I. Situación
En la gran masa de bautizados de América Latina, las condiciones de fe, creencias y prácticas cristianas son muy diversas, no sólo de un país a otro, sino entre regiones de un mismo país, y entre los diversos niveles sociales. Se encuentran grupos étnicos semipaganizados; masas campesinas que conservan una profunda religiosidad y masas de marginados con sentimientos religiosos, pero de muy baja práctica cristiana.
Hay un proceso de transformación cultural y religiosa. La evangelización del continente experimenta serias dificultades, que se ven agravadas por la explosión demográfica, las migraciones internas, los cambios socio -culturales, la escasez de personal apostólico y la deficiente adaptación de las estructuras eclesiales.
Hasta ahora se ha contado principalmente con una pastoral de conservación, basada en una sacramentalización con poco énfasis en una previa evangelización. Pastoral apta sin duda en una época en que las estructuras sociales coincidían con las estructuras religiosas, en que los medios de comunicación de valores (familia, escuela, y otros) estaban impregnados de valores cristianos y donde la fe se transmitía casi por la misma inercia de la tradición.
Hoy, sin embargo, las mismas transformaciones del continente exigen una revisión de esa pastoral, a fin de que se adapte a la diversidad y pluralidad culturales del pueblo latinoamericano.
(Medellín, Conclusiones 6,1)
II. Principios teológicos
La expresión de la religiosidad popular es fruto de una evangelización realizada desde el tiempo de la Conquista, con características especiales. Es una religiosidad de votos y promesas, de peregrinaciones y de un sinnúmero de devociones, basada en la recepción de los sacramentos, especialmente del bautismo y de la primera comunión, recepción que tiene más bien repercusiones sociales que un verdadero influjo en el ejercicio de la vida cristiana.
Se advierte en la expresión de la religiosidad popular una enorme reserva de virtudes auténticamente cristianas, especialmente en orden a la caridad, aun cuando muestre deficiencias en su conducta moral. Su participación en la vida cultual oficial es casi nula y su adhesión a la organización de la Iglesia es muy escasa.
Esta religiosidad, más bien de tipo cósmico, en la que Dios es respuesta a todas las incógnitas y necesidades del hombre, puede entrar en crisis, y de hecho ya ha comenzado a entrar, con el conocimiento científico del mundo que nos rodea.
(Medellín, Conclusiones 6,2)
Esta religiosidad pone a la Iglesia ante el dilema de continuar siendo Iglesia universal o de convertirse en secta, al no incorporar vitalmente a sí, a aquellos hombres que se expresan con ese tipo de religiosidad. Por ser Iglesia, y no secta, deberá ofrecer su mensaje de salvación a todos los hombres, corriendo quizás el riesgo de que no todos lo acepten del mismo modo y en la misma intensidad.
Los grados de pertenencia en toda sociedad humana son diversos; las lealtades, el sentido de solidaridad, no se expresan siempre del mismo modo. En efecto, los distintos grupos de personas captan de modo diverso los objetivos de la organización y responde de distintas maneras a los valores y normas que el grupo profesa.
Por otra parte la sociedad contemporánea manifiesta una tendencia aparentemente contradictoria; una inclinación a las expresiones masivas en el comportamiento humano y, simultáneamente, como una reacción, una tendencia hacia las pequeñas comunidades donde pueden realizarse como personas.
Desde el punto de vista de la vivencia religiosa sabemos que no todos los hombres aceptan y viven el mensaje religioso de la misma manera. Aun a nivel personal, un mismo hombre experimenta etapas distintas en su respuesta a Dios, y, a nivel social, no todos manifiestan su religiosidad ni su fe de un modo unívoco. El pueblo necesita expresar su fe de un modo simple, emocional, colectivo.
(Medellín, Conclusiones 6,3)
Al enjuiciar la religiosidad popular no podemos partir de una interpretación cultural occidentalizada, propia de las clases media y alta urbanas, sino del significado que esa religiosidad tiene en el contexto de la sub -cultura de los grupos rurales y urbanos marginados.
Sus expresiones pueden estar deformadas y mezcladas en cierta medida con un patrimonio religioso ancestral, donde la tradición ejerce un poder casi tiránico; tienen el peligro de ser fácilmente influidas por prácticas mágicas y supersticiones que revelan un carácter más bien utilitario y un cierto temor a lo divino, que necesitan de la intercesión de seres más próximos al hombre y de expresiones más plásticas y concretas. Esas manifestaciones religiosas pueden ser, sin embargo, balbuceos de una auténtica religiosidad, expresada con los elementos culturales de que se dispone.
En el fenómeno religioso existen motivaciones distintas que, por ser humanas, son mixtas, y pueden responder a deseos de seguridad, contingencia, importancia, y simultáneamente a necesidad de adoración, gratitud hacia el Ser Supremo. Motivaciones que se plasman y expresan en símbolos diversos. La fe llega al hombre envuelta siempre en un lenguaje cultural y por eso en la religiosidad natural pueden encontrarse gérmenes de un llamado de Dios.
En su camino hacia Dios, el hombre contemporáneo se encuentra en diversas situaciones. Esto reclama de la Iglesia, por una parte, una adaptación de su mensaje y por lo tanto diversos modos de expresión en la presentación del mismo. Por otra, exige a cada hombre, en la medida de lo posible, una aceptación más personal y comunitaria del mensaje de la revelación.
(Medellín, Conclusiones 6,4)
Una pastoral popular se puede basar en los criterios teológicos que a continuación se enuncian.
La fe, y por consiguiente la Iglesia, se siembran y crecen en la religiosidad culturalmente diversificada de los pueblos. Esta fe, aunque imperfecta, puede hallarse aun en los niveles culturales más bajos.
Corresponde precisamente a la tarea evangelizadora de la Iglesia descubrir en esa religiosidad la «secreta presencia de Dios», el «destello de verdad que ilumina a todos», la luz del Verbo, presente ya antes de la encarnación o de la predicación apostólica, y hacer fructificar esa simiente.
