglesia en América Latina
«América Latina presenta una sociedad en movimiento, sujeta a cambios rápidos y profundos». Esto repercute sobre la misma Iglesia y le exige una postura frente a esta situación. La Iglesia Latinoamericana debe expresar su testimonio y su servicio en este continente, enfrentado con problemas tan angustiosos como los de la integración, desarrollo, profundos cambios y miseria.
Por otra parte, frente a los múltiples problemas de tipo estrictamente religioso, la Iglesia se encuentra con un número cada vez más escaso de sacerdotes, con estructuras ministeriales insuficientes y a veces inadecuadas para una eficaz labor apostólica.
En este contexto ubicamos la formación del clero, que debe ser instrumento fundamental de renovación de nuestra Iglesia y respuesta a las exigencias religiosas y humanas de nuestro continente.
(Medellín, Conclusiones 13,1)
Estado actual de la formación del clero
La restauración del Diaconado permanente y los problemas particulares que plantea hoy la existencia sacerdotal, nos llevan al estudio de la situación actual de la formación del clero.
(Medellín, Conclusiones 13,2)
Diaconado permanente
En algunos países de América Latina se adelantan experiencias de formación de diáconos que, por ser tan incipientes, no ha alcanzado el suficiente grado de madurez que permita su evaluación. Con todo, se nota que la restauración del Diaconado permanente ha surgido teniendo en cuenta determinadas exigencias pastorales. Esto ha dado lugar a una relativa pluralidad de formas en la concepción y preparación de los candidatos a diáconos, de acuerdo con los ambientes.
(Medellín, Conclusiones 13,3)
Formación sacerdotal
Seminaristas
La juventud de nuestros seminarios participa de las inquietudes y de los valores de los jóvenes de hoy. Se nota en ellos deseo de autenticidad; sensibilidad a los problemas sociales; deseo de justicia y de participación responsable en los cambios de hoy; mayor deseo de vida auténticamente comunitaria, de diálogo, de sentido de Iglesia como catolicidad; anhelo de pobreza y búsqueda de los valores evangélicos; respeto a la persona humana; espíritu de iniciativa en la pastoral; sentido de libertad y autonomía; deseo de trabajar para insertarse vitalmente en el ambiente y ayudarse en su formación; aprecio de los valores esenciales.
Por otra parte, las crisis por las que atraviesan hoy la juventud y la sociedad se refleja en la vida del seminario. Por ejemplo: tensiones entre autoridad y obediencia; ansias de total independencia; falta de equilibrio para discernir lo positivo de lo negativo en las novedades que surgen dentro de la vida de la Iglesia y del mundo; rechazo de ciertos valores religiosos tradicionales; exagerado activismo que lleva a descuidar la vida de relación personal con Dios; desconfianza de los adultos.
(Medellín, Conclusiones 13,4)
SeminariosSe comprueba una crisis en los seminarios que se manifiesta principalmente por una baja notable en la perseverancia y un ingreso cada vez menor de seminaristas. He aquí algunos puntos reveladores de esta situación: formadores insuficientemente preparados; falta de unidad de criterios en el equipo de formadores y de seguridad en los mismos para defender ciertos valores fundamentales en la formación; inseguridad en la orientación con respecto al crecimiento en la fe y a la vocación específica sacerdotal de los candidatos; apertura a veces brusca de los seminarios, sin la debida preparación y asistencia a los seminaristas; fallas de formación hacia una madurez humana plena; carencia en algunos seminarios de un auténtico espíritu de familia; descenso en la conducción espiritual del seminario. Igualmente parece que han influido algunos factores externos, tales como: la crisis de la actual figura del sacerdote, la valoración del laicado y del matrimonio como posibilidades de participación en la misión de la Iglesia, y las nuevas oportunidades de promoción social que ofrece el mundo de hoy.
(Medellín, Conclusiones 13,5)
II. Presupuesto teológico
Al mismo tiempo se nota una afanosa búsqueda de soluciones. Entre los principales intentos que actualmente se llevan a cabo, mencionamos los siguientes:
a) Hablando de los seminarios en general se advierte una mayor integración en el equipo de formadores; actualización de éste a través de cursos y encuentros de reflexión; esfuerzo por una formación más personal de los seminarios en la comunidad eclesial y en la comunidad humana; más contacto del obispo y de los párrocos con el seminario; mayor apertura a las realidades del mundo actual y a la familia; renovación de los métodos pedagógicos; aplicación de una sana sicología en el discernimiento y orientación de los candidatos;
b) En cuanto al seminario menor, incorporación cada vez mayor de personal laico, inclusive femenino; apertura hacia una orientación vocacional pluralista; creación de formas nuevas de seminarios menores, tales como semi -internados, externados, asistencia a clases en colegios estatales, privados;
c) Por lo que mira al seminario mayor, una formación más personalizante a base de equipos y pequeñas comunidades, sobre lo cual la Santa Sede ha dado orientaciones precisas. En el campo de la formación intelectual: hay tendencia a unir el personal de varias diócesis y comunidades en centros de estudios comunes, y a que los seminaristas asistan a universidades católicas y estatales, sobre todo para el estudio de filosofía.
Como es obvio, la descripción anterior del estado actual de la formación del clero no implica un juicio de valor sobre hechos, experiencias o métodos arriba reseñados.
(Medellín, Conclusiones 13,6)
La razón de ser del seminario debe ubicarse dentro de la perspectiva bíblica del llamado y de la respuesta. Como centro de formación sacerdotal, deberá partir de la visión bíblica «ex hominibus assumptus... pro hominibus constitutus», a fin de lograr en los candidatos aquella madurez humana que los capacite para ser conductores de hombres. Más aún, como a bautizados se pide a los seminaristas aquella madurez cristiana que los disponga al carisma sacerdotal, por el cual están llamados a la configuración con Cristo Cabeza. Esta configuración peculiar en el sacerdocio de Cristo lo sitúa en un nivel esencialmente distinto del sacerdocio común de los fieles.
(Medellín, Conclusiones 13,7)
III. Orientaciones pastorales
De acuerdo con lo anterior, teniendo en cuenta la situación latinoamericana, y sin pretender agotar todos los aspectos de la formación, que por otra parte se hallan contenidos en los documentos del Concilio Vaticano II y de la Santa Sede, ofrecemos a continuación algunas orientaciones pastorales.
(Medellín, Conclusiones 13,8)
Formación espiritual
Atendiendo al papel especial del sacerdote en América Latina y a las tareas de la pastoral que esta Conferencia Episcopal viene subrayando, se estima que la formación específica en los seminarios debe insistir particularmente sobre algunas actitudes y virtudes, sin pretender que éstas sean ni las únicas ni las principales.
(Medellín, Conclusiones 13,9)
Capacidad para escuchar fielmente la Palabra de Dios
Se pide al sacerdote de hoy saber interpretar habitualmente a la luz de la fe, las situaciones y exigencias de la comunidad. Dicha tarea profética exige, por una parte, la capacidad de comprender, con la ayuda del laicado, la realidad humana y, por otra, como carisma específico del sacerdote en unión con el obispo, saber juzgar aquellas realidades en relación con el plan de salvación. Para llegar a esta capacidad se necesita:
a) Una profunda y continuada purificación interior que disponga al hombre para captar las auténticas exigencias de la Palabra de Dios (sentido de la dirección espiritual);
b) Un «sensus fidei», que se profundiza particularmente por:
- La Sagrada Escritura asimilada vitalmente en la oración personal, en el estudio serio del Mensaje y en una activa, consciente y fructuosa participación en la liturgia;
- Una constante confrontación con las enseñanzas del magisterio de la Iglesia. Con el mismo fin, parece necesario desarrollar una fuerte pasión por la verdad y una disposición habitual para defenderse de la unilateralidad por medio de una búsqueda y verificación comunitaria.
