Sábado 6 de septiembre de 2003
Queridos hermanos en el episcopado:
1. Con alegría doy la bienvenida a los obispos de las provincias eclesiásticas de Agra, Delhi y Bhopal. Os expreso una vez más a vosotros y al amado pueblo de vuestro país mi profundo afecto: "Dios, a quien venero en mi espíritu predicando el Evangelio de su Hijo, me es testigo de cuán incesantemente me acuerdo de vosotros, rogándole siempre en mis oraciones" (Rm 1, 9). Me complace especialmente saludar al arzobispo Concessao, y le agradezco los sentimientos que me ha manifestado en nombre de los obispos, del clero y de los fieles de vuestras diócesis.
Entre los numerosos e importantes acontecimientos que han ocurrido en la vida de la Iglesia en la India desde vuestra última visita ad limina está la creación de la nueva diócesis de Jhabua. Al reuniros ante las tumbas de los Apóstoles para expresar la solidaridad entre Pedro y vuestras Iglesias locales, la presencia del pastor de una nueva grey es un signo estimulante de la vitalidad y el crecimiento de la fe en vuestro país.
2. El apóstol santo Tomás, san Francisco Javier y la madre Teresa de Calcuta son sólo algunos de los notables ejemplos de celo misionero que ha estado siempre presente en la India. Este mismo espíritu de evangelización sigue suscitando en los fieles de vuestro país el deseo de proclamar a Jesucristo, a pesar de las grandes dificultades que deben afrontar. Como obispos, sois muy conscientes de que, junto con el clero y los religiosos, los fieles laicos son fundamentales para la misión de la Iglesia, especialmente en las regiones donde la población cristiana vive dispersa. "En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 900). Habéis tomado muy en serio las palabras del Señor pidiendo a vuestra grey: "Id también vosotros a la viña" (Mt 20, 7). Lo demuestra claramente la seriedad con que preparáis a los laicos para colaborar con los obispos y los sacerdotes en la difusión del Evangelio. Al mismo tiempo, la voluntad de los fieles de trabajar junto con sus sacerdotes se manifiesta concretamente en su notable participación en la catequesis, en los consejos pastorales, en las pequeñas comunidades cristianas, en los grupos de oración y en numerosos programas de impulso social y desarrollo humano.
Formar a las personas para que puedan afrontar las exigencias de ser católicos responsables requiere que se configuren cada vez más con Cristo mediante la participación en los tres munera de sacerdote, profeta y rey. Esto no ha de entenderse como una extensión de la función del clero, sino como una realidad compartida por cada cristiano en la gracia recibida en el bautismo y en la confirmación. Estos deberes cristianos llegan a ser cada vez más urgentes en regiones como las vuestras, que no son tan afortunadas como para tener un sacerdote residente en cada comunidad.
A los fieles laicos que no tienen un ministro ordenado en su aldea o ciudad se les plantea el desafío aún mayor de promover la fe de modos diversos: guiando las oraciones tradicionales de la mañana y de la tarde, como hacen muchas de vuestras familias; sirviendo como catequistas o contribuyendo al desarrollo de un programa o plan pastoral. Todas estas responsabilidades, tanto las pequeñas como las grandes, son formas de entregarse como testigos e instrumentos de la "misión de la Iglesia misma "según la medida del don de Cristo" (Ef 4, 7)" (Lumen gentium, 33).
3. Desde los primeros días de su presencia en la India, la Iglesia católica ha demostrado un profundo compromiso social en los campos de la asistencia sanitaria, el desarrollo, el bienestar y, en especial, la educación. El concilio Vaticano II nos recuerda que la educación católica es un factor fundamental para ayudar a los jóvenes católicos a llegar a ser adultos. "Esta educación no persigue sólo la madurez antes descrita de la persona humana, sino que busca que los bautizados, mientras se inician gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación, sean cada vez más conscientes del don recibido de la fe" (Gravissimum educationis, 2). En muchas de vuestras escuelas un amplio porcentaje de maestros y alumnos no son católicos. Su presencia en nuestras instituciones podría contribuir a aumentar la comprensión mutua entre los católicos y los miembros de otras religiones, en un tiempo en el que los malentendidos pueden ser causa de sufrimiento para muchos. Podría ser también una oportunidad para que los alumnos no católicos se eduquen en un sistema que ha demostrado su capacidad de convertir a los jóvenes en ciudadanos responsables y productivos.
Una de las mayores contribuciones que nuestros centros educativos, y todas las instituciones católicas, pueden aportar hoy a la sociedad es su catolicidad sin componendas. Las escuelas católicas deben aspirar "a crear un ámbito de comunidad escolar animado por el espíritu evangélico de libertad y amor, (...) tratando de ordenar toda la cultura humana al anuncio de la salvación, de modo que el conocimiento que gradualmente van adquiriendo los alumnos sobre el mundo, la vida y el hombre sea iluminado por la fe" (ib., 8). Por esta razón, es esencial que vuestros centros educativos mantengan una fuerte identidad católica. Esto exige un programa de estudios caracterizado por la participación en la oración y en la celebración de la Eucaristía, y requiere que todos los profesores no sólo estén bien formados en sus campos de estudio, sino también en la fe católica. Es alentador notar que muchas de vuestras diócesis están tratando de aplicar las recomendaciones de la exhortación postsinodal Ecclesia in Asia, poniendo, cuando es posible, sacerdotes, religiosos y consejeros formados en todas las escuelas. Esto ayudará a garantizar que cada departamento y cada actividad esté gozosamente impregnado del espíritu de la Iglesia de Cristo (cf. Ecclesia in Asia, 47).