Sin romper la caña quebrada y sin extinguir la mecha humeante, la Iglesia acepta con gozo y respeto, purifica e incorpora al orden de la fe, los diversos «elementos religiosos y humanos» que se encuentran ocultos en esa religiosidad como «semillas del Verbo», y que constituyen o pueden constituir una «preparación evangélica».
(Medellín, Conclusiones 6,5)
III. Recomendaciones pastorales
Los hombres adhieren a la fe y participan en la Iglesia en diversos niveles. No se ha de suponer fácilmente la existencia de la fe detrás de cualquier expresión religiosa aparentemente cristiana. Tampoco ha de negarse arbitrariamente el carácter de verdadera adhesión creyente y de participación eclesial real, aun cuando débil, a toda expresión que manifieste elementos espúreos o motivaciones temporales, aun egoístas. En efecto, la fe, como acto de una humanidad peregrina en el tiempo, se ve mezclada en la imperfección de motivaciones mixtas.
(Medellín, Conclusiones 6,6)
Es igualmente propio de la fe, aun incipiente y débil, un dinamismo y una exigencia que la llevan a superar constantemente sus motivaciones inauténticas para afirmarse en otras más auténticas. Pertenece, pues, al acto de la fe, bajo el impulso del Espíritu Santo, aquel dinamismo interior por el que tiende constantemente a perfeccionar el momento de apropiación salvífica convirtiéndolo en acto de donación y entrega absoluta de sí.
(Medellín, Conclusiones 6,7)
Por consiguiente, la Iglesia de América Latina, lejos de quedar tranquila con la idea de que el pueblo en su conjunto posee ya la fe, y de estar satisfecha con la tarea de conservar la fe del pueblo en sus niveles inferiores, débiles y amenazados, se propone y establece seguir una línea de pedagogía pastoral que:
a) Asegure una seria re -evangelización de las diversas áreas humanas del continente;
b) Promueva constantemente una re -conversión y una educación de nuestro pueblo en la fe a niveles cada vez más profundos y maduros, siguiendo el criterio de una pastoral dinámica, que en consonancia con la naturaleza de la fe, impulse al pueblo creyente hacia la doble dimensión personalizante y comunitaria.
(Medellín, Conclusiones 6,8)
Según la voluntad de Dios los hombres deben santificarse y salvarse no individualmente, sino constituidos en comunidad. Esta comunidad es convocada y congregada en primer lugar por el anuncio de la Palabra del Dios vivo. Sin embargo, «no se edifica ninguna comunidad cristiana si ella no tiene por raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía», «mediante la cual la Iglesia continuamente vive y crece».
(Medellín, Conclusiones 6,9)
Que se realicen estudios serios y sistemáticos sobre la religiosidad popular y sus manifestaciones, sea en universidades católicas, sea en otros centros de investigación socio -religiosa.
(Medellín, Conclusiones 6,10)
Que se estudie y realice una pastoral litúrgica y catequética adecuada, no sólo de pequeños grupos, sino de la totalidad del pueblo de Dios, partiendo de un estudio de las sub -culturas propias, de las exigencias y de las aspiraciones de los hombres.
(Medellín, Conclusiones 6,11)
Que se impregnen las manifestaciones populares, como romerías, peregrinaciones, devociones diversas, de la palabra evangélica. Que se revisen muchas de las devociones a los santos para que no sean tomados sólo como intercesores sino también como modelos de vida de imitación de Cristo. Que las devociones y los sacramentales no lleven al hombre a una aceptación semifatalista sino que lo eduquen para ser co -creador y gestor con Dios de su destino.
(Medellín, Conclusiones 6,12)
Que se procure la formación del mayor número de comunidades eclesiales en las parroquias, especialmente rurales o de marginados urbanos. Comunidades que deben basarse en la Palabra de Dios y realizarse, en cuanto sea posible, en la celebración eucarística, siempre en comunión con el obispo y bajo su dependencia.
La comunidad se formará en la medida en que sus miembros tengan un sentido de pertenencia (de «nosotros») que los lleve a ser solidarios en una misión común, y logren una participación activa, consciente y fructuosa en la vida litúrgica y en la convivencia comunitaria. Para ello es menester hacerlos vivir como comunidad, inculcándoles un objetivo común: el de alcanzar la salvación mediante la vivencia de la fe y del amor.
(Medellín, Conclusiones 6,13)
Para la necesaria formación de estas comunidades, que se ponga en vigencia cuanto antes el diaconado permanente y se llame a una participación más activa en ellas a los religiosos, religiosas, catequistas especialmente preparados y apóstoles seglares.
(Medellín, Conclusiones 6,14)
La pastoral popular deberá tender a una exigencia cada vez mayor para lograr una personalización y vida comunitaria, de modo pedagógico, respetando las etapas diversas en el caminar hacia Dios. Respeto que no significa aceptación e inmovilismo, sino llamado repetido a una vivencia más plena del Evangelio, y a una conversión reiterada. A este fin, que se estructuren organismos pastorales necesarios y convenientes (nacionales, diocesanos, parroquiales), y que se subraye la importancia de los medios de Comunicación Social para una catequesis apropiada. Finalmente, que se estimulen las misiones basadas sobre todo en los núcleos familiares o de barrios, que den un sentido de la vida más de acuerdo con las exigencias del Evangelio.
(Medellín, Conclusiones 6,15)
I. Hechos
Las élites, son en nuestro contexto, de modo general: los grupos dirigentes más adelantados, dominantes en el plano de la cultura, de la profesión, de la economía y del poder; de modo especial: dentro de esos mismos grupos, las minorías comprometidas que ejercen una influencia actual o potencial en los distintos niveles de decisión cultural, profesional, económica, social o política.