(Medellín, Conclusiones 13,10)
Espiritualidad marcada por los consejos evangélicos
En un período en el cual la pastoral latinoamericana se halla comprometida en la promoción humana, a fin de que cada hombre se realice a sí mismo y goce de los bienes de la naturaleza, es necesario que el sacerdote dé a sus hermanos, de una manera convincente, el testimonio de saber vivir con equilibrio y libertad la renuncia de aquellos bienes sin darles un valor absoluto, impidiendo así que se repitan errores ya conocidos.
(Medellín, Conclusiones 13,11)
Espíritu de servicio
El Concilio Vaticano II y los Sumos Pontífices han reafirmado recientemente la vigencia del celibato para los sacerdotes. Siendo el motivo central del celibato la entrega a Cristo y con él a la Iglesia, y constituyendo al mismo tiempo una forma de caridad pastoral que se confunde con la consagración total y es testimonio escatológico ante los hombres, es necesario que se den al seminarista bases muy sólidas para vivirlo gozosamente en la plenitud del amor. Así, pues, dadas las circunstancias concretas en que frecuentemente le toca vivir al sacerdote latinoamericano, es de particular importancia una cuidadosa formación de los seminaristas en este sentido. Esto exige principalmente una formación gradual de acuerdo con el desarrollo físico y sicológico; estar en condiciones de realizar una elección madura, consciente y libre; capacidad de amor y de entrega sin reservas, lo que a su vez reclama una fe fuerte que lo haga capaz de responder al llamado de Dios; disciplina ascética y vida de oración que lo lleve a una madurez en las relaciones con el otro sexo; realización del sentido de la amistad y capacidad para trabajar en equipo.» (Medellín, Conclusiones 13,12)
El sacerdote, como Cristo, está puesto al servicio del pueblo. Esto pide de él, aceptar sin limitaciones las exigencias y las consecuencias del servicio a los hermanos y, en primer lugar, la de saber asumir las realidades y «el sentido del pueblo» en sus situaciones y en sus mentalidades. Con espíritu de humildad y de pobreza, antes de enseñar debe aprender, haciéndose todo a todos para llevarlos a Cristo.
(Medellín, Conclusiones 13,13)
Experiencia personal y amor de Cristo
Como a Pedro, Cristo pedirá al seminarista de hoy un servicio de entrega total, resultado de un amor personal a él y al Padre por el Espíritu, pues no quiere siervos sino amigos.
(Medellín, Conclusiones 13,14)
Disciplina
La disciplina es indispensable, no solamente por el buen orden, sino sobre todo para la formación de la personalidad. Para ello es necesario que la disciplina sea objeto de una adhesión interior, lo cual sólo es posible si los jóvenes perciben su valor y si tiene por objeto metas esenciales.
(Medellín, Conclusiones 13,15)
Formación intelectual
Hoy más que nunca es urgente actualizar los estudios de acuerdo con las orientaciones del Concilio, insistiendo en aquellos aspectos que atañen más particularmente a la situación actual del continente.
(Medellín, Conclusiones 13,16)
Formación pastoral
Cuídese la firmeza doctrinal ante una tendencia a novedades no suficientemente fundamentadas. Insístase además en una profundización que alcance a ser posible un alto nivel intelectual, teniendo en cuenta sobre todo la formación del Pastor.
(Medellín, Conclusiones 13,17)
Dése una importancia particular al estudio e investigación de nuestras realidades latinoamericanas en sus aspectos religioso, social, antropológico y sicológico.» (Medellín, Conclusiones 13,18)
«En cuanto al profesorado, prevista la capacitación de los futuros profesores, hay que procurar actualizarlo por medio de encuentros, cursos e institutos de alcance nacional y latinoamericano, buscando además la colaboración de profesores especializados, que puedan prestar sus servicios en los diferentes centros.
(Medellín, Conclusiones 13,19)
Procúrese que los profesores de seminarios tengan experiencia pastoral y, además, que el clero sea convenientemente actualizado, para que así pueda colaborar eficazmente en la formación de los futuros sacerdotes.
(Medellín, Conclusiones 13,20)
Pastoral vocacional
En una forma más concreta, y en orden a su futura actividad pastoral, debe cuidarse la preparación de los seminaristas en algunos aspectos de particular importancia en nuestro ambiente latinoamericano: formación básica sobre Pastoral de conjunto, preparación para la iniciación y asistencia de las comunidades de base, conveniente información y entrenamiento en dinámica de grupos y relaciones humanas, información adecuada para la utilización de los medios de comunicación social.
(Medellín, Conclusiones 13,21)
Por otra parte, ha de procurarse que participen en actividades pastorales en forma gradual, progresiva y prudente, de manera especial en época de vacaciones.
(Medellín, Conclusiones 13,22)
La pastoral vocacional es la acción de la comunidad eclesial bajo la Jerarquía para llevar a los hombres a hacer su opción en la Iglesia. Por lo mismo, toda la comunidad cristiana, unificada y guiada por el obispo, es responsable solidariamente del desarrollo vocacional, tanto en su aspecto fundamental cristiano, la vocación en general, como en sus aspectos específicos: vocaciones sacerdotal, religiosa y laical.
(Medellín, Conclusiones 13,23)
Puntos varios
El sacerdote por su misma misión debe ser el mediador más directo en las llamadas de Dios: tanto por el ideal que debe encarnar ante la juventud, como, porque siendo fiel a su vocación será más sensible a los llamamientos de Dios en los otros.
(Medellín, Conclusiones 13,24)
Dado el fenómeno de un número creciente de vocaciones de jóvenes y adultos, póngase cuidado especial en la promoción y cultivo de estas vocaciones. Por lo mismo es necesaria una pastoral juvenil que, para ser plenamente auténtica, debe llevar a los jóvenes, por medio de una maduración personal y comunitaria, a asumir un compromiso concreto ante la comunidad eclesial en alguno de los llamados estilos de vida.
(Medellín, Conclusiones 13,25)
Procúrese en el seminario una reflexión continua sobre la realidad que vivimos, a fin de que se sepan interpretar los signos de los tiempos, y se creen actitudes y mentalidad pastorales adecuadas.
(Medellín, Conclusiones 13,26)
Diaconado
Todos los que participan en la vida del seminario, aunque en diverso grado, deben considerarse como formadores.
(Medellín, Conclusiones 13,27)
Se verifica en América Latina una búsqueda de nuevas formas en la preparación de los presbíteros. Para que dichas experiencias sean fecundas, deben ser preparadas maduramente, aprobadas por la autoridad competente, bien comprendidas por los interesados. Además han de ser seguidas, controladas, y evaluados sus resultados, teniendo en cuenta por otra parte, que sean reversibles. Sería también de desear que, una vez demostrada su validez, se comuniquen a las Conferencias Episcopales de los distintos países para común utilidad.
(Medellín, Conclusiones 13,28)
Por razones obvias es conveniente que la formación de los seminaristas, de ordinario, sea realizada en su propio ambiente.
(Medellín, Conclusiones 13,29)
Se juzga oportuno que los sacerdotes de otros países, designados para trabajar en la formación del clero en América Latina, sigan cursos de adaptación en centros nacionales o internacionales, y que la completen con un tiempo prudencial de trabajo pastoral.