4. La presencia y la influencia del sacerdote en las instituciones católicas es un modo probado de promover las vocaciones. Para los jóvenes que están pensando en una vida de servicio sacerdotal o religioso hay pocas cosas más atractivas que el ejemplo de un sacerdote celoso que no sólo ama el sacerdocio sino que también ejerce su ministerio con alegría y entrega. A través de la paternidad espiritual del sacerdote, el Espíritu Santo invita a muchos a seguir más de cerca los pasos de Cristo: "Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres" (Mt 4, 19). A este respecto, me complace constatar vuestro esfuerzo continuo por promover más vocaciones locales. Son admirables vuestros numerosos programas para los jóvenes. Los grupos de servicio juvenil y los campamentos que se especializan en catequesis, desarrollo de la personalidad, formación de líderes y discernimiento vocacional son terreno fértil para ayudar a los chicos y chicas a reconocer la llamada de Dios en su vida (cf. Pastores dabo vobis, 9).
Ofrezco oraciones especiales por los jóvenes que ya han tomado la decisión de iniciar la formación sacerdotal. Es fundamental que a esos futuros ministros de la Iglesia se les imparta una formación filosófica, teológica y espiritual adecuada para que comprendan de un modo realista el valor de una vida de pobreza, castidad y obediencia. Hoy, más que nunca, los sacerdotes están llamados a ser signos de contradicción en sociedades cada día más secularizadas y materialistas. "Los jóvenes sienten más que nunca el atractivo de la llamada "sociedad de consumo", que los hace dependientes y prisioneros de una interpretación individualista, materialista y hedonista de la existencia humana" (ib., 8). Esta actitud puede introducirse a veces en la vida de nuestros seminaristas y sacerdotes, tentándolos a no vivir "según la lógica del don y de la gratuidad" (ib.). El obispo tiene la tarea especial de garantizar que los seminarios y las casas de formación cuenten con sacerdotes que sean ejemplos de virtud y maestros destacados de la fe. Como puso de relieve el Sínodo para Asia, "es difícil y delicada la tarea que les espera en la formación de los futuros sacerdotes. Se trata de un apostolado prioritario para el bien y la vitalidad de la Iglesia" (Ecclesia in Asia, 43).
5. Preparar a los sacerdotes de hoy requiere que los seminaristas se eduquen en las numerosas y diversas tradiciones de nuestra fe católica. Esto vale en especial para la India, que tiene la suerte de contar con católicos orientales y latinos que viven tan cerca unos de otros. El número de católicos siro-malabares y siro-malankares presentes en vuestra región impulsa a todos los fieles a respetar las exigencias y los deseos de quienes celebran la misma fe de diferentes modos (cf. Discurso a los obispos siro-malabares de la India, 13 de mayo de 2003). "Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios" (1 P 4, 10). Esta comunión puede realizarse mediante el diálogo interritual, la educación, los proyectos comunes y una experiencia de las diferentes tradiciones litúrgicas del catolicismo. Espero que los obispos latinos y orientales sigan trabajando juntos en armonía, con el mismo espíritu de amor a Cristo y a su mensaje universal de salvación. "Como hijos de la única Iglesia, renacidos a una nueva vida en Cristo, los creyentes están llamados a afrontar cualquier dificultad con espíritu de comunión de mente, confianza e inquebrantable caridad" (Ecclesia in Asia, 27).
Esta misma comunión de mente es importante para el diálogo ecuménico que se está llevando a cabo con nuestros hermanos separados. Todos los católicos tienen la responsabilidad de fomentar la obra de la unidad cristiana. Aunque las Iglesias orientales están "implicadas directamente en el diálogo ecuménico con las Iglesias ortodoxas hermanas" (ib.), también los católicos de rito latino deben desempeñar un papel activo en este intercambio, mediante la participación en debates y actividades ecuménicas. En todo tiempo debemos recordar que "el diálogo no es sólo un intercambio de ideas. Siempre es, de todos modos, un "intercambio de dones"" (Ut unum sint, 28).
6. Queridos hermanos en el episcopado, espero que, al volver a vuestra amada tierra, llevéis mi cordial saludo a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis. El año pasado fue un año de incertidumbre, conflictos y sufrimientos para muchos en la India. Recordando el mandato de nuestro Señor a sus discípulos, ruego para que, cuando dejéis esta ciudad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, seáis colmados del Espíritu Santo y estéis preparados para actuar como instrumentos de reconciliación, suscitando en el corazón del pueblo de Dios un firme deseo de trabajar por la paz duradera y la justicia en vuestro país (cf. Jn 20, 21-22).
Con estos sentimientos, encomiendo a la Iglesia que está en la India a la amorosa intercesión de la santísima Virgen, Reina del rosario, e imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y esperanza en el Señor.