(Medellín, Conclusiones 7,1)
Tipos
Conscientes de la dificultad de presentar una clasificación adecuada, señalamos, sin embargo, como pertenecientes a la élite cultural, los artistas, hombres de letras y universitarios (profesores y estudiantes); a la élite profesional, los médicos, abogados, educadores (profesiones liberales), ingenieros, agrónomos, planificadores, economistas, expertos sociales, técnicos de comunicación social (tecnólogos); a la élite económico -social, los industriales, banqueros, líderes sindicales (obreros y campesinos), empresarios, comerciantes, hacendados; a la élite de los poderes políticos y militares: los políticos, los que ejercen el poder judicial, los militares.
(Medellín, Conclusiones 7,2)
Partiendo del punto de vista de que se trata, en general, de círculos específicos y compactos, conviene examinar en primer término sus actitudes, mentalidades y nucleaciones en función del cambio social, para considerar posteriormente las manifestaciones de su fe, su espíritu eclesial y también social, en confrontación con la pastoral actual de la Iglesia, señalando, finalmente, algunas recomendaciones pastorales.
(Medellín, Conclusiones 7,3)
Hemos comprobado que resulta difícil realizar un análisis exacto y profundo, por la carencia de datos precisos, en estos diferentes campos.
Para un análisis de este tipo, sería necesario escuchar más a los técnicos y a los laicos. Sin embargo, presentamos las siguientes observaciones.
(Medellín, Conclusiones 7,4)
Por razón de método, y teniendo en cuenta el carácter relativo de toda tipología- que comporta necesariamente matices y simplificaciones- y tratándose de una clasificación en función del cambio social, señalaremos los siguientes grupos: los tradicionalistas o conservadores, los desarrollistas y los revolucionarios que pueden ser marxistas, izquierdistas no marxistas, o ideológicamente indefinidos.
(Medellín, Conclusiones 7,5)
Actitudes de la fe
Los tradicionalistas o conservadores manifiestan poca o ninguna conciencia social, tienen mentalidad burguesa y por lo mismo no cuestionan las estructuras sociales. En general se preocupan por mantener sus privilegios que ellos identifican con el «orden establecido». Su actuación en la comunidad posee un carácter paternalista y asistencial, sin ninguna preocupación por la modificación del statu-quo.
Sin embargo, algunos conservadores actúan muchas veces bajo el influjo del poder económico nacional o internacional, con alguna preocupación desarrollista.
Se trata de una mentalidad que frecuentemente se detecta en algunos medios profesionales, en sectores económico-sociales y del poder establecido. Esto hace que varios sectores gobernamentales actúen en beneficio de los grupos tradicionalistas o conservadores, lo que a veces da lugar a la corrupción y a la ausencia de un sano proceso de personalización y socialización de las clases populares. Las fuerzas militares apoyan en diversas partes esta estructura y, a veces, intervienen para reforzarla.
(Medellín, Conclusiones 7,6)
Los desarrollistas se ocupan preferentemente de los medios de producción, que según ellos deben ser modificados en calidad y cantidad. Atribuyen gran valor a la tecnificación y al planeamiento de la sociedad. Sostienen que el pueblo marginado debe ser integrado en la sociedad, como productor y consumidor. Ponen más énfasis en el progreso económico que en la promoción social del pueblo, en vista de la participación de todos en las decisiones que interesan al orden económico y político.
Es la mentalidad que se observa con frecuencia entre los tecnólogos y las varias Agencias que procuran el desarrollo de los países.
(Medellín, Conclusiones 7,7)
Los revolucionarios cuestionan la estructura económico -social. Desean su cambio radical, tanto en los objetivos como en los medios. Para ellos, el pueblo es o debe ser el sujeto de este cambio, de modo que participe en las decisiones para el ordenamiento de todo el proceso social. Esta actitud puede observarse con mayor frecuencia entre los intelectuales, investigadores científicos y universitarios.
(Medellín, Conclusiones 7,8)
Reconociendo que en todos estos ambientes muchos viven la fe conforme a su conciencia, y aun realizan un trabajo positivo de concientización y promoción humana, notamos, desde el punto de vista del cambio social, ciertas manifestaciones de esta fe.
(Medellín, Conclusiones 7,9)
II. Principios
En el grupo de los conservadores o tradicionalistas, se encuentra con más frecuencia la separación entre fe y responsabilidad social. La fe aparece más como una adhesión a un credo y a principios morales. La pertenencia a la Iglesia es más de tipo tradicional y, a veces, interesada. Dentro de estos grupos, más que verdadera crisis de fe, se da crisis de religiosidad.
(Medellín, Conclusiones 7,10)
Entre los desarrrollistas pueden encontrarse diversas gamas de fe, desde el indiferentismo hasta la vivencia personal. Tienden a considerar a la Iglesia como instrumento más o menos favorable al desarrollo. En estos grupos se percibe más claramente el impacto de la desacralización debida a la mentalidad técnica.
Es de notar en algunos de estos grupos, especialmente entre los universitarios y los profesionales jóvenes, una tendencia que desemboca en el indeferentismo religioso o en una visión humanística que excluye la religión, debido sobre todo a su preocupación por los problemas sociales.
(Medellín, Conclusiones 7,11)
Los revolucionarios tienden a identificar unilateralmente la fe con la responsabilidad social. Poseen un sentido muy vivo de servicio para con el prójimo, a la vez que experimentan dificultades en la relación personal con Dios trascendente en la expresión litúrgica de la fe. Dentro de estos grupos se da con más frecuencia una crisis de fe. En cuanto a la Iglesia, critican determinadas formas históricas y algunas manifestaciones de los representantes oficiales de la Iglesia en su actitud frente a lo social y en su vivencia concreta en este mismo orden.
(Medellín, Conclusiones 7,12)
En todos estos ambientes, la evangelización debe orientarse hacia la formación de una fe personal, adulta, interiormente formada, operante y constantemente confrontada con los desafíos de la vida actual en esta fase de transición.