(Medellín, Conclusiones 13,30)
Con miras a una mayor economía de fuerzas y mejoramiento de la enseñanza, se recomiendan iniciativas, como las de seminarios regionales e interdiocesanos, cuidando que haya simultáneamente una integración de los obispos responsables y que, en lo posible, abarquen zonas homogéneas humana y pastoralmente. Igualmente se recomiendan Institutos y Facultades de Filosofía y Teología comunes para candidatos al clero diocesano y religioso. Esto último ayudará, además, a una mayor integración en la futura labor pastoral y a una mejor inserción en las realidades del mundo actual.
(Medellín, Conclusiones 13,31)
Se juzga de mucha utilidad que se intensifiquen la colaboración mutua y las relaciones entre el CELAM y la Organización de Seminarios Latinoamericanos (OSLAM), con las Comisiones Episcopales de Seminarios y con las Conferencias Nacionales de Religiosos, en todo lo que se refiere a la información sobre problemas de formación del clero.
(Medellín, Conclusiones 13,32)
Señalamos a continuación algunas orientaciones generales relativas a la formación para el Diaconado permanente.
a) Factor indispensable en la formación del futuro diácono será el recíproco aporte entre éste y la comunidad. Es decir, que el candidato madure su formación actuando en la comunidad y ésta también contribuya a formarlo. Además, los métodos de formación habrán de tener en cuenta la sicología del adulto, excluyendo todo tipo de formación masiva y utilizando los métodos activos.
b) La primera preocupación de los responsables en la formación de los futuros diáconos, ha de ser la de capacitarlos para crear nuevas comunidades cristianas o alentar las existentes, a fin de que el Misterio de la Iglesia pueda realizarse en ellas con mayor plenitud.
c) En vista de lo anterior, es necesario suscitar en los candidatos una espiritualidad diaconal propia que en los casados se debe conjugar con una auténtica espiritualidad conyugal.
d) Dada la diversidad de tareas en que habrá de ejercerse el ministerio diaconal en América Latina, será necesario que la formación intelectual sea a la vez adecuada a las funciones que han de cumplir y al nivel cultural del ambiente.
e) De acuerdo con las condiciones de la Iglesia en América Latina, en la formación del diácono se cuidará también de capacitarlo en orden a una acción efectiva en los campos de la evangelización y del desarrollo integral.
f) Se recomienda que existan en la diócesis, región o país, equipos responsables de formación de los candidatos que podrán estar integrados por presbíteros, diáconos, religiosos y laicos.
(Medellín, Conclusiones 13,33)I. Realidad lationoamericana
El Episcopado Latinoamericano no puede quedar indiferente ante las tremendas injusticias sociales existentes en América Latina, que mantienen a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana en muchísimos casos a la inhumana miseria.
(Medellín, Conclusiones 14,1)
II. Motivación doctrinal
Un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte. «Nos estáis ahora escuchando en silencio, pero oímos el grito que sube de vuestro sufrimiento», ha dicho el Papa a los campesinos en Colombia.
Y llegan también hasta nosotros las quejas de que la Jerarquía, el clero, los religiosos, son ricos y aliados de los ricos. Al respecto debemos precisar que con mucha frecuencia se confunde la apariencia con la realidad. Muchas causas han contribuido a crear esa imagen de una Iglesia jerárquica rica. Los grandes edificios, las casas de párrocos y de religiosos cuando son superiores a las del barrio en que viven; los vehículos propios, a veces lujosos; la manera de vestir heredada de otras épocas, han sido algunas de esas causas.
El sistema de aranceles y de pensiones escolares, para proveer a la sustentación del clero y al mantenimiento de las obras educacionales, ha llegado a ser mal visto y a formar una opinión exagerada sobre el monto de las sumas percibidas.
Añadamos a esto el exagerado secreto en que se ha envuelto el movimiento económico de colegios, parroquias, diócesis: ambiente de misterio que agiganta las sombras y ayuda a crear fantasías.
Hay también casos aislados de condenable enriquecimiento que han sido generalizados.
Todo esto ha llevado al convencimiento de que la Iglesia en América Latina es rica.
(Medellín, Conclusiones 14,2)
La realidad de muchísimas parroquias y diócesis que son extremadamente pobres y de tantísimos obispos, sacerdotes y religiosos que viven llenos de privaciones y se entregan con gran abnegación al servicio de los pobres, escapa por lo general a la apreciación de muchos y no logra disipar la imagen deformada que se tiene.
En el contexto de pobreza y aun de miseria en que vive la gran mayoría del pueblo latinoamericano, los obispos, sacerdotes y religiosos tenemos lo necesario para la vida y una cierta seguridad, mientras los pobres carecen de lo indispensable y se debaten entre la angustia y la incertidumbre. Y no faltan casos en que los pobres sienten que sus obispos, o sus párrocos y religiosos, no se identifican realmente con ellos, con sus problemas y angustias, que no siempre apoyan a los que trabajan con ellos o abogan por su suerte.
(Medellín, Conclusiones 14,3)
Debemos distinguir:
a) La pobreza como carencia de los bienes de este mundo es, en cuanto tal, un mal. Los profetas la denuncian como contraria a la voluntad del Señor y las más de las veces como el fruto de la injusticia y el pecado de los hombres;
b) La pobreza espiritual, es el tema de los pobres de Yavé. La pobreza espiritual es la actitud de apertura a Dios, la disponibilidad de quien todo lo espera del Señor. Aunque valoriza los bienes de este mundo no se apega a ellos y reconoce el valor superior de los bienes del Reino;
c) La pobreza como compromiso, que asume, voluntariamente y por amor, la condición de los necesitados de este mundo para testimoniar el mal que ella representa y la libertad espiritual frente a los bienes, sigue en esto el ejemplo de Cristo que hizo suyas todas las consecuencias de la condición pecadora de los hombres y que «siendo rico se hizo pobre», para salvarnos.
(Medellín, Conclusiones 14,4)
III. Orientaciones pastorales
En este contexto una Iglesia pobre:
- Denuncia la carencia injusta de los bienes de este mundo y el pecado que la engendra;
- Predica y vive la pobreza espiritual, como actitud de infancia espiritual y apertura al Señor;
- Se compromete ella misma en la pobreza material. La pobreza de la Iglesia es, en efecto, una constante de la Historia de la Salvación.
(Medellín, Conclusiones 14,5)
Todos los miembros de la Iglesia están llamados a vivir la pobreza evangélica. Pero no todos de la misma manera, pues hay diversas vocaciones a ella, que comportan diversos estilos de vida y diversas formas de actuar. Entre los religiosos mismos, con misión especial dentro de la Iglesia en este testimonio, habrá diferencias según los carismas propios.
(Medellín, Conclusiones 14,6)
Dicho todo esto, habrá que recalcar con fuerza que el ejemplo y la enseñanza de Jesús, la situación angustiosa de millones de pobres en América Latina, las apremiantes exhortaciones del Papa y del Concilio, ponen a la Iglesia Latinoamericana ante un desafío y una misión que no puede soslayar y al que debe responder con diligencia y audacia adecuadas a la urgencia de los tiempos.
Cristo nuestro Salvador, no sólo amó a los pobres, sino que «siendo rico se hizo pobre», vivió en la pobreza, centró su misión en el anuncio a los pobres de su liberación y fundó su Iglesia como signo de esa pobreza entre los hombres.
Siempre la Iglesia ha procurado cumplir esa vocación, no obstante «tantas debilidades y ruinas nuestras en el tiempo pasado». La Iglesia de América Latina, dadas las condiciones de pobreza y de subdesarrollo del continente, experimenta la urgencia de traducir ese espíritu de pobreza en gestos, actitudes y normas que la hagan un signo más lúcido y auténtico de su Señor. La pobreza de tantos hermanos clama justicia, solidaridad, testimonio, compromiso, esfuerzo y superación para el cumplimiento pleno de la misión salvífica encomendada por Cristo.
La situación presente exige, pues, de obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, el espíritu de pobreza que «rompiendo las ataduras de la posesión egoísta de los bienes temporales, estimula al cristiano a disponer orgánicamente la economía y el poder en beneficio de la comunidad».
La pobreza de la Iglesia y de sus miembros en América Latina debe ser signo y compromiso. Signo de valor inestimable del pobre a los ojos de Dios; compromiso de solidaridad con los que sufren.
(Medellín, Conclusiones 14,7)
Por todo eso queremos que la Iglesia de América Latina sea evangelizadora de los pobres y solidaria con ellos, testigo del valor de los bienes del Reino y humilde servidora de todos los hombres de nuestros pueblos. Sus pastores y demás miembros del Pueblo de Dios han de dar a su vida y sus palabras, a sus actitudes y su acción, la coherencia necesaria con las exigencias evangélicas y las necesidades de los hombres latinoamericanos.
(Medellín, Conclusiones 14,8)
Preferencia y solidaridad
El particular mandato del Señor de «evangelizar a los pobres» debe llevarnos a una distribución de los esfuerzos y del personal apostólico que dé preferencia efectiva a los sectores más pobres y necesitados y a los segregados por cualquier causa, alentando y acelerando las iniciativas y estudios que con ese fin ya se hacen.
Los Obispos queremos acercarnos cada vez más, con sencillez y sincera fraternidad a los pobres, haciendo posible y acogedor su acceso hasta nosotros.
(Medellín, Conclusiones 14,9)
Testimonio
Debemos agudizar la conciencia del deber de solidaridad con los pobres, a que la caridad nos lleva. Esta solidaridad significa hacer nuestros sus problemas y sus luchas, saber hablar por ellos.
Esto ha de concretarse en la denuncia de la injusticia y la opresión, en la lucha cristiana contra la intolerable situación que soporta con frecuencia el pobre, en la disposición al diálogo con los grupos responsables de esa situación para hacerles comprender sus obligaciones.
(Medellín, Conclusiones 14,10)
Expresamos nuestro deseo de estar siempre muy cerca de los que trabajan en el abnegado apostolado con los pobres, para que sientan nuestro aliento y sepan que no escucharemos voces interesadas en desfigurar su labor.
La promoción humana ha de ser la línea de nuestra acción en favor del pobre, de manera que respetemos su dignidad personal y le enseñemos a ayudarse a sí mismo. Con ese fin reconocemos la necesidad de la estructuración racional de nuestra pastoral y de la integración de nuestros esfuerzos con las de otras entidades.
(Medellín, Conclusiones 14,11)
Deseamos que nuestra habitación y estilo de vida sean modestos; nuestro vestir, sencillo; nuestras obras e instituciones, funcionales, sin aparato ni ostentación.
Pedimos a sacerdotes y fieles que nos den un tratamiento que convenga a nuestra misión de padres y pastores, pues deseamos renunciar a títulos honoríficos propios de otra época.
(Medellín, Conclusiones 14,12)
Servicio
Con la ayuda de todo el Pueblo de Dios esperamos superar el sistema arancelario, reemplazándolo por otras formas de cooperación económica que estén desligadas de la administración de los sacramentos.
La administración de los bienes diocesanos o parroquiales ha de estar integrada por laicos competentes y dirigida al mejor uso en bien de la comunidad toda.
(Medellín, Conclusiones 14,13)
En nuestra misión pastoral confiaremos ante todo en la fuerza de la Palabra de Dios. Cuando tengamos que emplear medios técnicos buscaremos los más adecuados al ambiente en que deban usarse y los pondremos al servicio de la comunidad.
(Medellín, Conclusiones 14,14)
Exhortamos a los sacerdotes a dar testimonio de pobreza y desprendimiento de los bienes materiales, como lo hacen tantos particularmente en regiones rurales y en barrios pobres.
Con empeño procuraremos que tengan una justa aunque modesta sustentación y la necesaria previsión social. Para ello buscaremos formar un fondo común entre todas las parroquias y la misma diócesis y también entre las diócesis del mismo país.
Alentamos a los que se sienten llamados a compartir la suerte de los pobres, viviendo con ellos y aun trabajando con sus manos, de acuerdo con el Decreto Presbyterorum ordinis.
(Medellín, Conclusiones 14,15)
Las comunidades religiosas, por especial vocación, deben dar testimonio de la pobreza de Cristo. Reciban nuestro estímulo las que se sientan llamadas a formar entre sus miembros pequeñas comunidades, encarnadas realmente en los ambientes pobres. Serán un llamado continuo para todo el Pueblo de Dios a la pobreza evangélica.
Esperamos también que puedan cada vez más hacer participar de sus bienes a los demás, especialmente a los más necesitados, compartiendo con ellos no solamente lo superfluo, sino lo necesario y dispuestos a poner al servicio de la comunidad humana los edificios e instrumentos de sus obras.
La distinción entre lo que toca a la comunidad y lo que pertenece a las obras permitirá realizar todo esto con mayor facilidad. Igualmente permitirá buscar nuevas formas para estas obras, en que participen otros miembros de la comunidad cristiana, en su administración o propiedad.
(Medellín, Conclusiones 14,16)
Estos ejemplos auténticos de desprendimiento y libertad de espíritu, harán que los demás miembros del Pueblo de Dios den testimonio análogo de pobreza. Una sincera conversión ha de cambiar la mentalidad individualista en otra de sentido social y preocupación por el bien común. La educación de la niñez y de la juventud en todos sus niveles, empezando por el hogar, debe incluir este aspecto fundamental de la vida cristiana.
Se traduce este sentido de amor al prójimo cuando se estudia y se trabaja ante todo como una preparación o realización de un servicio a la comunidad; cuando se dispone orgánicamente la economía y el poder en beneficio de la comunidad.
(Medellín, Conclusiones 14,17)
No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna, sino que quiere ser humilde servidora de todos los hombres.
Necesitamos acentuar este espíritu en nuestra América Latina.
Queremos que nuestra Iglesia latinoamericana esté libre de ataduras temporales, de connivencias y de prestigio ambiguo; que «libre de espíritu respecto a los vínculos de la riqueza», sea más transparente y fuerte su misión de servicio; que esté presente en la vida y las tareas temporales, reflejando la luz de Cristo, presente en la construcción del mundo.
Queremos reconocer todo el valor y la autonomía legítima que tienen las tareas temporales; sirviéndolas no queremos desvirtuarlas ni desviarlas de sus propios fines. Deseamos respetar sinceramente a todos los hombres y escucharlos para servirlos en sus problemas y angustias. Así la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, «que se hizo pobre por nosotros siendo rico, para enriquecernos con su pobreza», presentará ante el mundo signo claro e inequívoco de la pobreza de su Señor.