Esta evangelización debe estar en relación con los «signos de los tiempos». No puede ser atemporal ni ahistórica. En efecto, los «signos de los tiempos», que en nuestro continente se expresan sobre todo en el orden social, constituyen un «lugar teológico» e interpelaciones de Dios.
Por otra parte, esta evangelización se debe realizar a través del testimonio personal y comunitario que se expresará, de manera especial, en el contexto del mismo compromiso temporal.
La evangelización de que venimos hablando debe explicar los valores de justicia y fraternidad, contenidos en las aspiraciones de nuestros pueblos, en una perspectiva escatológica.
La evangelización necesita, como soporte, de una Iglesia -signo.
(Medellín, Conclusiones 7,13)
III. Recomendaciones Pastorales
De carácter general
Es necesario animar, dentro de las élites, las minorías comprometidas, creando -en lo posible- equipos de base que hagan uso de la pedagogía de la Revisión de Vida, haciéndoles comprender al mismo tiempo que son apóstoles de su propio ambiente y estimulando, además, contactos con los demás grupos en la vida parroquial, diocesana y nacional. No se separe esta pastoral propia de las élites de la pastoral total de la Iglesia.
(Medellín, Conclusiones 7,14)
De carácter especial
Procúrese que los sacramentos y la vida litúrgica, sobre la base de una relación personal con Dios y con la comunidad, tomen su sentido de sostén y desarrollo, en el amor de Dios y del prójimo, como expresión de comunidad cristiana.
(Medellín, Conclusiones 7,15)
En la formación del clero es preciso prestar mayor atención a este tipo de pastoral especializada, preparando- también mediante estudios profesionales y técnicos cuando fuere preciso- asesores especializados para estos grupos.
(Medellín, Conclusiones 7,16)
Artistas y hombres de letras
a) Teniendo en cuenta el importante papel que los artistas y hombres de letras están llamados a desempeñar en nuestro continente -especialmente en relación a su autonomía cultural- como intérpretes naturales de sus angustias y esperanzas y generadores de valores autóctonos que configuran la imagen nacional, esta Conferencia Episcopal considera particularmente importante la presencia de la Iglesia en estos ambientes.
b) Tal presencia de la Iglesia deberá revestir un carácter de diálogo, ajeno a toda preocupación moralizante o confesional, en actitud de profundo respeto a la libertad creadora, sin detrimento de la responsabilidad moral.
c) La Iglesia latinoamericana deberá dar, en su ámbito propio, el debido lugar a los artistas y hombres de letras, requiriendo su concurso para la expresión estética de la palabra litúrgica, de la música sacra y de los lugares de culto.
(Medellín, Conclusiones 7,17)
Universitarios (estudiantes)
a) Ante la urgente necesidad de una efectiva presencia de la Iglesia en el medio universitario, esta Segunda Conferencia Episcopal ruega que se tenga en cuenta las recomendaciones prácticas de Encuentro Episcopal sobre pastoral universitaria realizado en Buga (Colombia) en febrero de 1967.
b) Del mismo modo, ruega a las Jerarquías locales mayor comprensión de los problemas propios de los universitarios, procurando valorar antes que condenar indiscriminadamente las nobles motivaciones y las justas aspiraciones muchas veces contenidas en sus inquietudes y protestas, tratando de canalizarlas debidamente a través de un diálogo abierto.
c) Teniendo en cuenta el hecho de que miles de jóvenes latinoamericanos estudian en Europa y América del Norte, el CELAM procurará, de acuerdo con la Jerarquía de esos países, proveer a la debida atención pastoral de los mismos cuidando, al mismo tiempo, de mantener viva en ellos la conciencia del compromiso de servicio para con sus países de origen.
(Medellín, Conclusiones 7,18)
Grupos económicos sociales
a) La experiencia demuestra que en el ámbito de estas élites es posible la creación de grupos y organizaciones especializadas, cuyas metas y metodología deben mantenerse en constante revisión a la luz del contexto latinoamericano y de la pastoral social de la Iglesia.
b) Sin subestimar las formas asistenciales de acción social, la pastoral de la Iglesia deberá orientar preferentemente a estos grupos hacia un compromiso en el plano de las estructuras socio -económicas que conduzcan a las necesarias reformas de las mismas.
c) La Iglesia debe prestar una atención especial a las minorías activas (líderes sindicales y cooperativistas) que en los ambientes rural y obrero están realizando un importante trabajo de concientización y promoción humana, apoyando y acompañando pastoralmente sus preocupaciones por el cambio social.
(Medellín, Conclusiones 7,19)
Poderes militares
Con relación a las fuerzas armadas, la Iglesia deberá inculcarles que, además de sus funciones normales específicas, ellas tienen la misión de garantizar las libertades políticas de los ciudadanos en lugar de ponerles obstáculos. Por lo demás, las fuerzas armadas tienen la posibilidad de educar, dentro de sus propios cuadros, a los jóvenes reclutas en orden a la futura participación, libre y responsable, en la vida política del país.
(Medellín, Conclusiones 7,20)
Poderes políticos
a) Deberá procurarse que existan entre la Iglesia y el poder constituido, contactos y diálogo a propósito de las exigencias de la moral social, no excluyéndose, donde fuere necesario, la denuncia a la vez enérgica y prudente de las injusticias y de los excesos del poder.
b) La acción pastoral de la Iglesia estimulará a todas las categorías de ciudadanos a colaborar en los planes constitutivos de los gobiernos y a contribuir, también por medio de la crítica sana dentro de una oposición responsable, al progreso del bien común.
c) La Iglesia deberá mantener siempre su independencia frente a los poderes constituidos y a los regímenes que los expresan, renunciando si fuera preciso aun a aquellas formas legítimas de presencia que, a causa del contexto social, la hacen sospechosa de alianza con el poder constituido y resultan, por eso mismo, un contrasigno pastoral.
d) La Iglesia, sin embargo, deberá colaborar en la formación política de las élites a través de sus movimientos e instituciones educativas.
e) Nótese, finalmente, que también en América Latina «con el desarrollo cultural, económico y social, se consolida en la mayoría el deseo de participar más plenamente en la ordenación de la comunidad política... La conciencia más viva de la dignidad humana ha hecho que... surja el propósito de establecer un orden político -jurídico que proteja mejor en la vida pública los derechos de la persona, como son el derecho de libre reunión, de libre asociación, de expresar las propias opiniones y de profesar privada y públicamente la religión».