(Medellín, Conclusiones 14,18)
15. PASTORAL DE CONJUNTO
I. Hechos
En nuestro continente, millones de hombres se encuentran marginados de la sociedad e impedidos de alcanzar la plena dimensión de su destino, sea por la vigencia de estructuras inadecuadas e injustas, sea por otros factores, como el egoísmo o la insensibilidad. Por otra parte, en él se está imponiendo la conciencia de que es necesario poner en marcha o activar un proceso de integración en todos los niveles: desde la integración de los marginados a los beneficios de la vida social, hasta la integración económica y cultural de nuestros países.
(Medellín, Conclusiones 15,1)
II. Principios doctrinales
La Iglesia debe afrontar esta situación con estructuras pastorales aptas, es decir, obviamente marcadas con el signo de la organicidad y de la unidad. Ahora bien, cuando se examina la realidad desde este punto de vista, se constatan algunos hechos de signo positivo y otros de signo negativo.
(Medellín, Conclusiones 15,2)
Entre los primeros podemos mencionar:
a) La conciencia bastante difundida, aunque a veces imprecisa y vaga, de las ideas de «Pastoral de conjunto» y de «Planificación pastoral», como también diversas realizaciones efectivas en estas líneas;
b) La vitalización de las vicarías foráneas, la creación de zonas y la constitución de equipos sacerdotales, por exigencias de acción pastoral conjunta;
c) La celebración de Sínodos y la constitución, ya comenzada en muchos lugares, de los Consejos presbiterial y pastoral propiciados por el Concilio;
d) El deseo de los laicos de participar en las estructuras pastorales de la Iglesia;
e) La importancia adquirida por las Conferencias Episcopales y la misma existencia de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del CELAM.
(Medellín, Conclusiones 15,3)
Entre los hechos de signo negativo figuran los siguientes:
a) Inadecuación de la estructura tradicional en muchas parroquias para proporcionar una vivencia comunitaria;
b) Sensación bastante generalizada de que las curias diocesanas son organismos burocráticos y administrativos;
c) Desazón en muchos sacerdotes, proveniente de no encontrar un lugar claro y satisfactorio en la estructura pastoral; esto ha sido a menudo un factor decisivo en algunas crisis sacerdotales, como también, por analogía de situaciones, en las crisis de un número considerable de religiosos y laicos;
d) Actitudes particularistas de personas o instituciones en situaciones que exigen coordinación;
e) Casos de aplicación desacertada de la Pastoral de conjunto o de la Planificación, sea por improvisación o incompetencia técnica, sea por excesiva valoración de los «planes», sea por una concepción demasiado rígida y autoritaria de su puesta en práctica.
(Medellín, Conclusiones 15,4)
Toda revisión de las estructuras eclesiales en lo que tienen de reformable, debe hacerse, por cierto, para satisfacer las exigencias de situaciones históricas concretas, pero también con los ojos puestos en la naturaleza de la Iglesia. La revisión que debe llevarse a cabo hoy en nuestra situación continental, ha de estar inspirada y orientada por dos ideas directrices muy subrayadas en el Concilio: la de comunión y la de catolicidad.
(Medellín, Conclusiones 15,5)
III. Orientaciones pastorales
En efecto, la Iglesia es ante todo un misterio de comunión católica, pues en el seno de su comunidad visible, por el llamamiento de la Palabra de Dios y por la gracia de sus sacramentos, particularmente de la Eucaristía, todos los hombres pueden participar fraternalmente de la común dignidad de hijos de Dios, y todos también, compartir la responsabilidad y el trabajo para realizar la común misión de dar testimonio del Dios que los salvó y los hizo hermanos en Cristo.
(Medellín, Conclusiones 15,6)
Esta comunión que une a todos los bautizados, lejos de impedir, exige que dentro de la comunidad eclesial exista multiplicidad de funciones específicas, pues para que ella se constituya y pueda cumplir su misión, el mismo Dios suscita en su seno diversos ministerios y otros carismas que le asignan a cada cual un papel peculiar en la vida y en la acción de la Iglesia. Entre los ministerios, tienen lugar particular los que están vinculados con un carácter sacramental. éstos introducen en la Iglesia una dimensión estructural de derecho divino. Los diversos ministerios, no sólo deben estar al servicio de la unidad de comunión, sino que a su vez deben constituirse y actuar en forma solidaria. En especial, los ministerios que llevan anexa la función pastoral, episcopado y presbiterado deben ejercer siempre en espíritu colegial, y así obispos y presbíteros, al tener que actuar siempre como miembros de un cuerpo (colegio episcopal o presbiterio, respectivamente), «ejemplar» de comunión: «forma facti gregis».
(Medellín, Conclusiones 15,7)
Es esencial que todas las comunidades eclesiales se mantengan abiertas a la dimensión de comunión católica, en tal forma que ninguna se cierre sobre sí misma. Asegurar el cumplimiento de esta exigencia es tarea que incumbe particularmente a los ministros jerárquicos, y en forma especialísima a los obispos, quienes, colegialmente unidos con el Romano Pontífice, su Cabeza, son el principio de la catolicidad de las Iglesias. Para que dicha abertura sea efectiva y no puramente jurídica, tiene que haber comunicación real, ascendente y descendente, entre la base y la cumbre.
(Medellín, Conclusiones 15,8)
De todo lo dicho se desprende que la acción pastoral de la comunidad eclesial, destinada a llevar a todo el hombre y a todos los hombres a la plena comunión de vida con Dios en la comunidad visible de la Iglesia, debe ser necesariamente global, orgánica y articulada. De aquí, a su vez, se infiere que las estructuras eclesiales deben ser periódicamente revisadas y reajustadas en tal forma que pueda desarrollarse armoniosamente lo que se llama una Pastoral de conjunto: es decir, toda esa obra salvífica común exigida por la misión de la Iglesia en su aspecto global, «como fermento y alma de la sociedad que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios».» (Medellín, Conclusiones 15,9)
Renovación de estructuras pastorales
Comunidades cristianas de base
La vivencia de la comunión a que ha sido llamado, debe encontrarla el cristiano en su «comunidad de base»: es decir, una comunidad local o ambiental, que corresponda a la realidad de un grupo homogéneo, y que tenga una dimensión tal que permita el trato personal fraterno entre sus miembros. Por consiguiente, el esfuerzo pastoral de la Iglesia debe estar orientado a la transformación de esas comunidades en «familia de Dios», comenzando por hacerse presente en ellas como fermento mediante un núcleo, aunque sea pequeño, que constituya una comunidad de fe, de esperanza y de caridad. La comunidad cristiana de base es así el primero y fundamental núcleo eclesial, que debe, en su propio nivel, responsabilizarse de la riqueza y expansión de la fe, como también del culto que es su expresión. Ella es, pues, célula inicial de estructuración eclesial, y foco de la evangelización, y actualmente factor primordial de promoción humana y desarrollo.
(Medellín, Conclusiones 15,10)
Parroquias, vicarías foráneas y zonas
Elemento capital para la existencia de comunidades cristianas de base son sus líderes y dirigentes. éstos pueden ser sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas o laicos. Es de desear que pertenezcan a la comunidad por ellos animada. La detección y formación de líderes deberán ser objeto preferente de la preocupación de párrocos y obispos, quienes tendrán siempre presente que la madurez espiritual y moral dependen en gran medida de la asunción de responsabilidades en un clima de autonomía.
Los miembros de estas comunidades, «viviendo conforme a la vocación a que han sido llamados, ejerciten las funciones que Dios les ha confiado, sacerdotal, profética y real», y hagan así de su comunidad «un signo de la presencia de Dios en el mundo».