(Medellín, Conclusiones 7,21)
I. Necesidad de una renovación
Frente a un mundo que cambia y frente al actual proceso de maduración de la Iglesia en América Latina, el Movimiento Catequístico siente la necesidad de una profunda renovación. Renovación que manifieste la voluntad de la Iglesia y de sus responsables, de llevar adelante su misión fundamental: educar eficazmente la fe de los jóvenes y de los adultos, en todos los ambientes. Fallar en esto sería traicionar, a un mismo tiempo, a Dios que le ha confiado su Mensaje y al hombre que lo necesita para salvarse.
(Medellín, Conclusiones 8,1)
II. Característica de la renovación
La renovación catequística no puede ignorar un hecho: que nuestro continente vive en gran parte de una tradición cristiana y que ésta impregna, a la vez, la existencia de los individuos y el contexto social y cultural. A pesar de observarse un crecimiento en el proceso de secularización, la religiosidad popular es un elemento válido en América Latina. No puede prescindirse de ella, por la importancia, seriedad y autenticidad con que es vivida por muchas personas, sobre todo en los ambientes populares. La religiosidad popular puede ser ocasión o punto de partida para un anuncio de la fe. Sin embargo se impone una revisión y un estudio científico de la misma, para purificarla de elementos que la hagan inauténtica no destruyendo, sino, por el contrario, valorizando sus elementos positivos. Se evitará así un estancamiento en formas del pasado, algunas de las cuales aparecen hoy, además de ambiguas, inadecuadas y aun nocivas.
(Medellín, Conclusiones 8,2)
Como consecuencia, los responsables de la catequesis se encuentran ante una serie de tareas complejas y difíciles de conjugar:
- Promover la evolución de formas tradicionales de fe, propias de una gran parte del pueblo cristiano, y también suscitar formas nuevas;
- Evangelizar y catequizar masas innumerables de gentes sencillas, frecuentemente analfabetas; y, al mismo tiempo, responder a las necesidades de los estudiantes y de los intelectuales que son las porciones más vivas y dinámicas de la sociedad;
- Purificar, cuando es necesario, formas tradicionales de presencia; y, al mismo tiempo, descubrir una nueva manera de estar presente en las formas contemporáneas de expresión y comunicación en una sociedad que se seculariza;
- Asegurar, por fin, el conjunto de estas tareas utilizando todos los recursos actuales de la Iglesia; y, al mismo tiempo, renunciar a formas de influencia y actitudes de vida que no sean evangélicas.
(Medellín, Conclusiones 8,3)
Al presentar su Mensaje renovado, la catequesis debe manifestar la unidad del plan de Dios.
Sin caer en confusiones o en identificaciones simplistas, se debe manifestar siempre la unidad profunda que existe entre el proyecto salvífico de Dios, realizado en Cristo, y las aspiraciones del hombre; entre la historia de la salvación y la historia humana; entre la Iglesia, Pueblo de Dios, y las comunidades temporales; entre la acción reveladora de Dios y la experiencia del hombre; entre los dones y carismas sobrenaturales y los valores humanos.
Excluyendo así toda dicotomía o dualismo en el cristiano, la catequesis prepara la realización progresiva del Pueblo de Dios hacia su cumplimiento escatológico, que tiene ahora su expresión en la liturgia.
(Medellín, Conclusiones 8,4)
III. Prioridades en la renovación catequistica
Por otra parte, la catequesis debe conservar siempre su carácter dinámico evolutivo.
La toma de conciencia del mensaje cristiano se hace profundizando cada vez más en la comprensión auténtica de la verdad revelada. Pero esa toma progresiva de conciencia crece al ritmo de la emergencia de las experiencias humanas, individuales y colectivas. Por eso, la fidelidad de la Iglesia a la revelación tiene que ser y es dinámica.
La catequesis no puede, pues, ignorar en su renovación los cambios económicos, demográficos, sociales y culturales sufridos en América Latina.
(Medellín, Conclusiones 8,5)
De acuerdo con esta teología de la revelación, la catequesis actual debe asumir totalmente las angustias y esperanzas del hombre de hoy, a fin de ofrecerle las posibilidades de una liberación plena, las riquezas de una salvación integral en Cristo, el Señor. Por ello debe ser fiel a la transmisión del Mensaje bíblico, no solamente en su contenido intelectual, sino también en su realidad vital encarnada en los hechos de la vida del hombre de hoy.
Las situaciones históricas y las aspiraciones auténticamente humanas forman parte indispensable del contenido de la catequesis; deben ser interpretadas seriamente, dentro de su contexto actual, a la luz de las experiencias vivenciales del Pueblo de Israel, de Cristo, y de la comunidad eclesial, en la cual el Espíritu de Cristo, resucitado vive y opera continuamente.
(Medellín, Conclusiones 8,6)
IV. Medios para la renovación catequística
América Latina vive hoy un momento histórico que la catequesis no puede desconocer: el proceso de cambio social, exigido por la actual situación de necesidad e injusticia en que se hallan marginados grandes sectores de la sociedad. Las formas de esta evolución global y profunda podrán ser diferentes: progresivas o más o menos rápidas. Y es tarea de la catequesis ayudar a la evolución integral del hombre, dándole su auténtico sentido cristiano, promoviendo su motivación en los catequizados y orientándola para que sea fiel al Evangelio.
(Medellín, Conclusiones 8,7)
Es necesario subrayar también en una pastoral latinoamericana las exigencias del pluralismo. Las situaciones en que se desenvuelve la catequesis son muy diversas: desde las de tipo patriarcal, en que las formas tradicionales son todavía aceptadas, hasta las más avanzadas formas de la civilización urbana contemporánea. Conviene, por ende, destacar la riqueza que debe existir en la diversidad de puntos de vista y de formas que se dan en la catequesis. Tanto más cuanto que ésta debe adaptarse a la diversidad de lenguas y de mentalidades y a la variedad de situaciones y culturas humanas.
Es imposible, en vista de esto, querer imponer moldes fijos y universales. Con un sincero intercambio de colaboración, debemos guardar la unidad de la fe en la diversidad de formas.
(Medellín, Conclusiones 8,8)
A pesar de este pluralismo de situaciones, nuestra catequesis tiene un punto común en todos los medios de vida: tiene que ser eminentemente evangelizadora, sin presuponer una realidad de fe, sino después de oportunas constataciones.
Por el hecho de que sean bautizados los niños pequeños, confiando en la fe de la familia, ya se hace necesaria una «evangelización de los bautizados», como una etapa en la educación de su fe. Y esta necesidad es más urgente, teniendo en cuenta la desintegración que en muchas zonas ha sufrido la familia, la ignorancia religiosa de los adultos y la escasez de comunidades cristianas de base.
Dicha evangelización de los bautizados tiene un objetivo concreto: llevarlos a un compromiso personal con Cristo y a una entrega consciente en la obediencia de la fe. De ahí la importancia de una revisión de la pastoral de la confirmación, así como de nuevas formas de un catecumenado en la catequesis de adultos, insistiendo en la preparación para los sacramentos. También debemos revisar todo aquello que en nuestra vida o en nuestras instituciones pueda ser obstáculo para la «re -evangelización» de los adultos, purificando así el rostro de la Iglesia ante el mundo.
(Medellín, Conclusiones 8,9)
Para los cristianos tiene una importancia particular la forma comunitaria de vida, como testimonio de amor y de unidad.
No puede, por tanto, la catequesis limitarse a las dimensiones individuales de la vida. Las comunidades cristianas de base, abiertas al mundo e insertadas en él, tienen que ser el fruto de la evangelización, así como el signo que confirma con hechos el Mensaje de Salvación.
En esta catequesis comunitaria se debe tener en cuenta la familia, como primer ambiente natural donde se desarrolla el cristiano. Ella debe ser el objeto de la acción catequística, para que sea dignificada y sea capaz de cumplir su misión. Y al mismo tiempo la familia, «iglesia doméstica», se convierte en agente eficaz de la renovación catequística.
(Medellín, Conclusiones 8,10)
Se debe hacer resaltar el aspecto totalmente positivo de la enseñanza catequística con su contenido de amor. Así se fomentará un sano ecumenismo, evitando toda polémica y se creará un ambiente propicio a la justicia y la paz.
(Medellín, Conclusiones 8,11)
La catequesis se halla frente a un fenómeno que está influyendo profundamente en los valores, en las actitudes y la vida misma del hombre: los medios de comunicación social.
Este fenómeno constituye un hecho histórico irreversible que en América Latina avanza rápidamente y conduce en breve plazo a una cultura universal: «la cultura de la imagen». éste es un signo de los tiempos que la Iglesia no puede ignorar.
De la situación creada por este fenómeno debe partir la catequesis para una presentación encarnada del mensaje cristiano. Es, pues, urgente una seria investigación sobre el efecto de los medios de comunicación social y una búsqueda de la forma más adecuada de dar una respuesta, utilizándolos en la tarea evangelizadora, como también una seria evaluación de las realizaciones actuales.
(Medellín, Conclusiones 8,12)
Para la realización del trabajo catequístico, se impone un mínimo de organización que, partiendo del orden nacional y diocesano, llegue a las distintas comunidades primarias. La organización de tipo nacional, con sus obvias relaciones internacionales, facilitará evidentemente y prestará agilidad al trabajo en la diócesis y otros ambientes, con mayor y más eficaz aprovechamiento de las técnicas, personal especializado y posibilidades económicas.
(Medellín, Conclusiones 8,13)
V. Conclusiones
Esta renovación exige personal adecuado, para formar la comunidad cristiana. De aquí que, supuesto el necesario testimonio de la propia vida, se sugieren los siguientes puntos:
- La preparación de dirigentes y orientadores catequistas con dedicación exclusiva;
- La formación de catequistas con un conocimiento básico y una visión amplia de las condiciones sico -sociológicas del medio humano en el que han de trabajar, así como de las religiones primitivas, en alguno lugares, y de los recursos de evangelización que han sido empleados;
- La promoción de catequistas laicos, preferentemente originarios de cada lugar, y la formación en el ministerio de la Palabra, de los diáconos.
(Medellín, Conclusiones 8,14)
El lenguaje que habla la Iglesia reviste una importancia particular. Se trata tanto de las formas de la enseñanza simple- catecismo, homilía- en las comunidades locales, como de las formas más universales de la palabra del Magisterio. Se impone un trabajo permanente para que se haga perceptible cómo el Mensaje de Salvación, contenido en la Escritura, la liturgia, el Magisterio y el testimonio, es hoy palabra de vida. No basta, pues, repetir o explicar el Mensaje. Sino que hay que expresar incesantemente, de nuevas maneras, el «Evangelio» en relación con las formas de existencia del hombre, teniendo en cuenta los ambientes humanos, éticos y culturales y guardando siempre la fidelidad a la Palabra revelada.