(Medellín, Conclusiones 15,11)
Se recomienda que se hagan estudios serios, de carácter teológico, sociológico e histórico, acerca de estas comunidades cristianas de base, que hoy comienzan a surgir, después de haber sido punto clave en la pastoral de los misioneros que implantan la fe y la Iglesia en nuestro continente. Se recomienda también que las experiencias que se realicen se den a conocer a través del CELAM y se vayan coordinando en la medida de lo posible.
(Medellín, Conclusiones 15,12)
La visión que se ha expuesto nos lleva a hacer de la parroquia un conjunto pastoral vivificador y unificador de las comunidades de base. Así la parroquia ha de descentralizar su pastoral en cuanto a sitios, funciones y personas, justamente para «reducir a unidad todas las diversidades humanas que en ellas se encuentran e insertarlas en la universalidad de la Iglesia».
(Medellín, Conclusiones 15,13)
Diócesis
El párroco ha de ser, en esta figura de la parroquia, el signo y el principio de la unidad, asistido en el ministerio pastoral por la colaboración de representantes de su pueblo, laicos, religiosos y diáconos. Mención especial merecen los vicarios cooperadores, quienes aún estando bajo la autoridad del párroco, no pueden ser ya considerados como simples ejecutores de sus directivas, sino como sus colaboradores, ya que forman parte de un mismo y único presbiterio.
(Medellín, Conclusiones 15,14)
Cuando una parroquia no puede ser normalmente atendida o contar con un párroco residente, puede ser confiada a los cuidados de un diácono o de un grupo de religiosos o religiosas, a ejemplo de lo que se ha hecho en algunas regiones con resultados muy positivos.
(Medellín, Conclusiones 15,15)
La comunidad parroquial forma parte de una unidad más amplia: la de la vicaría foránea o decanato, cuyo titular está llamado a «promover y dirigir la acción pastoral común en el territorio a él encomendado». Si varias vicarías foráneas vecinas son suficientemente homogéneas y caracterizadas en su problemática pastoral, conviene formar con ellas una zona, que podría quedar bajo la responsabilidad de un vicario episcopal.
(Medellín, Conclusiones 15,16)
El hecho de estar presidida por un obispo, hace que una porción del Pueblo de Dios «constituya una Iglesia particular, en que se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo que es una, santa, católica y apostólica».
El obispo es «testigo de Cristo ante todos los hombres», y su tarea esencial es poner a su pueblo en condiciones de testimonio evangélico de vida y acción. Por consiguiente, sin perjuicio del apostolado que les compete a todos los bautizados en razón de su acción, debe él preocuparse, en forma especial, de que los movimientos apostólicos ambientales que ocupan un lugar tan importante en la estructura pastoral diocesana, se integren armónicamente en la prosecución de dichas metas. En una palabra, el obispo tiene la responsabilidad de la Pastoral de conjunto en cuanto tal, y todos en la diócesis han de coordinar su acción con las metas y prioridades señaladas por él.
(Medellín, Conclusiones 15,17)
Conferencias episcopales
Pero para asumir esta tarea y responsabilidad debe contar el obispo, antes que nada, con el Consejo Presbiterial, senado suyo en el régimen de la diócesis que debe «ayudarlo eficazmente con sus consejos en su ministerio y función de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios».
Es muy deseable que también pueda contar el obispo con un Consejo Pastoral dotado de consistencia y funcionalidad de vida; a este Consejo, que representa al Pueblo de Dios en la diversidad de sus condiciones y estados de vida (sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, laicos), le corresponde estudiar y sopesar lo que atañe a las obras pastorales, «de tal manera que se promueva la conformidad con el Evangelio de la vida y acción del Pueblo de Dios».
Si el Consejo Presbiterial debe ser el principal canal del diálogo del obispo con sus presbíteros, el Consejo Pastoral debe serlo en su diálogo con toda su diócesis.
(Medellín, Conclusiones 15,18)
La Curia Diocesana, como prolongación de la persona misma del obispo en todos los aspectos y actividades, debe tener un carácter primordialmente pastoral, y sería de desear que tuviera representación dentro del Consejo Presbiterial.
Se recomienda que a los laicos sean encomendados los cargos de la Curia que puedan ser desempeñados por ellos.
(Medellín, Conclusiones 15,19)
De trascendental importancia es la figura de los Vicarios del Obispo. La función de los llamados Vicarios Episcopales, y el carácter eminentemente pastoral de su papel, delineado por el Concilio, no requieren mayores comentarios. Pero es oportuno subrayar que no se puede seguir considerando al Vicario General como mero administrador de la diócesis. Siendo el «alter ego» del obispo, ha de ser un Pastor. En la medida misma en que se multiplican los Vicarios Episcopales especializados, es indispensable que el Vicario General sea un hombre penetrado de toda la amplitud de la misión episcopal.
(Medellín, Conclusiones 15,20)
«Los obispos, en virtud de la consagración sacramental y por la comunión jerárquica con la cabeza y miembros del Colegio, son constituidos miembros del Cuerpo Episcopal». Por consiguiente deben «mantenerse siempre unidos entre sí y mostrarse solícitos con todas las Iglesias, ya que, por institución divina y por imperativo del oficio apostólico, cada uno juntamente con los otros obispos es responsable de la Iglesia». El cumplimiento de este deber redunda en beneficio de la propia diócesis, pues así la comunión eclesial de sus fieles se abre a las dimensiones de la catolicidad.
(Medellín, Conclusiones 15,21)
La Conferencia Episcopal ha de constituir en cada país o región la expresión concreta del espíritu de colegialidad que debe animar a cada obispo. Ha de fortalecer su estructura interna precisando las respectivas responsabilidades mediante comisiones formadas por obispos competentes, con asesores especializados. Es recomendable que se empleen una dinámica de grupo y una técnica de organización operante, con amplia utilización de los medios de comunicación social y de opinión pública.
(Medellín, Conclusiones 15,22)
Organismos continentales
Su actividad ha de desenvolverse dentro de una auténtica Pastoral de conjunto y con planes de pastoral que responda siempre a la realidad humana y a las necesidades religiosas del Pueblo de Dios. Debe ser elemento de integración de las diversas diócesis, y en especial, factor de equilibrio en la distribución de personal y de medios. Procurarán también una auténtica integración de todo el personal apostólico que se ofrece al país desde el exterior, en particular mediante el diálogo con los organismos episcopales que lo ofrecen.
(Medellín, Conclusiones 15,23)
Las Conferencias Episcopales han de asumir decididamente todas las atribuciones que les ha reconocido o concedido el Concilio, en los campos de su competencia, y de acuerdo con su conocimiento concreto de la realidad inmediata.
(Medellín, Conclusiones 15,24)
Procuren las Conferencias Episcopales que la voz de los respectivos presbiterios y del laicado del país llegue fielmente hasta ellas. Asimismo, tengan una más estrecha u operante integración con la Confederación de Superiores Mayores Religiosos, incorporándolos en el estudio, la elaboración y la ejecución de la pastoral.
(Medellín, Conclusiones 15,25)
Para que la acción sea más eficaz, se hace necesario aplicar lo que dice el Concilio: «el bien de las almas pide la debida circunscripción, no sólo de las diócesis, sino de las provincias eclesiásticas, de forma que se provea a las necesidades de apostolado de acuerdo con las circunstancias sociales y locales». Conviene plantearse la conveniencia de las prelaturas personales, para una mejor atención a ciertos grupos étnicos dispersos en varias circunscripciones eclesiásticas y en situaciones variadas, incluyendo aquí las situaciones migratorias.
(Medellín, Conclusiones 15,26)
Las Conferencias Episcopales han de ser los órganos de aplicación de los acuerdos de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano.
(Medellín, Conclusiones 15,27)
Para vivir profundamente el espíritu católico estarán las Conferencias Episcopales en contacto, no sólo con el Romano Pontífice y los Organismos de la Santa Sede, sino también con las Iglesias de otros continentes, tanto para la mutua edificación de las Iglesias, como para la promoción de la justicia y de la paz en el mundo.
(Medellín, Conclusiones 15,28)
A nivel continental, el espíritu de colegialidad de los obispos latinoamericanos en la solución de problemas comunes, se expresa en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, y en el Consejo Episcopal Latinoamericano, si bien de diversas maneras. Guardada la integridad del CELAM como organismo de índole continental, nada impide que, para una mejor coordinación de los trabajos pastorales, se organicen varios países abocados a problemas o situaciones similares.
(Medellín, Conclusiones 15,29)
Otras exigencias de la pastoral de conjunto
El CELAM, como órgano de contacto, colaboración y servicio, es una irremplazable ayuda para la reflexión y la acción de toda la Iglesia Latinoamericana.
(Medellín, Conclusiones 15,30)
Para la mejor consistencia y funcionalidad de este organismo es urgente una mayor comunicación entre los Departamentos del CELAM y las correspondientes Comisiones de las Conferencias Episcopales Nacionales, en razón de los frentes de trabajo.
(Medellín, Conclusiones 15,31)
El CELAM ha de preocuparse mucho en esta época por una reflexión integral y continuada y enriquecedora comunión de experiencias en el campo pastoral. Entre las materias cuyo estudio sería oportuno que abordase, deberían actualmente figurar las comunidades de base.
(Medellín, Conclusiones 15,32)
El CELAM debe aumentar sus relaciones con los Organismos Latinoamericanos y mundiales para un mejor servicio al continente.
(Medellín, Conclusiones 15,33)
La Pastoral de conjunto, teniendo en cuenta el momento actual de la Iglesia en América Latina, además de la ya mencionada reforma de estructuras, exige:
a) Una renovación personal, y
b) Una acción pastoral debidamente planificada de acuerdo con el proceso de desarrollo de América Latina.
(Medellín, Conclusiones 15,34)
La renovación personal implica un proceso de continua mentalización y «aggiornamento», desde un doble punto de vista:
a) Teológico -pastoral, fundamentado en los Documentos Conciliares y en la teología vigente; y
b) Pedagógico, proveniente de un continuo diálogo apoyado en la dinámica de grupo y en una revisión sobre la acción mediante tipos de pastoral, tendiente a crear un auténtico sentido comunitario, sin el cual es totalmente imposible una genuina pastoral de conjunto.
Esta renovación personal debe alcanzar a todas las esferas del Pueblo de Dios, creando en obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, movimientos y asociaciones, una sola conciencia eclesial.
(Medellín, Conclusiones 15,35)
Una acción pastoral planificada exige:
a) Estudio de la realidad del ambiente con la colaboración técnica de organismos y personas especializadas;
b) Reflexión teológica sobre la realidad detectada;
c) Censo y ordenamiento de los elementos humanos disponibles y de los materiales de trabajo; el personal especializado se preparará en los diversos Institutos nacionales o latinoamericanos;
d) Determinación de las prioridades de acción;
e) Elaboración del plan pastoral. Se deben seguir para esto los principios técnicos y serios de una auténtica planificación, dentro de una integración en planes de nivel superior;
f) Evaluación periódica de las realizaciones.
(Medellín, Conclusiones 15,36)
16. MEDIOS DE COMUNICACION SOCIAL
I. Situación
La comunicación social es hoy una de las principales dimensiones de la humanidad. Abre una época. Produce un impacto que aumenta en la medida en que avanzan los satélites, la electrónica y la ciencia en general.
Los medios de comunicación social (MCS) abarcan la persona toda. Plasman al hombre y la sociedad. Llenan cada vez más su tiempo libre. Forjan una nueva cultura, producto de la civilización audiovisual que, si por un lado tiende a masificar al hombre, por otro favorece su personalización. Esta nueva cultura por primera vez se pone al alcance de todos, alfabetizados o no, lo que no acontecía en la cultura tradicional que apenas favorecía a una minoría.
Por otra parte, estos medios de comunicación social acercan entre sí a los hombres y pueblos, los convierten en próximos y solidarios, contribuyendo así al fenómeno de la socialización, uno de los logros de la época moderna.
(Medellín, Conclusiones 16,1)
II. Justificación
En América Latina, los medios de comunicación social son uno de los factores que más ha contribuido y contribuye a despertar la conciencia de grandes masas sobre sus condiciones de vida, suscitando aspiraciones y exigencias de transformaciones radicales. Aunque en forma incipiente, también vienen actuando como agentes positivos de cambio por medio de la educación de base, programas de formación y opinión pública.
Sin embargo, muchos de estos medios están vinculados a grupos económicos y políticos nacionales y extranjeros, interesados en mantener el «statu quo» social.
(Medellín, Conclusiones 16,2)
La Iglesia emprendió una serie de iniciativas en este campo. Si algunas de ellas no llenaron su finalidad pastoral, se debió más que nada a la falta de una clara visión de lo que es la Comunicación Social en sí misma y al desconocimiento de las condiciones que impone su uso.
(Medellín, Conclusiones 16,3)
La Iglesia universal acoge y fomenta los maravillosos inventos de la técnica que miran principalmente al espíritu humano y han abierto nuevos caminos a la comunicación entre los hombres, como son la prensa, el cine, la radio, la televisión, el teatro, los discos.
También en América Latina la Iglesia recibe gozosa la ayuda providencial de estos medios, con la confiada esperanza de que contribuirán cada vez más a la promoción humana y cristiana del continente.
(Medellín, Conclusiones 16,4)
III. Recomendaciones pastorales
Los medios de comunicación social son esenciales para sensibilizar a la opinión pública en el proceso de cambio que vive Latinoamérica; para ayudar a encauzarlo y para impulsar los centros de poder que inspiran los planes de desarrollo, orientándolos según las exigencias del bien común; para divulgar dichos planes y promover la participación activa de toda la sociedad en su ejecución, especialmente de las clases dirigentes.
(Medellín, Conclusiones 16,5)
De igual manera, los medios de comunicación social se convierten en agentes activos del proceso de transformación, cuando se ponen al servicio de una auténtica educación integral, apta para desarrollar a todo el hombre, capacitándolo para ser el artífice de su propia promoción, lo que también se aplica a la evangelización y al crecimiento de la fe.
Por otra parte, no se puede ignorar que el uso de los medios de comunicación social ocupa cada vez más el tiempo libre de todas las categorías de personas que buscan esparcimiento en ellos. Este uso les proporciona al mismo tiempos información, conocimientos e influencias morales positivas y negativas.
(Medellín, Conclusiones 16,6)
En el mundo de hoy la Iglesia no puede cumplir con la misión que Cristo le confiara de llevar la Buena Nueva «hasta los confines de la tierra» si no emplea los medios de comunicación social, únicos capaces para llegar efectivamente a todos los hombres.
La palabra es el vehículo, normal de la fe: fides ex auditu. En nuestros tiempos la «palabra» también se hace imagen, color y sonido, adquiriendo formas variadas a través de los diversos medios de comunicación social. Tales medios, así comprendidos, son un imperativo de los tiempos presentes para que la Iglesia realice su misión evangelizadora.