(Medellín, Conclusiones 8,15)
Para que la renovación sea eficaz, se necesita un trabajo de reflexión, orientación y evaluación en los diferentes aspectos de la catequesis. Han de multiplicarse por todas partes los Institutos Catequísticos, los equipos de trabajo, en que pastores, catequistas, teólogos, especialistas en ciencias humanas, entren en diálogo y trabajen conjuntamente a partir de la experiencia, a fin de proponer formas nuevas de palabra y acción, de elaborar el material pedagógico correspondiente y verificar y evaluar, en cada caso, su validez. Es necesario que estos equipos sean dotados de medios de trabajo adecuados y de la indispensable libertad de acción.
(Medellín, Conclusiones 8,16)
a) Renovar la catequesis, promoviendo la evolución de las formas tradicionales de la fe, insistiendo en la catequesis permanente de los adultos (Nos. 1, 2, 3).
b) Evitar toda dicotomía o dualismos entre lo natural y sobrenatural (N. 4).
c) Guardar fidelidad al Mensaje revelado, encarnado en los hechos actuales (N. 6).
d) Orientar y promover a través de la catequesis la evolución integral del hombre y los cambios sociales (N. 7).
e) Respetar en la unidad el pluralismo de situaciones (N. 8).
f) Promover la evangelización de los bautizados; en la confirmación para adolescentes y jóvenes; en un nuevo catecumenado, para los adultos (N. 9).
g) Dar todo su valor catequístico a la familia y a los cursos pre -matrimoniales (N. 10).
h) Emplear los medios de comunicación social (N. 12).
i) Fomentar la organización de la catequesis a nivel nacional y diocesano (N. 13).
j) Formar catequistas laicos, preferentemente autóctonos (N. 14).
k) «Adaptar el lenguaje eclesial al hombre de hoy, salvando la integridad del Mensaje» (N. 15).
l) Impulsar trabajos de reflexión y experimentación e Institutos y equipos de trabajo, con la suficiente amplitud y libertad (N. 16).
(Medellín, Conclusiones 8,17)
I. Líneas generales de la situación actual en América Latina
Se comprueba la pluralidad de situaciones en la renovación litúrgica: mientras en unas partes dicha aplicación se realiza con crecientes esfuerzos, en otras es aún débil. En general resulta insuficiente. Falta una mentalización sobre el contenido de la reforma, la cual es especialmente importante para el clero, cuyo papel en la renovación litúrgica es básico. Por lo demás hay que reconocer que la variedad de culturas plantea difíciles problemas de aplicación (lengua, signos).
Se tiene la impresión de que el Obispo no siempre ejerce de modo eficaz su papel de liturgo, promotor, regulador y orientador del culto.
Si bien las traducciones litúrgicas han significado un paso de avance, los criterios que para ello se han seguido no han permitido llegar al grado de adaptación necesaria.
La liturgia no está integrada orgánicamente con la educación religiosa, echándose de menos la mutua compenetración.
Son insuficientes los peritos capacitados para apoyar la renovación litúrgica.
(Medellín, Conclusiones 9,1)
II. Fundamentación teológica y pastoral
Elementos Doctrinales
La presencia del Misterio de la Salvación, mientras la humanidad peregrina hacia su plena realización en la Parusía del Señor, culmina en la celebración de la liturgia eclesial. La liturgia es acción de Cristo Cabeza y de su Cuerpo que es la Iglesia. Contiene, por tanto, la iniciativa salvadora que viene del Padre por el Verbo y en el Espíritu Santo, y la respuesta de la humanidad en los que se injertan por la fe y la caridad en el Cristo recapitulador de todas las cosas. Como quiera que no vivimos aún en la plenitud del Reino, toda celebración litúrgica está esencialmente marcada por la tensión entre lo que ya es una realidad y lo que aún no se verifica plenamente; es imagen de la Iglesia a la vez santa y necesitada de purificación; tiene un sentido de gozo y una dolorosa conciencia del pecado. En una palabra, vive en la esperanza.
(Medellín, Conclusiones 9,2)
Principios pastorales
La liturgia, momento en que la Iglesia es más perfectamente ella misma, realiza indisolublemente unidas la comunión con Dios y entre los hombres, y de tal modo que aquélla es la razón de ésta. Si busca ante todo la alabanza de la gloria de la gracia, es consciente también de que todos los hombres necesitan de la gloria de Dios para ser verdaderamente hombres. Y por lo mismo, el gesto litúrgico no es auténtico si no implica un compromiso de caridad, un esfuerzo siempre renovado por sentir como siente Cristo Jesús, y una continua conversión.
La institución divina de la liturgia no puede jamás considerarse como un adorno contingente de la vida eclesial, puesto que «ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y eje en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que ha de comenzarse toda educación del espíritu de comunidad.
Esta celebración, para ser sincera y plena, debe conducir tanto a las varias obras de caridad y a la mutua ayuda, como a la acción misionera y a las varias formas del testimonio cristiano».
(Medellín, Conclusiones 9,3)
En la hora presente de nuestra América Latina, como en todos los tiempos, la celebración litúrgica corona y comporta un compromiso con la realidad humana, con el desarrollo y con la promoción, precisamente porque toda la creación está insertada en el designio salvador que abarca la totalidad del hombre.
(Medellín, Conclusiones 9,4)
En la hora actual de nuestro continente, ciertos estados o momentos de la vida y ciertas actividades humanas representan una importancia vital para el futuro. Entre los primeros cabe destacar la familia, la juventud, la vida religiosa y el sacerdocio; entre las segundas, la promoción humana y todo lo que está o puede ponerse a su servicio; la educación, la evangelización y las diversas formas de acción apostólica.
(Medellín, Conclusiones 9,5)
III. Recomendaciones
Siendo la sagrada liturgia la presencia del Misterio de la Salvación, mira en primer lugar a la gloria del Padre. Pero esa misma gloria se comunica a los hombres y por eso la celebración litúrgica, mediante el conjunto de signos con que ella expresa la fe, aporta:
a) Un conocimiento y una vivencia más profunda de la fe;
b) Un sentido de la trascendencia de la vocación humana;
c) Un robustecimiento del espíritu de comunidad;
d) Un mensaje cristiano de gozo y esperanza;
e) La dimensión misionera de la vida eclesial;
f) La exigencia que plantea la fe de comprometerse con las realidades humanas.