(Medellín, Conclusiones 16,7)
Finalmente, la Comunicación Social y el empleo de sus instrumentos son para la Iglesia, el medio de presentar a este continente una imagen más exacta y fiel de sí misma, transmitiendo al gran público no sólo las noticias relativas a los acontecimientos de la vida eclesial y sus actividades, sino, sobre todo, interpretando los hechos a la luz del pensamiento cristiano.
(Medellín, Conclusiones 16,8)
Finalmente, la Comunicación Social y el empleo de sus instrumentos son para la Iglesia, el medio de presentar a este continente una imagen más exacta y fiel de sí misma, transmitiendo al gran público no sólo las noticias relativas a los acontecimientos de la vida eclesial y sus actividades, sino, sobre todo, interpretando los hechos a la luz del pensamiento cristiano.
(Medellín, Conclusiones 16,8)
Por todas estas razones el Decreto «Inter mirifica» urge a todos los hijos de la Iglesia para que utilicen los medios de comunicación social eficazmente, sin la menor dilación y con el máximo empeño y a los sagrados Pastores para que cumplan en este campo su misión, íntimamente ligada a su deber ordinario de predicar.
(Medellín, Conclusiones 16,9)
El influjo siempre creciente y arrollador que la Comunicación Social ejerce en toda la vida del hombre moderno, impulsa a la Iglesia a estar presente en este campo con una pastoral dinámica que abarque todos los sectores de este amplio mundo.
(Medellín, Conclusiones 16,10)
Reconociendo el derecho de la Iglesia a poseer medios propios, que en algunos casos son para ella necesarios, es requisito indispensable para justificar esta posesión, no sólo contar con una organización que garantice su eficacia profesional, económica y administrativa, sino también que presten un servicio real a la comunidad.
(Medellín, Conclusiones 16,11)
La inserción de los cristianos en el mundo de hoy, obliga a que éstos trabajen en los medios de comunicación social ajenos a la Iglesia según el espíritu de diálogo y servicio que señala la Constitución Gaudium et spes. El profesional católico, llamado a ser fermento en la masa, cumplirá mejor su misión si se entrega en esos medios para ampliar los contactos entre la Iglesia y el mundo, al igual que para contribuir a la transformación de éste.
(Medellín, Conclusiones 16,12)
Dada la dimensión social de estos medios y la escasez de personal calificado para actuar en ellos, urge suscitar y promover vocaciones en el campo de la Comunicación Social, especialmente entre los seglares.
(Medellín, Conclusiones 16,13)
Este personal debe recibir una adecuada formación apostólica y profesional, de acuerdo con los diversos niveles y categorías de sus funciones. Dicha formación ha de incluir aquellos conocimientos teológicos, sociológicos y antropológicos que exigen las realidades continentales.
(Medellín, Conclusiones 16,14)
La labor de formación, en relación a la Comunicación Social, se extenderá a las personas de toda condición, de modo particular a los jóvenes, para que la conozcan, valoren y estimen como unos de los medios fundamentales con los que se expresa el mundo contemporáneo, desarrollando el sentido crítico y la capacidad de tomar con responsabilidad sus propias decisiones. Es conveniente comenzar esta capacitación ya desde los niveles inferiores de la educación y debe también incluirse en la catequesis.
(Medellín, Conclusiones 16,15)
Por su carácter de servidores de la palabra y de educadores del Pueblo de Dios, es igualmente necesario que se ofrezca a obispos, sacerdotes, religiosos de uno y otro sexo, cursillos que los informen sobre el significado de la Comunicación Social y los adiestren en el conocimiento de las condiciones que rigen el empleo de sus instrumentos. Esta formación debe ser materia de estudio sistemático en los seminarios y casas de formación religiosa.
Debido a la importancia que la Iglesia concede a los medios de comunicación social pedimos a los superiores eclesiásticos que faciliten la capacitación y dedicación de sacerdotes, religiosos y religiosas a la tarea específica de formación, asesoría e inspiración de obras apostólicas relacionadas con este campo.
(Medellín, Conclusiones 16,16)
A los estudiosos e intelectuales, y particularmente a las secciones especializadas de las universidades e institutos de medios de comunicación social, se les pide que profundicen en el fenómeno de la comunicación en sus diversos aspectos, incluida la teología de la comunicación, a fin de especificar cada vez más las dimensiones de esta nueva cultura y sus proyecciones futuras. De igual manera, se solicita promover y utilizar todo tipo de investigación que enseñe a adaptar mejor el trabajo de los medios de comunicación social a una efectiva promoción de las distintas comunidades.
(Medellín, Conclusiones 16,17)
Se debe estimular la producción de un material adaptado a las variadas culturas locales (por ejemplo, artículos de prensa, emisiones radiofónicas y televisivas) para que promueva los valores autóctonos y sea convenientemente recibido por los usuarios.
(Medellín, Conclusiones 16,18)
A fin de lograr los objetivos específicos de la Iglesia, es necesario crear o fortalecer, en cada país de América Latina, Oficinas Nacionales de Prensa, Cine, Radio y Televisión, con la autonomía requerida por su trabajo y con eficiente coordinación entre las mismas.
(Medellín, Conclusiones 16,19)
Estas oficinas deben mantener estrecha relación con los Organismos Continentales (ULAPC, UNDA -AL y SALOCIC) e Internacionales. De igual manera, dichos Organismos han de prestar toda su colaboración al Departamento de Comunicación Social del CELAM para estructurar planes a nivel latinoamericano y promover su ejecución.
(Medellín, Conclusiones 16,20)
Es indispensable favorecer el diálogo sincero y eficaz entre la Jerarquía y todos aquellos que trabajan en los medios de comunicación social. Este diálogo deberá ser particularmente mantenido con los profesionales que actúan en los medios de comunicación social propios de la Iglesia, a fin de estimularlos y orientarlos pastoralmente.
(Medellín, Conclusiones 16,21)
Esta actitud de apertura favorece la necesaria libertad de expresión, indispensable dentro de la Iglesia, siguiendo el espíritu del Concilio Vaticano II. «La Iglesia... se convierte en señal de la fraternidad que permite y consolida el diálogo sincero. Lo cual requiere, en primer lugar, que se promueva en el seno de la Iglesia la mutua estima, respeto y concordia, reconociendo todas las legítimas diversidades, para abrir, con fecundidad siempre creciente, el diálogo entre todos los que integran el único Pueblo de Dios, tanto los pastores como los demás fieles. Los lazos de unión de los fieles son mucho más fuertes que los motivos de división entre ellos. Haya unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, caridad en todo».
(Medellín, Conclusiones 16,22)
Esta Conferencia Episcopal recuerda a los Episcopados Nacionales la disposición del Decreto Inter mirifica sobre la celebración del Día Mundial de la Comunicación Social, que ofrece una oportunidad excepcional para sensibilizar a los fieles sobre la trascendencia de la misma en la vida del hombre y de la sociedad.
(Medellín, Conclusiones 16,23)
Las observaciones y orientaciones pastorales que anteceden, ponen de relieve la importancia que tienen hoy los medios de comunicación social; sin ellos no podrá lograrse la promoción del hombre latinoamericano y las necesarias transformaciones del continente. De esto se desprende no sólo la utilidad y conveniencia sino la necesidad absoluta de emplearlos a todos los niveles y en todas las formas de la acción pastoral de la Iglesia, para conseguir los fines que se propone esta Asamblea.
(Medellín, Conclusiones 16,24)