Todas estas dimensiones deben estar presentes allí donde cada estado de vida realiza alguna actividad humana.
(Medellín, Conclusiones 9,6)
Para que la liturgia pueda realizar en plenitud estos aportes, necesita:
a) Una catequesis previa sobre el misterio cristiano y su expresión litúrgica;
b) Adaptarse y encarnarse en el genio de las diversas culturas;
c) Acoger, por tanto, positivamente la pluralidad en la unidad, evitando erigir la uniformidad como principio «a priori»;
d) Mantenerse en una situación dinámica que acompañe cuanto hay de sano en el proceso de la evolución de la humanidad;
e) Llevar a una experiencia vital de la unión entre la fe, la liturgia y la vida cotidiana, en virtud de la cual llegue el cristiano al testimonio de Cristo.
No obstante, la liturgia, que interpela al hombre, no puede reducirse a la mera expresión de una realidad humana, frecuentemente unilateral o marcada por el pecado, sino que la juzga, conduciéndola a su pleno sentido cristiano.
(Medellín, Conclusiones 9,7)
Referentes al obispo
El Concilio Vaticano II reconoce al Obispo el derecho de reglamentar la liturgia y le urge el deber de promoverla en el seno de la Iglesia local. A él le incumbe:
a) Ante todo la responsabilidad pastoral de promover singular y colectivamente la vida litúrgica;
b) Celebrar frecuentemente como «gran sacerdote de su grey», rodeado de su presbiterio y ministros en medio de su pueblo;
c) Una función moderadora «ad normam juris» y según el espíritu de la Constitución de Sagrada Liturgia; y
d) Valerse de la Comisión diocesana o interdiocesana recomendadas por el Concilio, compuestas de expertos en liturgia, Biblia, pastoral, música y arte sacro.
(Medellín, Conclusiones 9,8)
Referentes a las Conferencias episcopales
La renovación comunitaria y jerárquica necesita, además, de la intervención de «diversas asambleas territoriales de Obispos legítimamente constituidas». A ellas corresponde una función reglamentadora, dentro de los límites establecidos, que aseguren la fidelidad de la imagen eclesial que cada comunidad cristiana debe ofrecer de la Iglesia universal.
(Medellín, Conclusiones 9,9)
Servicios del CELAM
Para lograr mejor estas finalidades, la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano:
a) Desea que se confiera a las Conferencias Episcopales facultades más amplias en materia litúrgica, a fin de poder realizar mejor las adaptaciones necesarias, teniendo en cuenta las exigencias de cada asamblea;
b) Recomienda que, dadas las peculiares circunstancias de los territorios misionales, sus Ordinarios se reúnan para estudiar las adaptaciones necesarias y presentarlas a la autoridad competente.
(Medellín, Conclusiones 9,10)
La coincidencia de problemas comunes y la necesidad de contar con grupos de expertos debidamente preparados, aconsejan, además, el incremento de los servicios que puede proporcionar el Departamento de Liturgia del CELAM. Tales son:
a) Un servicio de información, documentación bibliográfica y coordinación, prestado por el Secretariado Ejecutivo del Departamento, que se propone mantener en permanente comunicación a los Episcopados de Latinoamérica;
b) Un servicio de la investigación y formación que ya ha comenzado a prestar el Instituto de Liturgia Pastoral de Medellín, con vistas a la adaptación más profunda de la liturgia a las necesidades y culturas de América Latina. Para ello es necesario que se comprenda y facilite la agrupación de expertos tanto en liturgia, Sagrada Escritura y pastoral, como en ciencias antropológicas, cuyos trabajos abran el camino a un progreso legítimo;
c) Una oficina de coordinación de los musicólogos, artistas y compositores para aunar los esfuerzos que se están realizando en nuestras naciones, en orden a proporcionar una música digna de los sagrados misterios;
d) Un servicio de asesoramiento técnico, tanto para la conservación del patrimonio artístico como para la promoción de nuevas formas artísticas;
e) Un servicio editorial para diversas publicaciones que sirvan de instrumento valioso para la pastoral litúrgica, sin que interfiera el ámbito de otras publicaciones.
Los servicios mencionados presuponen la existencia de bibliotecas especializadas suficientemente provistas.
(Medellín, Conclusiones 9,11)
Sugerencias particulares
La celebración de la Eucaristía en pequeños grupos y comunidades de base puede tener verdadera eficacia pastoral; a los obispos corresponde permitirla teniendo en cuenta las circunstancias de cada lugar.
(Medellín, Conclusiones 9,12)
A fin de que los sacramentos alimenten y robustezcan la fe en la situación presente de Latinoamérica, se aconseja establecer, planificar e intensificar una pastoral sacramental comunitaria, mediante preparaciones serias, graduales y adecuadas para el bautismo (a los padres y padrinos), confirmación, primera comunión y matrimonio.
Es recomendable la celebración comunitaria de la penitencia mediante una celebración de la Palabra y observando la legislación vigente, porque contribuye a resaltar la dimensión eclesial de este sacramento y hace más fructuosa la participación en él mismo.
(Medellín, Conclusiones 9,13)
Foméntense las sagradas celebraciones de la Palabra, conservando su relación con los sacramentos en los cuales ella alcanza su máxima eficacia, y particularmente con la Eucaristía. Promuévanse las celebraciones ecuménicas de la Palabra, a tenor del Decreto sobre Ecumenismo N. 8 y según las normas del Directorio Nos. 33 -35.
(Medellín, Conclusiones 9,14)
Siendo tan arraigadas en nuestro pueblo ciertas devociones populares, se recomienda buscar formas más a propósito que les den contenido litúrgico, de modo que sean vehículos de fe y de compromiso con Dios y con los hombres.
(Medellín, Conclusiones 9,15)